UN AUDIO MUY INOPORTUNO
El director del centro apagó la pantalla del ordenador, se quitó las gafas y miró perplejo el pintalabios que la profesora Carmina había colocado enfadada sobre su mesa.
—Parece ser, Oscar, que Pedro pensaba hacer vandalismo en las paredes del centro.
Ahora a Pedro sí que no le cabía duda, la malvada Ruth había jugado bien sus cartas, pero aún se preguntaba, ¿cómo es que sabía lo que guardaba en el bolsillo? ¿Lo habría espiado? De lo que estaba seguro es que esta era su venganza. Creía que había escarmentado desde que recibió aquel castigo por robar contraseñas… pero ahora comprendía que Ruth sencillamente disfrutaba fastidiando a los demás.
Oscar, el director, observó a Pedro, le tenía especial cariño y sabía que no era ese tipo de niño. Si guardaba un pintalabios en el bolsillo seguro que no era para hacer algo malo y «además, ¡qué absurdo!», pensó.
—Bueno… Carmina… no tenemos pruebas… para… —no terminó la frase.
—Ruth puede afirmar lo que escuchó decir a Pedro por teléfono. —El director guardó silencio y reparó por primera vez en Ruth, sin duda una niña conflictiva en la que no confiaba.
—Así es don Oscar —Ruth hablaba con seguridad—. Antes de clase, Pedro grabó un audio a alguien que decía: «Ya tengo el pintalabios. Me ha regalado Marta uno de su madre que ya no utiliza y es justo el que buscamos. No me ha preguntado para qué lo quiero. Ya sabes como es Marta de discreta. No imagina nada».
—¡Pero eso no demuestra nada! —la voz del director se estaba alterando y Ruth añadió rápidamente:
—Y luego dijo: «quedamos en la pared cerca de la escalera. Lleva algo para limpiar, para cuando terminemos».
Pedro estaba atónito, no podía decir para qué quería el pintalabios, lo había prometido, pero tenía que reconocer que así contado parecía que iban a hacer algo muy malo.

Lo habían espiado, y eso no estaba bien.
Hasta el director cambió su expresión y esta se tornó más seria al dirigirse a Pedro:
—¿Lo que ha dicho Ruth es verdad?
—Sí, don Oscar, pero no íbamos a pintar paredes ni nada. —Pedro respondió nervioso y atropelladamente.
—¿Y eso cómo lo sabemos Pedro? —la voz del director sonaba grave. —Para algo querrás el pintalabios, ¿no? y si no nos das otro motivo, no tengo más remedio que sospechar. Tú mismo acabas de decir que Ruth ha dicho la verdad.
Pedro miró al suelo, se encontraba entre la espada y la pared, o faltaba a su promesa o era acusado injustamente.
El director volvió a fijar su mirada en Pedro:
—Bien, Pedro, ¿puedes decirnos para qué querías este pintalabios?
—No puedo, señor —dijo Pedro con rapidez.
—¿Era para pintar las paredes de la escalera? —insistió el director.
—Le aseguro que no, señor —contestó Pedro mirándolo a los ojos.
Don Oscar, con el pintalabios en la mano, guardó silencio unos segundos mientras Pedro miraba muy enfadado a Ruth.

—Carmina, no puedo acusar a Pedro de nada. Lo único que puedo hacer es pedirte, como su tutora que eres, que requises su pintalabios y olvidemos este asunto —dijo el director con la intención de cerrar ya el asunto.
—¡Pero señor! ¡Necesito ese pintalabios para el domingo! Hoy es viernes y no podré conseguir otro como este a tiempo, ¡¡mañana sábado tenemos comida familiar en el campo!! —suplicó Pedro.
—Si no nos dices para qué lo quieres, me temo que no puedo ayudarte, Pedro. Sé que eres un buen chico, pero no puedo hacer más. Lo siento. —El director se levantó de su silla para invitarles a irse. Tenía una reunión en diez minutos y no podía entretenerse más.
Pedro estaba convencido de que el director era sincero y que si de él dependiera, le hubiese devuelto el pintalabios.
No hubo nada que hacer, la fastidiosa de Ruth había ganado.
Continuará…
Uis, la cosa se complica, me tienes en ascuas.
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Lo que sí sabemos es que Pedro es muy legal 😉
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Qué intrigante saber para qué quiere el pintalabios.
Sigo leyendo más.
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