Cuando amaneció, Lotay ya llevaba tiempo despierto por los nervios que sentía con la excursión de ese día.
Su primer viaje a la ciudad lo hizo solo. Pero, ahora, iba con un grupo de chicos y chicas junto con los maestros y algunos padres y madres que colaborarían para descubrir el misterio de la extraña enfermedad que sufría la morera del pueblo.
—¿Cuánto tiempo vamos a estar de viaje? —Preguntó el chico a su madre.
—No lo sé, Lotay —dijo ella–, puede durar varios días o más de una semana.
—Pero cuando yo bajé a la ciudad, fui y volví en un solo día…
—Ya lo sé —cortó la madre—, pero esta vez vamos a averiguar qué está pasando con nuestras plantas, no a hacer una visita a nuestros vecinos.
A Lotay le entusiasmaba que, no solo iba de viaje con sus amigos, sino que también investigarían un misterioso suceso que jamás se había producido en su país: la desconocida enfermedad que estaba matando a sus plantas y que había empezado con la morera de la plaza.
El grupo inició el viaje por uno de los senderos más largos y difíciles que iban desde la cima de la montaña hasta la base. El Maestro explorador dirigía la excursión y avisó que esa misma tarde empezarían la investigación.
Al mediodía llegaron a un rellano rodeado de enormes abetos que daban una agradable sombra. Prepararon el almuerzo y, después de haber comido, los maestros dieron las instrucciones para investigar la causa de la enfermedad de sus plantas.
Los padres montarían las tiendas de campaña donde dormirían todos esa noche, y los niños serían los encargados de recorrer los alrededores en busca de pistas.
A los ocho niños que iban en la excursión, el Maestro explorador los dividió por parejas: un mayor iría con un niño pequeño, y formó cuatro grupos, de los que cada uno exploraría la senda de un punto cardinal.
A Lotay le tocó el camino del norte e iba con Lalo, el hermano pequeño de Karam. El Maestro explorador entregó a cada pareja un cuaderno para que tomaran notas de lo que encontraran e insistió que leyesen muy bien los consejos de la primera página para orientarse durante la exploración.

Como Lalo acababa de cumplir cuatro años, aún no había aprendido a leer y escribir, por lo que Lotay era el encargado de tomar notas y leer las instrucciones.
Al iniciar la senda, Lalo le pidió a Lotay que leyera lo que había escrito el maestro. El mayor, con un gesto de aburrimiento, abrió la libreta.
En la primera página solo había cinco renglones numerados con las instrucciones que debían seguir:
«1. Vigilar siempre lo que se pisa para evitar accidentes».
Lotay sonrió y movió la cabeza por el consejo tan simple del maestro.
«2. No salirse nunca del camino para no perderse».
Lotay cerró de golpe la libreta.
—Venga, vámonos ya —ordenó.
—¿No vas a terminar de leer? —preguntó Lalo.
—No hace falta —contestó Lotay con superioridad—. Eso lo sabe cualquiera y yo ya he hecho este viaje antes.
El pequeño no replicó y decidió seguir a Lotay que continuó la exploración buscando un camino que llevara a la ciudad. Pero no había forma de bajar la montaña por ahí. La senda por la que iban los niños se adentraba en el bosque, y cuando ya llevaban un par de horas andando, Lotay decidió volver al campamento.
—Pero no hemos tomado notas de las plantas y árboles como dijo el Maestro —protestó Lalo.
—No hay nada raro por aquí —contestó Lotay con prisas—. Vamos rápido que se está haciendo de noche.
No había terminado la frase cuando, a unos metros delante de ellos y escondido tras las ramas de dos árboles, descubrieron la sombra de un gigante que estaba de espaldas.
Los dos niños se escondieron detrás de un arbusto con el corazón a punto de explotar por el susto.

Lalo se agarraba a la camisa de Lotay para no separarse de él, pero cuando se dieron la vuelta, se encontraron con otro gigante que miraba hacia su derecha.
Los niños se quedaron paralizados mirando a uno y otro monstruo. Era como si los estuvieran buscando.
—¡Allí hay otro! —dijo Lalo en voz baja tirando de la camisa de Lotay con fuerza.
Era verdad. Al lado de un árbol enorme, otro monstruo estaba de frente a ellos, pero, al parecer, no los había visto porque no se movió.
—Estamos atrapados —dijo Lotay a punto de echarse a llorar.
—Tenías que haber leído lo que había escrito el Maestro —gimió el pequeño.
—Ahora ya no sirve de nada.
Los niños no podían hacer otra cosa más que esperar allí a que los rescataran.
Cuando ya era de noche, el grupo llegó a donde estaban ellos escondidos. Hubo un gran alboroto porque al fin, los habían encontrado, pero los monstruos seguían allí.

Lotay avisó de la presencia de los gigantes y todos miraron con curiosidad. Entonces, el Maestro explorador preguntó:
—¿Habéis leído mis instrucciones?
—Yo no sé leer aún —se apresuró a decir Lalo.
El Maestro miró al mayor.
—Bueno… —contestó Lotay un poco avergonzado—, no me hacía falta, ya sabía como ir a la ciudad.
El Maestro explorador le pidió que leyera en voz alta lo que había escrito en el cuaderno.
— Uno —empezó a leer el muchacho—. Vigilar siempre lo que se pisa para evitar accidentes.
Dos. No salirse nunca del camino para no perderse.
Tres. No separarse en ningún momento.
Cuatro. Tomar nota de todas las plantas desconocidas.
Cinco. Dirigirse a las figuras de gigantes construidas. Ellas indican los caminos para volver a los campamento.
—¿Y bien? —preguntó el Maestro fingiendo estar enfadado.
—Lo siento —contestó Lotay en tono muy bajo—. Ya sé que si hubiera leído todo, esto no habría pasado.
(Continuará)
Olga Lafuente.
Atrapante relato, que además resalta que: hay que leer siempre las instrucciones; que no debemos asumir que sabemos más que los que enseñan sin pruebas; que siempre necesitamos de los cuidados de quienes nos quieren. Felicitaciones. Esperamos con ansias los siguientes pasos de estos decididos vigilantes del medio ambiente.
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Muchas gracias, María. Es verdad, debemos leer bien todo, pero a la mayoría siempre nos pierde la impaciencia. Yo también adolezco de ese defecto 😅
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Que importante es seguir bien las instrucciones. Olga nos tiene intrigados, ¿qué le pasarán a los árboles enfermos?
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Sí que es importante seguir las instrucciones, aunque yo soy la primera en saltármelas. Tengo poca paciencia para según qué cosas 😓
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Que bueno el relato y qué de cosas nos enseñan. Para empezar la importancia de leer y no fiarse de las apariencias. Al final, los monstruos eran parte del camino.
Desde luego, cuando vuelva a leer instrucciones me acordaré de este relato.
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Ja, ja, ja, ja. Y luego están los prospectos de las medicinas, que a ver quién se las lee 😂😂
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