–¿Una perra puede llevar tutú?–preguntó Luisa.
–No lo sé, pero igual se lo pondré –dijo Elsa, decidida.
La perrita debía ganar el Concurso de Belleza Animal, así podría ser la mascota del equipo de Ballet del colegio.
Pero a la pequeña Milú no le hacía gracia llevar aquellas ropas apretadas, que le causaban picor en el cuerpo. Además, sentía como la tela se le enredaba entre los pelos y le dolía. Quería librarse de aquel disfraz. Se arañaba con las patas, tratando de zafarse todo eso del cuerpo. Pero nada funcionaba, la ropa seguía en el mismo lugar.
Pero Milú no sabía que alguien la observaba, escondida entre una cortina rosada. Era Ana, la niña más callada del colegio, que siempre estaba pendiente de todo, mirando lo que los demás no veían, o quizá sí veían, pero no le prestaban atención.
Cuando empezaron a llamar a los concursantes, Elsa se giró para cargar a su perrita. Entonces pegó un grito muy alto; Milú se había ido.
Corrió de un lado a otro, llamándola. Buscó debajo de las sillas, detrás de las cortinas, dentro de los armarios y hasta en las gavetas. Sabía que una perra no cabía en una gaveta, pero estaba desesperada. Luisa la ayudaba gritando el nombre de la mascota. Pero todos los intentos fueron en vano; Milú no apareció.
Elsa comenzó a llorar con lágrimas gruesas que mojaron sus zapatos y Luisa la abrazó y se unió a su llanto.
Entonces oyeron el nombre de Milú. La estaban llamando por los altavoces. Ya le tocaba el turno de salir y no había rastros de ella por ningún sitio.
Elsa y Luisa seguían llorando sin parar.
En ese momento llegó Ana y las tocó a las dos. Las tres oyeron aplausos y miraron hacia el escenario. Allí estaba Milú, hermosa y contenta, desfilando, como toda una artista.
–Las ropas le molestaban, se las he quitado–dijo Ana.
Pero no se las había quitado en verdad, sino que las había sustituido por una bella corona de cintas que Milú lucía con gracia y alegría.
Era la mejor perrita artista que habían visto y sería la mejor mascota que cualquier equipo pudiera tener.