Publicado en A partir de 11 años, Cuento

¿Quién se ha comido las setas? (Los viajes de Lotay)

El segundo día de excursión, todos se levantaron tarde, así que decidieron ponerse en marcha después de comer al mediodía.

Los adultos se encargaron de preparar el almuerzo y mandaron a los niños ir a buscar setas para cocinar un estofado.

Estos fueron en parejas, con cestas que pensaban llenar hasta arriba, porque las setas eran un plato que les encantaba a todos. De manera que los cuatro grupos de chicos se repartieron la zona y quedaron en volver en un par de horas.

Pero cuando regresaron, todos se quedaron anonadados al ver que, entre los ocho niños, solo habían encontrado cuatro setas.

—¿Qué ha pasado? ¿Os cansasteis de buscar?—preguntó el maestro explorador.

—No —respondió Santa—. Es que no hay más.

—No me lo creo, Santa —habló el padre de la niña—. Tú eres muy buena buscadora de setas. Siempre traes tu capazo lleno.

—Te prometo que es verdad —replicó Santa—. No hay más setas, se han acabado. Dijo abriendo los brazos.

—Bueno, no pasa nada —la tranquilizó su padre—. Ya saldrán más.

—¡No! Estáis equivocados —interrumpió el maestro explorador— Sí que pasa, y lo que está pasando es muy grave.

—No te preocupes, maestro —dijo la madre de Lotay—. Buscaremos por otros sitios.

—¡¡No!! —El maestro explorador estaba fuera de sí—. No lo entendéis. ¿Coméis muchas setas?

Todos se miraron extrañados por la pregunta que les hacía el maestro.

—Eh… pues todos los días —contestó el padre de Santa— Es nuestra comida principal, el plato tradicional. A mí me gusta comer como se ha hecho siempre —dijo orgulloso.

—¡¡No quedan setas!! —repetía el explorador girando a su alrededor con las manos en la cabeza.

Nadie entendía nada. Las setas estaban muy buenas, pero tampoco era para ponerse así.

—Eso es señal de algo terrible —continuó—. Las setas nacen de los hongos; si no hay setas, significa que los hongos están desapareciendo.

—¿No son lo mismo? -preguntó sorprendido otro de los padres.

—No. Eh… sí… bueno sí, pero no…

—¡¡No quedan setas!! —repetía el explorador girando a su alrededor con las manos en la cabeza.

—A ver… —se dirigió la madre de Lotay del resto del grupo—. Tendríamos que haber traído con nosotros al maestro médico. ¿Alguno de nosotros podría volver al pueblo para buscarlo?

El explorador se dio cuenta de que los demás estaban pensando que se había vuelto loco y quiso explicarse.

—Perdonad. Me refiero a las raíces de estas setas, lo que va por debajo de la tierra. Esos pequeños hilillos son los que mantienen sano al bosque.

El maestro explorador vio que todos, padres, niños e incluso los otros maestros estaban atentos a sus palabras.

—Los hongos crean una maraña de minúsculas raíces que se extienden por todo el bosque, y es como si fuera un red telefónica o de fibra óptica con internet para comunicarse con todo lo que lo habita.

El padre de Lalo se había quedado paralizado ante la explicación del maestro, con la boca tan abierta que una pareja de gorriones podría haber construido ahí su nido. Pero la mayoría seguía pensando que había que ir a buscar a un médico con urgencia.

—¡¡Sí!! —Se animó a continuar el maestro explorador—. Bajo el suelo de todo el bosque hay un mundo mágico en el que todas las plantas, flores y árboles se comunican. Y todo, gracias a los hongos. Por eso no pueden desaparecer.

—Qué cosa más increíble —Esta vez habló el maestro agricultor—. ¿Quieres decir que las hortalizas y árboles que crío hablan entre ellos?

Bajo el suelo de todo el bosque hay un mundo mágico en el que todas las plantas, flores y árboles se comunican.

—Yo había oído algo —contestó el maestro jardinero—. Pero que gracias a los hongos, todo el terreno se regeneraba.

—Eso es —continuó el maestro explorador—. Los hongos eliminan lo que va muriendo, evitando que se acumule la basura y, por debajo de la tierra, hace que los árboles y plantas se comuniquen para avisar de cualquier cosa que les afecte, como las enfermedades.

