Al pasar por el jardín
vi a una linda abejita.
Estaba tan ocupada,
cantando y bailando
con la oruga,
su amiguita,
que no notó
que yo estaba mirando.
Tenía un taza de miel a su lado
y yo, hambriento
no me pude aguantar.
La tomé y me fui corriendo.
Y justo cuando creí
que no lo iba a notar,
me gritó:
«¡Detente bribón!
Esta miel no es solo para ti;
es para todos los niños del mundo
tienes que aprender a compartir».
Desde ese día como miel
con mis amiguitos
y la oruga y la abeja
nos acompañan
con sus canciones
y bailecitos.
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