Publicado en A partir de 10 años

Besos de la alegría (2º parte)

Güaina observaba tras la ventana al brujo que estaba embelesado observando las alas de la ondina Sharagor.

 El brujo estaba en su casa, embelesado y observando con detenimiento mis alas, las acariciaba sintiendo su suave tacto, eran tersas, pero tan finas como la seda; el olor de cada hada era inconfundible, el azahar y el aroma a la flor del cerezo eran mi distintivo; su color blanco y rosado con destellos plateados comenzaban a apagarse, pero aun así seguían teniendo un gran poder de seducción para el brujo. Las alas, en las manos del brujo, eran su mayor tesoro y así las trataba, como una auténtica joya. Las envolvía de nuevo en el paño húmedo y las volvía a abrir, el fulgor que desprendían, aun no estando acopladas eran pura atracción.

Sin más premura Güaina, aprovechó el momento para lanzarle un hechizo de paralización a través de una ventana que estaba abierta.

Entró a través de la ventana, recogió mis alas con delicadeza, lanzó un conjuro de pérdida de memoria al brujo y guardó mis alas junto a su cuerpo para que no perdieran calor. Con un giro del brazo por encima de su cabeza pronunció las palabras adecuadas para transportarse a nuestras aguas.

Güaina le ofreció las alas a la ondina con gran cariño

Todas mis hermanas y yo nos quedamos estupefactas cuando vimos a  Güaina entre nosotras. Abrazaba con gran amor mis alas, las separó de su cuerpo y me las ofreció como el mayor presente que me puedan regalar.

—Querida niña, ya tienes tus alas.  El brujo no recordará nada de lo ocurrido, solo me queda algo por hacer y es conseguir que vuelvan a su lugar. Necesito un lugar puro, que nunca haya sido mancillado por ningún humano.

Las alas de Sharagor estaban en perfecto estado, listas para unirse a la ondina

—En el centro del río hay un altar donde rendimos culto a la luz y al agua, pero no podrás estar allí— le dije con tristeza.

—Necesito que te poses sobre la piedra, si tus hermanas me pueden alzar, te haré el hechizo.

Así fue como mis hermanas me elevaron y posaron sobre el altar, mi cuerpo flotaba en las aguas sintiendo la pérdida de toda mi esencia. Las lágrimas afloraron de nuevo, por las sensaciones de pérdida pero también de alegría de saber que de nuevo volvería a tener mis alas.

Güaina fue transportada con la delicadeza de mis hermanas y cuando estaba sobre mí, ella me pidió que me diera la vuelta.

—Niña, debes volver tu cuerpo y cubrirlo entero con agua, pues solo su pureza logrará lo que deseamos.

Mis hermanas aletearon con fuerza para mover el agua y que me cubriera, Güaina posó sobre mi espalda las alas que danzaban sobre el agua, unas palabras sonaron a lo lejos y sentí un dolor punzante en mi espalda. La sensación de libertad se expandía por cada espacio de mi ser.

Volé hasta tierra firme, donde ahora se encontraba Güaina, y la obsequié con varias escamas de mis alas y un nuevo beso de la alegría. Las lágrimas de alegría regaron la piel, ahora joven, de la bruja.

Mis alas me llevaron a las profundidades de mi hogar y de nuevo pude respirar libertad.

Autora: María José Vicente Rodríguez

Publicado en A partir de 10 años

Besos de la alegría

—Niña, ¿por qué lloras? —La anciana me limpió las lágrimas con un pico de su chal y rehízo mi melena, ordenando cada cabello perdido entre mis lamentos.

—He perdido mis alas—dije entre hipidos.

La pequeña ondina, Sharagor, lloraba porque le habían arrebatado sus alas

—Cuéntame cómo te llamas y qué ha ocurrido, quizás te pueda ayudar—. La mujer se quitó su pañuelo y con cuidado lo posó sobre mis hombros calentando el hueco que había dejado mi pérdida. Se sentó junto a mí cogiendo mis manos entre las suyas y, acariciándolas, la calma vino en mi ayuda.

«Soy Sharagor, ondina de agua dulce y me han arrebatado lo más preciado, mis alas. No puedo vivir en el agua si no las poseo, es lo que me hace poder respirar y nadar bajo las aguas. Son toda mi esencia.

» Jugaba con mis hermanas sobre la superficie, como tantos días, con las hermosas mariposas que vienen a beber a nuestras aguas.

Las ondinas son hadas de las aguas. Viven dentro de los ríos o lagos y necesitan sus alas para poder nadar y respirar dentro del agua. Además, en la superficie sin ellas no pueden volar.

»Nos dijeron que ningún humano podía vernos ni oírnos. No entiendo qué ha podido pasar. No vimos al hombre acercarse a nosotras. Las demás pudieron escapar, pero a mí me atrapó con una red. Dijo unas palabras y me adormeció; luego me untó algo por el cuerpo y con otras palabras mis alas se desunieron. No sabía que esto podía pasar, jamás se han contado cuentos ni leyendas en nuestras aguas que contaran historias parecidas. Envolvió con delicadeza mis alas entre telas de seda que las mojó en el río, luego desapareció, sin más rastro que esas redes con las que me cazó».

