Aquel día era el más especial del año, porque era el único en el que el mundo de la fantasía y el real, se unían en una celebración.
Cada año nacía un nuevo rey en algún país del mundo y todos los habitantes de la tierra se reunían a celebrar junto a aquellos seres fantásticos que venían cargados de regalos.
Llegaban en carrozas adornadas de todas las cosas que solo existen en los mundos de la fantasía: luciérnagas de ojos de sol, estrellas de mar lumínicas, arcoiris de cuatrocientos colores, hojas bailarinas de árboles multicolores y otras cosas bellas.
Eran conducidas por todos los seres que solo se podían ver en las películas. Había hadas de luz, elfos de orejas de algodón, unicornios con cuernos de azúcar, dragones que escupían fuegos artificiales, brujitas montadas en globos, ninfas con guitarras que cantaban por sí solas, sin que nadie las tocara, gigantes vestidos con nubes, sirenas con colas largas fosforescentes y muchos otros seres hermosos y maravillosos.
Miles de carrozas rodaban por un trayecto largo, de muchos kilómetros, haciendo este grandioso espectáculo. Las personas las seguían, gritando y cantando al compás de las canciones divinas que estos seres entonaban.
Los seres fantásticos iban regalando bolsitas llenas de sueños, que lanzaban a las personas que estaban alrededor de la caminata. Mientras, las personas les enviaban de vuelta, caramelos de fresa y chocolate, que no había en aquellos mundos de donde ellos venían.
El recorrido iba hasta el castillo y justo frente a la gran puerta de hierro, se detenía. El guardia del castillo sacaba una gran trompeta de cuatro metros, que parecía más grande que una torre; y soplaba con mucha fuerza, dando la señal de que todos estaban listos para recibir al rey.
Entonces salían el rey padre y la reina madre al balcón y alzaban al niño en brazos, mostrándoselo a todos. Ahí, en medio de un gran silencio, se oía el llanto del rey y comenzaba la fiesta.
Era solo un bebé acabado de nacer, muy pequeñito, pero tenía una gran importancia, porque era el motivo para que la fantasía saliera de esos mundos de los cuentos y se hiciera realidad, en algún lugar de la tierra.
La fiesta duraba toda la noche y la madrugada. Nadie dormía ese día, solo bailaban, saltaban, cantaban y festejaban hasta que la luna se escondía.
Cuando el día acababa, el sol asomaba por entre las nubes, dando la señal del fin del día anterior y el comienzo de uno nuevo. Entonces todos se despedían entre besos y abrazos y todo volvía a la normalidad. Los seres fantásticos se iban a sus mundos y las personas a sus casas.
Pero todos se iban deseando que llegara el próximo seis de enero, para que naciera otro rey, en algún país y poder bailar juntos en la fiesta de todos los mundos.