—Entonces… —siguió el maestro agricultor pensativo— si al inicio del bosque empezó una enfermedad o una plaga, las plantas de allí no han podido avisar a las de aquí…

El padre de Santa estaba paralizado con las manos en la cabeza diciendo que todo era culpa suya por haber comido tantas setas durante toda su vida.

El resto del grupo también se sentía culpable porque no pasaba ni un solo día en que no comieran setas.

—No os preocupéis —tranquilizó el explorador—. Lo que hay que hacer es no abusar con un solo alimento y asegurarnos de que este no se vaya agotando. Si paramos un poco, las setas volverán a salir.

—Entonces —habló otra de las madres—, ¿ya hemos resuelto el misterio de la morera enferma?

—No —respondió el maestro explorador—. Sabemos por qué la enfermedad ha llegado hasta aquí, pero no su origen.

—¡Pues tendremos que seguir con el viaje!, ¿no? —preguntó Lotay sin poder evitar una sonrisa.

—Sí, Lotay. Tenemos que continuar con nuestro viaje.

(continuará).

Olga Lafuente.

Publicado en A partir de 9 años, Cuento

Aitana y el gusano de la manzana (Autora invitada: Paloma Cobollo)


En el colegio de Aitana había un huerto, un huerto que era cuidado por todos los niños porque representaba el crecimiento, al igual que las plantas, frutos y hortalizas, con dedicación y esmero, los niños crecen al estudiar.

Aquella mañana Aitana decidió quedarse junto al manzano que estaba un poco alicaído por las escasas lluvias de primavera, en lugar de ir al recreo con sus compañeros. Su amiga Clara, un poco decepcionada al no poder compartir con ella los juegos diarios le dijo.

-¡Bah!, ¡Mira que quedarte ahí con esas manzanas medio pochas antes que jugar al escondite conmigo!

Aitana dudó un momento pero en ese instante una manzana roja y un poquito arrugada cayó al suelo desde su rama y le dio tanta pena que enseguida fue a por la regadera, la llenó de agua y roció generosamente el pie del árbol deseando devolverle un poco de vigor.

Se quedó sentada al lado y tomó la manzana del suelo, al mirarla pudo observar un agujerito en la fruta por el que asomaba tímidamente un gusano pequeño pero muy vivaz de color blanco, en aquel momento Clara intentó de nuevo convencer a su amiga.

-Ultima oportunidad, ¿Te vienes o qué?, ¡Aggg!, ¡Qué asco, un gusano!, ¡Tira esa porquería y ven conmigo!- gritó Clara que era un poco exagerada con su miedo a los bichos.

Aitana no hizo caso, vio cómo su amiga cansada de esperarla se alejaba por el camino.

¡Aggg!, ¡Qué asco, un gusano!, ¡Tira esa porquería y ven conmigo!- gritó Clara .

Con delicadeza tomó al gusanito entre sus dedos, lo puso en la palma de su mano y lo llevó hasta una hoja verde y fresca donde el pequeñín pronto encontró acomodo. Al momento, del agujerito por donde había salido el gusano brotó una luz verde que se transformó en un oso color violeta.

-¿Quién eres tú?-preguntó Aitana muy sorprendida.

-Soy el genio de la fruta y vengo a recompensar una buena acción, la tuya-contestó muy satisfecho de su aparición.

-Pero… ¡Eres un oso!, ¡Yo creía que los genios eran todos como los de Aladino!- exclamó Aitana

-Ves demasiadas películas niña, además… Soy un genio en prácticas y todavía no tengo muy claro esto de manifestarme así que… este aspecto es lo mejor que he encontrado.

-Bueno, no importa, además el violeta es mi color preferido- pensó Aitana en voz alta- ¿Y… a qué has venido oso o genio o lo que seas?

-Has cuidado de este pobre árbol, te has compadecido de su fruto caído y has liberado y puesto a salvo a ese frágil gusano en lugar de tirar la manzana y pisotearlo como hubieran hecho otros niños, tu bonita acción tiene recompensa. Pídeme un deseo pero… No puede ser un deseo solo para ti, tiene que ser un deseo tan generoso como lo ha sido tu gesto.

-El genio de la lámpara concedía tres deseos… creo- reclamó Aitana con timidez.

-¡Soy un genio humilde niña!, ¡Ya te he dicho que estoy empezando, solo puedo conceder uno!, ¡Ah y no vayas a pedirme cosas demasiado complicadas que aún no tengo mucha potencia!