            —¿Cómo era ese brujo? Descríbemelo.

            —¿Cómo sabes que era un brujo? —Le pregunté sobrecogida. —¿Quién eres?

            —Querida, ¿cómo crees que puedo verte?, ¿crees que he venido a ti solo por tu canto de amargura?

            —¿Qué quieres decir? —le pregunté sin entender.

Güaina, la bruja, intanta calmar a la pequeña hada y le explica
para que necesitan las alas los brujos

            —Tu inocencia es la belleza de la luz, querida niña. Soy Güania, y soy bruja, igual que quien se llevó tu preciado tesoro. Tenemos sensibilidad, unos hacia la luz y otros hacia la oscuridad. Tus alas son muy valiosas para un brujo, porque, sus pequeñas escamas, tienen poderes mágicos que se utilizan en la preparación de brebajes y pócimas y son muy bien pagadas entre los humanos. Con ellas, el brujo se garantiza toda una vida de lujos pero ha perdido, al arrebatarlas, el poder que nos ofrece la luz de ser sensibles a vosotras y de impregnar esas pócimas de la magia blanca necesaria para que sean eficaces. Ha arriesgado mucho. Diría, que la codicia, al sentiros, le nubló el juicio y no pensó en las consecuencias.

            La anciana Güania mantenía mis manos calientes entre las suyas, y proyectaba sobre mí gran ternura y cariño.

            —Cada semana vengo por este río. Me alegran vuestros cantos, y vuestra alegría me renueva toda la semana de esperanza y nuevas energías. Nunca dejo que me veáis para no interrumpiros. También, de vez en cuando, la prosperidad me sonríe, y encuentro alguna que otra escamita que perdéis en vuestros juegos, permitiéndome seguir sobreviviendo. Esta vez me retrasé un poco, suelo llegar antes del amanecer, si no, te aseguro que no hubiera sucedido nada de lo ocurrido. Jamás lo hubiera permitido.

            Mi desconsuelo aumentó y nada podía mitigar el dolor que sentía. Ni siquiera con el abrazo que Güania me daba para templar mi ánimo.

            Cuando mis lágrimas comenzaron a secarse, la anciana se separó de mi pecho, me agarró con suavidad la cara y me dio un beso con mayor ternura en la frente. En aquel instante sentí que otra nueva energía recorría mi cuerpo. Y me hizo sentir que había esperanzas. La mujer se levantó, me cedió su mano y abrió ante mí, la posibilidad de que mi vida pudiera cambiar.

            —¿Qué siento ahora en mi cuerpo? Tu beso ha hecho renacer algo en mi interior. —dije con fortaleza.

            —Durante años me renové de esperanzas con vuestros juegos, solo te he traspasado una pequeña parte de lo que me ofrecisteis. Niña, podemos encontrar tus alas y si no están dañadas las podemos devolver a su lugar. —Me dijo Güania rozando con suavidad mi espalda.

Ahora la risa me brotó de forma natural envuelta en nuevas ilusiones.

Antes de ponernos en marcha, la mujer buscó entre las redes restos del brujo que me atacó. Algunos vellos estaban adheridos a las cuerdas, ella los introdujo en un pequeño charco que dejaban dos piedras cercanas, espolvoreó unos polvos que extrajo de un saquito y de repente apareció la cara del ladrón.  

La anciana lo conocía y sabía dónde localizarlo.

—Necesitaremos la ayuda de tus hermanas. Soy demasiado vieja para enfrentarme a él sin vuestra energía, pero tendré que hechizarlas para evitar ser vistas por otros sensibles. Tendrán que acompañarnos para que con su tacto yo pueda cargarme de la energía que necesito para hacerle frente.

Mis hermanas salieron de sus escondites y se acercaron a la anciana repartiendo sus besos de la alegría con la anciana.

Cuenta la leyenda, que cuando un hada da un beso de la alegría, transmite tanta energía renovadora que todos los males de la persona que los recibe desaparecen al instante. La anciana rejuveneció muchos años con el regalo que le hizo cada una de mis hermanas.

—¿Qué me habéis hecho, niñas? Vuestra luz me ha transformado en una nueva mujer, la juventud circula por mi sangre ahora. —Güaina se palpaba con asombro la cara, las manos…

La bruja Güaina rejuveneció con los besos de la alegría que le dieron las hermanas de Sharagor.

—Te han dado besos de la alegría. No podemos dejar nuestro hogar o moriríamos, por ello te han regalado los besos. Para que puedas ayudarme.

—Nunca podré devolveros el don tan maravilloso que acabáis de ofrecerme.

La anciana se marchó a la búsqueda del brujo hacia la ciudad. No fue difícil encontrarlo, solo debía seguir el rastro que dejaba.

(Continuará)

Autora: María José Vicente Rodríguez