Publicado en A partir de 9 años

¿Sakura será Ninja?

Sakura Saiko quería ser una niña ninja. Ya tenía 9 años y su formación en Ninjutsu estaba  viento en popa, lo tenía decidido, quería dar un paso en su formación y convertirse en lo más importante de una ninja: ser espía.

            Sabía que en Nagano, su ciudad, los ninja japoneses se preparaban en diferentes artes: la defensa personal, la escritura, el don de la palabra, la filosofía, la lógica,…

            Ya dominaba la defensa personal, era cinturón verde y tenía su primera estrella, estaba contentísima. Llevaba muchos años practicando y era un logro conseguir ese cinturón. La escritura estaba chupado para ella, y el don de la palabra lo tenía más que conseguido, hablaba por los codos. Ahora creía neceario dar un paso más y pensó trabajar el sigilo, ya que la filosofía, la lógica y cosas de esas le resultaban un poco aburridas. Así empezó su primera misión.

            El traje era fundamental para  una ninja, no tenía ropa negra, pero se encargó de coger a su madre una camiseta por aquí y unos leggins de su hermana mayor por allá. Se cubrió la cabeza con una bufanda negra de su padre y ya estaba preparada.

Salió de su casa sin ser vista, ni oída, fundamental para una ninja. Desde el portal, tras una ventana seleccionó su primera misión: le resultaba sospechoso el repartidor de la publicidad, así que lo seguiría sin ser vista.

             A los pocos minutos de estar en la calle, se pasmaba de frío, estaba todo nevado y comprendió que la ropa que llevaba no era la más adecuada. Hacía dos grados bajo cero y le tiritaba todo el cuerpo.

—Pues mira, estoy desarrollando la lógica, en otra ocasión debo elegir más ropa de abrigo.—Se dijo a sí misma, con escalofríos por todo el cuerpo y un temblique que parecía estar poseída.

            Pero siguió en su empeño y perseguía con disimulo al joven repartidor.

            La hermana, desde el otro lado de la calle se dio cuenta de lo que su hermana estaba haciendo, no solo por la negrura de su vestimenta,  que resaltaba sobre la nieve como un semáforo en rojo, sino también, por el bailoteo que llevaba ocasionado por el frío. Se acercó corriendo a ella y la agarró por la bufanda negra que le iba arrastrando por el suelo.

            —¡Ah!, ¿quien ha osado detener mis pasos en una misión tan importante? ¡Atchus!, ¡Atchus!— Sakura se puso en guardia dispuesta a enfrentarse a cualquier enemigo. Pero resbaló con la nieve helada del suelo.

            —Anda, vamos a ir a casa que vas a enfermarte, y no me cojas más la ropa. —La hermana la ayudó a levantarse, le pasó su abrigo por encima y se la llevó.

            Aquella misión le ocasionó un buen resfriado, pero le sirvió para aprender que una niña japonesa como ella, no podía salir de incognito vestida de negro cuando todo está nevado, y que cuando hace frío debe ir abrigada.

           «Pues estoy desarrollando aspectos filosóficos, el pensar se me da bien— se dijo a sí misma— ¡Atchús!,¡atchús!»

En cuanto llegó a casa se tuvo que acostar, su cuerpo helado no paraba de temblar y se dejó llevar por los cuidados de su mamá.

            —Sakura si te pones bien, podrás ir mañana de excursión al templo budista Zenko-ji.—Le dijo su madre trayéndole una infusión calentita.

—Claro que estaré preparada mamá. Estoy deseando ir.

Por la mañana salió disparada de la cama como un torbellino, dispuesta a ir de excursión, Zenko-ji era el centro budista más importatne del mundo mundial y no se lo podía perder.

Cuando llegó al templo se quedó flipada, no solo con la edificación que era preciosa, sino también con la forma de vida de los monjes.

Practicaban artes marciales, como ella,  y además de las artes que ella ya dominaba, estaban en contra de la violencia, como ella. También comprendió la importancia de la meditación, ellos se lo explicaron con todo lujo de detalles: con ello llegaría al nirvana, a su yo más oculto, a tener una vida más tranquila…

Ya está, lo tenía decidido.


—¡Sakuraaaa! ¿Qué has hecho ahora hija mía? ¿Y tu melena tan bonita? No sé que voy a hacer con esta niña. —La madre estaba muy preocupada, le acariciaba la cabeza buscando el pelo.

