Tras el regreso del viaje a la habitación de Van Gogh, a los cinco exploradores se les pasó pronto el susto, sobre todo, a Carla que le había parecido corto y pidió hacer otro.
Pablo dijo que había que dejar de hacer esos viajes porque podrían quedarse perdidos por ahí en el pasado, pero Carla insistió tanto que los chicos decidieron hacerle caso con tal de no seguir oyéndola.
Estaban sentados dentro de la tienda de campaña delante del ordenador que mostraba todos los mini agujeros negros que había en la habitación de Julián. Carla vio dos mini agujeros negros girando muy cerca el uno del otro.
—¡Oh, eso mola! —exclamó Carla señalándolos en la pantalla.
—¿Eso qué es? —preguntó Pablo mostrando disgusto.
—Es un agujero negro doble —contestó Julián.
—¿Y qué diferencia hay con los otros? —siguió preguntando Pablo.
—No sé —Julián se encogió de hombros—. Es la primera vez que hago esto.
—¡Pues no se hable más! —dijo Carla y le dio al botón de la máquina del tiempo.
—¡Noooooo! —gritó Pablo.
Y como pasó la otra vez, los cinco exploradores se deslizaron a gran velocidad por un túnel negro lleno de curvas y giros pero, ahora, era diferente porque, a veces, se veían reflejados delante de sí mismos como si tuvieran un doble que aparecía y desaparecía. Nadie lo quiso decir pero estaban muertos de miedo.
La máquina frenó de golpe y todo parecía normal; las dos chicas quisieron salir a la vez y los chicos las siguieron.
—¡Vaya! Parece un palacio —dijo Paula.
Estaban en el centro de un gran salón con enormes lámparas doradas, muebles antiguos, alfombras rojas y las paredes llenas de libros. Había mesas pequeñas con butacas, y un hombre que estaba sentado con un periódico los miraba sonriendo.
—Buenos días, jóvenes —saludó el caballero—. Admito que han realizado ustedes una aparición espectacular. ¿Sería mucha insolencia preguntarles el truco?
El hombre iba vestido elegante pero como en las películas antiguas, y los exploradores lo miraban embobados con la boca abierta.
—¡Oh! Disculpen —continuó el hombre—. Me llamo Phileas Fogg.
—Ese nombre me suena —susurró Pablo a sus compañeros.
—Sí, y a mí —dijo Paula mientras se daba golpecitos en la barbilla con el dedo índice—. ¡Aaah! ¡Ya sé! ¡Es el de la vuelta al mundo en ochenta días!
—¡¿Qué?! —gritó Pablo— ¡Eso no puede ser, es un personaje de ficción!
Todos miraron a Julián.
—Bueno… —titubeó Julián— hemos entrado en un agujero negro doble. A lo mejor, hemos ido a otra dimensión.
(Continuará…)
