El Abuelo Alberto llevaba tiempo preparando una cometa: «Será la mejor cometa del mundo y se la regalaré a mi nieto— decía».

Era una cometa llena de color, con hilo suficientemente largo para volar, como la imaginación en los sueños de los niños. Y con jirones resistentes, para que no cualquier viento pudiese derribarla o romperla.
Era la mejor cometa, más bonita que las que se vendían en las tiendas. Sobre todo, porque estaba fabricada con las manos gastadas del buen Alberto.
Esa tarde, hubo mal tiempo… y la tarde siguiente también. Pero al fin llegó el día perfecto. El abuelo se fue a la plaza. Solo, como tantas veces.

Mientras caminaba, recordaba lo maravillosa que había sido su vida con su amada Isabel. Pero por cosas del destino, no pudieron tener hijos.
Los años pasaron, Alberto e Isabel se amaban y siempre estaban rodeados de amigos y los hijos de estos. Pero un día, Isabel partió al mundo de las estrellas. Y poco a poco, sus días se fueron llenando de soledad. Así, ideó un plan, para que a ningún niño del barrio le faltasen juguetes.
Al fin llegó a la Plaza, al poco tiempo vio a un niño que no tenía amigos ni hermanitos para jugar. Su mamá lo animaba a que se acercase a otros niños, pero el pequeño era tímido.

El abuelo, con su rostro bonachón, se acercó primero a la mamá, ofreciendo la cometa para su hijo pequeño. Lucía conocía de vista al abuelo, era alguien popular y querido en el lugar, por su noble y desinteresado corazón. Por supuesto, le dio una gran alegría que quisiera compartir su hermosa cometa con su pequeño.
Minutos después, presentación mediante, ahí estaba Alberto, con una sonrisa radiante y su nieto — por esta tarde — llamado Matías o Mati, como le decía su mamá.

No importaba que Mati no supiera remontar la cometa. No importaba que no fuese su nieto. Esa tarde, abuelo, nieto y madre; disfrutaron todos juntos jugando con la cometa. Y además, el pequeño, se animó a compartirla, con otros niños, que desde hoy serían sus amiguitos.
Un día más, Alberto, el abuelo del barrio, se fue a su hogar con una sonrisa en su rostro, feliz de tener otro nieto, con quien jugar y compartir sus juguetes fabricados a mano.
Recuerda: si te sientes solo no pierdas la esperanza, siempre habrá alguien dispuesto a jugar contigo.
Autor:
Santiago Pereira Yaquelo.

Ilustraciones: Pixabay.
Qué hermoso mensaje. Da mucha ternura, pero también mucha esperanza. 👏🏻👏🏻👏🏻
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Qué bonito dedicar nuestro tiempo a hacer felices a otros, como el abuelo Alberto a los niños. Muy bonito cuento.❤️
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Hay personas que trabajan de forma altruista, dejando su tiempo, su esfuerzo,… y conformándose con una simple sonrisa. Precioso cuento el de Santiago.
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Hermosa enseñanza de solidaridad, además de valoración de las personas mayores que están solas. Contempla también al niño poco sociable que necesita un impulso para compartir con los otros. Felicitaciones.
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