—Mamá he decidido ser una monje budista y por eso me he rapado.

Autora: María José Vicente.

Publicado en A partir de 12 años

Antonio el pastelero

Antonio se levantaba muy de madrugada cada día. Como panadero y pastelero, debía comenzar sus labores muy temprano, para que le rindiera el trabajo y poder tener sus productos listos en la mañana al abrir su pequeño local. Esa era una rutina que se repetía día a día, no importaba la fecha del año. Todos eran días de trabajo.

A pesar de lo fuerte que era su actividad, a él le gustaba mucho lo que hacía. Elaborar pan y pasteles le daba la satisfacción que no le brindaba ninguna otra cosa. Llevaba más de treinta años como artesano del pan, desde que era muy joven y ayudaba a su padre, quien fue el dueño original del negocio.

Antonio fue el único miembro de la familia que se dedicó a mantener en funcionamiento la panadería y lo hacía con mucho agrado. Agradecía todos los días el haber sido el aprendiz de su padre, de quien conoció todos los secretos de ese oficio y lo que requería para lograr los mejores resultados, así como las recetas tradicionales que le dieron el buen nombre al local.

El negocio marchaba bien. Todos conocían a Antonio, por supuesto, era el dueño de la única pastelería de la región. Todos alababan sus panes y la excelencia de sus pasteles. No había celebración en aquella comunidad en la que no se brindara lo que su establecimiento ofrecía.

Un día, a mediados de la primavera, se conoció la noticia de la boda de la hija del Duque. Sería un acontecimiento grandioso, una celebración como las de las casas reales en los casamientos de las princesas. Con la noticia de la boda llegó también a oídos de Antonio, que el Duque  haría el encargo del pastel a una pastelería importante de la capital, desconociendo lo que ofrecía el pastelero del pueblo. Quería el pastel más grande y precioso que nunca se hubiera visto.

En un comienzo, la noticia enfureció a Antonio, que creía tener suficientes méritos para encargarse de elaborar ese soñado pastel. Tendría que hacer algo para demostrar que él era el indicado para ocuparse de tan importante compromiso.

Se acercaba el día de la gran boda. Antonio tenía un plan. Convocó a su ayudante, a la señora de la limpieza y también a su mujer. Les explicó lo que quería hacer y le asignó una tarea a cada uno. El día y la noche antes del casamiento, trabajaron sin descanso. Fueron horas de intensa labor, todos estuvieron muy ocupados y comprometidos. Querían ayudar a Antonio a lograr lo que había ideado.

A la mañana siguiente, con la ayuda de unos vecinos, se dirigieron a la mansión del Duque  en donde sería la celebración. Al llegar indicaron que era una entrega especial. Les dejaron pasar y lo condujeron hasta un gran salón bellamente decorado. En la mesa central ya habían colocado el pastel que había llegado de la capital. Era hermoso, pero nada comparado con el que él llevaba.

Colocaron el pastel que habían elaborado, que duplicaba en tamaño al otro. Lucía espectacular, con sus adornos de flores y palomas blancas en los diez pisos que lo componían. Era el pastel más grande y precioso que se hubiera visto. Dejaron todo en el lugar y se marcharon sin que nadie los viera.

Días después de la celebración llegó un mensajero a la pastelería. Le convocaban a una reunión en casa del Duque. Antonio se imaginó que habían descubierto que era él quien había entregado la impresionante obra de pastelería y tendrían alguna queja por su osadía. Asistió a la cita y su tranquilidad llegó cuando le comenzaron a hablar, a contarle lo increíble que les había parecido el magnífico trabajo que había hecho. Lo felicitaron y agradecieron el haber presentado tan espectacular pastel, que sin duda había sido más hermoso y delicioso que el que  habían encargado en el otro lugar.

En compensación y a modo de disculpa por no haber confiado en su experiencia, le tenían un regalo. Dispondría desde ese día de un nuevo local, más amplio y dotado con los más modernos equipos para que pudiera trabajar más cómodo y lograr una mayor producción, lo que sería beneficioso para todos en la comarca.

Fue así como la pastelería de Antonio llegó a ser la más importante y prestigiosa del país. De su calidad se habló en todas partes y fue desde entonces el pastelero oficial para todas las grandes celebraciones del ducado.

Autor: Adalberto Nieves (@Yocuento2)