Del agujerito por donde había salido el gusano brotó una luz verde que se transformó en un oso color violeta.

Aitana se quedó pensando, era mucha responsabilidad elegir algo importante para todos y solo tenía una oportunidad. El genio oso violeta, cruzó los brazos pasado un rato como señal de que se estaba impacientando.

-¡Ya lo sé!, ¡Ya lo tengo!- exclamó Aitana muy satisfecha de su decisión.

-Pues bien, dime lo que deseas y si está a mi alcance te será concedido.

-Quiero que todas las personas del mundo sean felices por lo menos un día entero- dijo Aitana muy convencida.

-Me parece un estupendo deseo, será cumplido y después de decir esto movió sus manos en círculo y desapareció.

Aitana escuchó el timbre que avisaba de que era la hora de volver y se marchó caminando muy pensativa.

Lo que ella no sabía es que gracias a su deseo, muchas personas descubrieron por primera vez una sensación tan inusual y placentera que cambió para siempre sus corazones, y les hizo entender la importancia de una sonrisa.

Paloma Cobollo.

Biografía de la autora.

Paloma Cobollo Castillo (Madrid 1966)

Desde niña muestra inquietudes artísticas y una fructífera imaginación. En la edad adulta y después de escribir muchos relatos cortos, monólogos de humor, letras de canciones y poesía, decide probar suerte con la novela, escribiendo varias y publicando hasta la fecha dos de ellas.

En 2010 gana el premio de relato corto de la Asociación Cultural Barrio La Fuentecilla con un relato titulado Haciendo el payaso por La Gran Vía.

En 2011 autopublica la novela Un Caballero, Dios o El diablo.

En 2014 es tercera finalista en la antología 152 Rosas blancas con el relato La Cita.

Así mismo es participante en diversas antologías de relato corto y con algunas publicaciones en prensa escrita.

El Regreso de Leonardo, editorial Maluma, en 2018, es su último trabajo en novela.

Publicado en A partir de 14 años

Su fantasía (Autora invitada: María Añasco)

Su fantasía iguala su conocimiento,

pies en la tierra,

ojos en el infinito,

la realidad no le impide soñar imposibles.

Sin límites de tiempo y espacio

crea vidas y mundos.

Tristeza y alegría lo inspiran,

dolor y placer lo motivan.

Solo o acompañado

observa, relaciona, elabora, concluye.

Biblioteca silenciosa o bullicioso café,

son su escritorio.

Estudia el pasado,

absorbe el presente,

invoca el futuro.

Con arte pinta las palabras

cultas, eruditas, técnicas o vulgares.

Sostiene la historia en una mano,

con la otra llama al mañana.

Sus ideales movilizan.

Sus metáforas transportan.

Su creación fluye en cascada de pensamientos,

como torrente que entrega cual ofrenda.

Sus frases invaden sentimientos contenidos.

Tiene el maravilloso don del verbo.

Y su verbo…se hace tinta…

y habita entre nosotros…

Él, es…critor.

Ella, es…critora.

Autora: María Añasco

Publicado en A partir de 6 años, Cuento

Las estrellas de Rosa

Rosa soñaba desde pequeña con las estrellas porque la luz que desprendían espantaban sus miedos. Su universo era el universo.

Quiso alcanzar las estrellas para que la oscuridad no invadiera sus pesadillas. Rosa creció y creció, pero siempre su vigilia y sus sueños debían ser iluminados por una lamparita que la hicieran sentir segura: el sol, de día; la luna y las estrellas de noche, hasta que creyó que no solo debía alcanzar las estrellas, sino que era mejor atraparlas, así la luz siempre estarían con ella.

Creyó que no solo bastaba alcanzarlas, sino que necesitaba atrapar a las estrellas

¿Cómo conseguiría atraparlas?

Inventó una linterna con la que proyectaría su haz de luz hacia la estrella que quería y en ese mismo instante la atraparía.

Cada noche salía más y más lejos con su linterna, pues las estrellas más cercanas no estaban, ya las poseía. Sus miedos fueron desapareciendo porque toda la luz del universo la almacenaba, sintiéndose acompañada.

Con su linterna ada noche atrapaba estrellas para sentirse segura

Pronto la oscuridad del cielo se hizo inmensa y Rosa se fijó una noche que la luna estaba muy triste.

