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—¿Que hemos ido a otra dimensión? —siguió Pablo— Y ¿Ahora qué somos? ¿Muñecos?
—¡Fi…f…f…fid…fideos enredados! —tartamudeaba Rafa.
Todos sabían que Rafa, cuando sentía la necesidad de soltar un taco, decía algo relacionado con lo que estaba pasando, pero en este caso, no tenían ni idea de qué relación había ahí con los fideos.
—Fideos enredados… –repitió el hombre que estaba sentado.
El caballero los miraba sin inmutarse, como si la aparición de una tienda india con cinco niños dentro fuese algo normal allí.
—Curioso —continuó— ¿Se trata de algún reniego? o ¿de un cándido subterfugio para confundir al espectador?
Los chicos se quedaron pasmados por la forma de hablar de Phileas Fogg. No se estaban enterando de nada.
—¿Eh? —Fue lo único que acertó a decir Rafa.
—Me refiero a esa expresión sobre fideos acompañada de tan abundantes gestos faciales.
—No lo puedo evitar —contestó Rafa—. Cuando me pongo nervioso, digo palabras malsonantes y mi padre me dijo que las cambiara por lo primero que se me viniera a la cabeza.
—Muy astuta estrategia —dijo el caballero—. Tengo un colega al que le ocurre lo mismo. Se lo comentaré. Por favor —siguió el inglés dirigiéndose a Rafa—, dígale a su padre que venga al club un día de estos. Me encantaría conocerlo.
—“No creo que al padre de Rafa le encantara tanto. Ja, ja, ja” —dijo por lo bajo Carla.
—Y bien —continuó Phileas—, ¿me explicarán ustedes cómo han aparecido aquí, de repente?
Como a Pablo no le hacía ninguna gracia estar en un lugar que no era real, hablando con un caballero que no existía, decidió contestar rápido para volver a su casa lo antes posible.
—Pues verá usted, señor Fogg. Esta tienda india es una máquina del tiempo y hemos viajado desde el futuro por equivocación. No tendríamos que estar aquí, sino en un sitio…más…ehm… No se moleste usted, pero tendríamos que estar en un sitio más real.
A Phileas Fogg se le abrieron los ojos como a una rana de ojos celestes y se puso pálido. Julián se llevó la mano a la frente como si así consiguiera hacerse invisible.
—¡JA, JA, JA! Pero, qué ocurrentes son estos muchachos.
El estruendo de la risa de Phileas hizo que acudiera su criado Passepartout. Los chicos, asustados, corrieron a la tienda para regresar, pero Paula siguió la conversación:
—Señor Phileas, no es nada extraño. Si usted pudo dar la vuelta al mundo en ochenta días, en el futuro se podrán hacer viajes más extraños.
—¿La vuelta al mundo en solo ochentas días? —dijo sorprendido el inglés—. Yo, apenas, he salido de Londres, señorita.
—Genial —refunfuñó Pablo—. Encima nos hemos equivocado de momento.
Carla metió a Paula en la tienda de un empujón, y para despedirse dijo:
—Bueno, pues ya volveremos cuando haya hecho usted el viaje ¿eh? —Y desaparecieron.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el criado
—Vaya. Se han ido sin explicarme el truco. Passepartout —Phileas se volvió hacia su criado—, estos jovencitos me han dado una idea. ¿Cree usted que podríamos dar la vuelta al mundo en ochenta días?
Olga Lafuente.

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