—Luna, ¿por qué estás tan apagada? —Le preguntó Rosa atrapando su última estrella. —Mi luz es la misma de todas las noches, son las estrellas las que engrandecen mi brillo, pero ya no queda ni una con quien poder bailar y cantar. —Dijo la luna con la soledad grabada en su cara. —No tengo compañía para iluminar los sueños, que como tú, tienen otros niños.

Rosa se dio cuenta del error que había cometido, tenía que devolver las estrellas a su hogar. Sintió pánico, ya que sus miedos podían volver pero se armó con fuerza y valentía; cogió su linterna y se embarcó en un cohete con el que ascendería hasta más allá de la luna.

Rosa se embarcó con valentía en un cohete

Debía enfrentarse a la oscuridad.

Flotando en la negrura del cielo percibió el silencio, la tranquilidad. No había miedos, ni ruido en su mente, solo paz. Abrió su linterna dejando en libertad las estrellas que volvieron a brillar en el firmamento.

Volvió a sentir que la calma del universo era su universo.

Autora: María José Vicente Rodríguez

Publicado en A partir de 10 años

Dieguito la lombriz Parte 1 (Cuento Jazzz)

Esta es la historia de Dieguito la lombriz.

Todo comenzó el día que la maestra le dijo a Dieguito que a un concurso de baile tenía que asistir, al oír la noticia, su pancita le empezó a crujir y al saber eso mucho miedo le hizo sentir pues a París tenían que ir.

Sus días se vistieron de gris, hasta había perdido las ganas de reír, los demás niños no entendían que pasaba, si Dieguito siempre era el niño más feliz.

Al día siguiente, preocupado por él, se acercó su amiguito Luis y le preguntó qué era lo que lo tenía así, fue entonces cuando Dieguito le contó que ser elegido para el concurso parecía un desliz…

—Vamos, no puedes estar así, de todos tú eres el mejor bailarín. — sonriendo le dijo Luis

—Debo confesarte que nunca aprendí a bailar “Twist”. — temeroso dijo Dieguito

Luis le sonrió y le dijo:

–Ya no te preocupes más iremos con mi tía Beatriz, ella es la mejor bailarina de Twist. —

Un ligero suspiro lanzó Dieguito y presuroso acompaño a Luis.

Al llegar con un gran beso los recibió la tía Beatriz. Luis le contó la historia de Dieguito.

—Ni se diga más y bailemos Twist. —chasqueando los dedos dijo la tía Beatriz.

Continuará…

Imagen y texto de mi autoria

Publicado en A partir de 10 años

A Lotay no le gusta leer (Los viajes de Lotay)

Cuando amaneció, Lotay ya llevaba tiempo despierto por los nervios que sentía con la excursión de ese día.

Su primer viaje a la ciudad lo hizo solo. Pero, ahora, iba con un grupo de chicos y chicas junto con los maestros y algunos padres y madres que colaborarían para descubrir el misterio de la extraña enfermedad que sufría la morera del pueblo.

—¿Cuánto tiempo vamos a estar de viaje? —Preguntó el chico a su madre.

—No lo sé, Lotay —dijo ella–, puede durar varios días o más de una semana.

—Pero cuando yo bajé a la ciudad, fui y volví en un solo día…

—Ya lo sé —cortó la madre—, pero esta vez vamos a averiguar qué está pasando con nuestras plantas, no a hacer una visita a nuestros vecinos.

A Lotay le entusiasmaba que, no solo iba de viaje con sus amigos, sino que también investigarían un misterioso suceso que jamás se había producido en su país: la desconocida enfermedad que estaba matando a sus plantas y que había empezado con la morera de la plaza.

El grupo inició el viaje por uno de los senderos más largos y difíciles que iban desde la cima de la montaña hasta la base. El Maestro explorador dirigía la excursión y avisó que esa misma tarde empezarían la investigación.

Al mediodía llegaron a un rellano rodeado de enormes abetos que daban una agradable sombra. Prepararon el almuerzo y, después de haber comido, los maestros dieron las instrucciones para investigar la causa de la enfermedad de sus plantas.

Los padres montarían las tiendas de campaña donde dormirían todos esa noche, y los niños serían los encargados de recorrer los alrededores en busca de pistas.

A los ocho niños que iban en la excursión, el Maestro explorador los dividió por parejas: un mayor iría con un niño pequeño, y formó cuatro grupos, de los que cada uno exploraría la senda de un punto cardinal.

A Lotay le tocó el camino del norte e iba con Lalo, el hermano pequeño de Karam. El Maestro explorador entregó a cada pareja un cuaderno para que tomaran notas de lo que encontraran e insistió que leyesen muy bien los consejos de la primera página para orientarse durante la exploración.

Lotay era el encargado de tomar notas y leer las instrucciones del maestro.

Como Lalo acababa de cumplir cuatro años, aún no había aprendido a leer y escribir, por lo que Lotay era el encargado de tomar notas y leer las instrucciones.

Al iniciar la senda, Lalo le  pidió a Lotay que leyera lo que había escrito el maestro. El mayor, con un gesto de aburrimiento, abrió la libreta.

En la primera página solo había cinco renglones numerados con las instrucciones que debían seguir:

«1. Vigilar siempre lo que se pisa para evitar accidentes».

Lotay sonrió y movió la cabeza por el consejo tan simple del maestro.

«2. No salirse nunca del camino para no perderse».

Lotay cerró de golpe la libreta.

—Venga, vámonos ya —ordenó.

—¿No vas a terminar de leer? —preguntó Lalo.

—No hace falta —contestó Lotay con superioridad—. Eso lo sabe cualquiera y yo ya he hecho este viaje antes.

El pequeño no replicó y decidió seguir a Lotay que continuó la exploración buscando un camino que llevara a la ciudad. Pero no había forma de bajar la montaña por ahí. La senda por la que iban los niños se adentraba en el bosque, y cuando ya llevaban un par de horas andando, Lotay decidió volver al campamento.

—Pero no hemos tomado notas de las plantas y árboles como dijo el Maestro —protestó Lalo.

—No hay nada raro por aquí —contestó Lotay con prisas—. Vamos rápido que se está haciendo de noche.

No había terminado la frase cuando, a unos metros delante de ellos y escondido tras las ramas de dos árboles, descubrieron la sombra de un gigante que estaba de espaldas.

Los dos niños se escondieron detrás de un arbusto con el corazón a punto de explotar por el susto.

Los niños descubrieron la sombra de un gigante.

Lalo se agarraba a la camisa de Lotay para no separarse de él, pero cuando se dieron la vuelta, se encontraron con otro gigante que miraba hacia su derecha.

Los niños se quedaron paralizados mirando a uno y otro monstruo. Era como si los estuvieran buscando.

—¡Allí hay otro! —dijo Lalo en voz baja tirando de la camisa de Lotay con fuerza.

Era verdad. Al lado de un árbol enorme, otro monstruo estaba de frente a ellos, pero, al parecer, no los había visto porque no se movió.

—Estamos atrapados —dijo Lotay a punto de echarse a llorar.

—Tenías que haber leído lo que había escrito el Maestro —gimió el pequeño.

—Ahora ya no sirve de nada.

Los niños no podían hacer otra cosa más que esperar allí a que los rescataran.

Cuando ya era de noche, el grupo llegó a donde estaban ellos escondidos. Hubo un gran alboroto porque al fin, los habían encontrado, pero los monstruos seguían allí.

El grupo encontró a los niños cuando ya era de noche.

Lotay avisó de la presencia de los gigantes y todos miraron con curiosidad. Entonces, el Maestro explorador preguntó:

—¿Habéis leído mis instrucciones?

—Yo no sé leer aún —se apresuró a decir Lalo.

El Maestro miró al mayor.

—Bueno… —contestó Lotay un poco avergonzado—, no me hacía falta, ya sabía como ir a la ciudad.

El Maestro explorador le pidió que leyera en voz alta lo que había escrito en el cuaderno.

— Uno —empezó a leer el muchacho—. Vigilar siempre lo que se pisa para evitar accidentes.

Dos. No salirse nunca del camino para no perderse.

Tres. No separarse en ningún momento.

Cuatro. Tomar nota de todas las plantas desconocidas.

Cinco. Dirigirse a las figuras de gigantes construidas. Ellas indican los caminos para volver a los campamento.

—¿Y bien? —preguntó el Maestro fingiendo estar enfadado.

—Lo siento —contestó Lotay en tono muy bajo—. Ya sé que si hubiera leído todo, esto no habría pasado.

(Continuará)

Olga Lafuente.