El segundo día de excursión, todos se levantaron tarde, así que decidieron ponerse en marcha después de comer al mediodía.
Los adultos se encargaron de preparar el almuerzo y mandaron a los niños ir a buscar setas para cocinar un estofado.
Estos fueron en parejas, con cestas que pensaban llenar hasta arriba, porque las setas eran un plato que les encantaba a todos. De manera que los cuatro grupos de chicos se repartieron la zona y quedaron en volver en un par de horas.
Pero cuando regresaron, todos se quedaron anonadados al ver que, entre los ocho niños, solo habían encontrado cuatro setas.
—¿Qué ha pasado? ¿Os cansasteis de buscar?—preguntó el maestro explorador.
—No —respondió Santa—. Es que no hay más.
—No me lo creo, Santa —habló el padre de la niña—. Tú eres muy buena buscadora de setas. Siempre traes tu capazo lleno.
—Te prometo que es verdad —replicó Santa—. No hay más setas, se han acabado. Dijo abriendo los brazos.
—Bueno, no pasa nada —la tranquilizó su padre—. Ya saldrán más.
—¡No! Estáis equivocados —interrumpió el maestro explorador— Sí que pasa, y lo que está pasando es muy grave.
—No te preocupes, maestro —dijo la madre de Lotay—. Buscaremos por otros sitios.
—¡¡No!! —El maestro explorador estaba fuera de sí—. No lo entendéis. ¿Coméis muchas setas?
Todos se miraron extrañados por la pregunta que les hacía el maestro.
—Eh… pues todos los días —contestó el padre de Santa— Es nuestra comida principal, el plato tradicional. A mí me gusta comer como se ha hecho siempre —dijo orgulloso.
—¡¡No quedan setas!! —repetía el explorador girando a su alrededor con las manos en la cabeza.
Nadie entendía nada. Las setas estaban muy buenas, pero tampoco era para ponerse así.
—Eso es señal de algo terrible —continuó—. Las setas nacen de los hongos; si no hay setas, significa que los hongos están desapareciendo.
—¿No son lo mismo? -preguntó sorprendido otro de los padres.
—No. Eh… sí… bueno sí, pero no…

—A ver… —se dirigió la madre de Lotay del resto del grupo—. Tendríamos que haber traído con nosotros al maestro médico. ¿Alguno de nosotros podría volver al pueblo para buscarlo?
El explorador se dio cuenta de que los demás estaban pensando que se había vuelto loco y quiso explicarse.
—Perdonad. Me refiero a las raíces de estas setas, lo que va por debajo de la tierra. Esos pequeños hilillos son los que mantienen sano al bosque.
El maestro explorador vio que todos, padres, niños e incluso los otros maestros estaban atentos a sus palabras.
—Los hongos crean una maraña de minúsculas raíces que se extienden por todo el bosque, y es como si fuera un red telefónica o de fibra óptica con internet para comunicarse con todo lo que lo habita.
El padre de Lalo se había quedado paralizado ante la explicación del maestro, con la boca tan abierta que una pareja de gorriones podría haber construido ahí su nido. Pero la mayoría seguía pensando que había que ir a buscar a un médico con urgencia.
—¡¡Sí!! —Se animó a continuar el maestro explorador—. Bajo el suelo de todo el bosque hay un mundo mágico en el que todas las plantas, flores y árboles se comunican. Y todo, gracias a los hongos. Por eso no pueden desaparecer.
—Qué cosa más increíble —Esta vez habló el maestro agricultor—. ¿Quieres decir que las hortalizas y árboles que crío hablan entre ellos?

—Yo había oído algo —contestó el maestro jardinero—. Pero que gracias a los hongos, todo el terreno se regeneraba.
—Eso es —continuó el maestro explorador—. Los hongos eliminan lo que va muriendo, evitando que se acumule la basura y, por debajo de la tierra, hace que los árboles y plantas se comuniquen para avisar de cualquier cosa que les afecte, como las enfermedades.
—Entonces… —siguió el maestro agricultor pensativo— si al inicio del bosque empezó una enfermedad o una plaga, las plantas de allí no han podido avisar a las de aquí…
El padre de Santa estaba paralizado con las manos en la cabeza diciendo que todo era culpa suya por haber comido tantas setas durante toda su vida.
El resto del grupo también se sentía culpable porque no pasaba ni un solo día en que no comieran setas.
—No os preocupéis —tranquilizó el explorador—. Lo que hay que hacer es no abusar con un solo alimento y asegurarnos de que este no se vaya agotando. Si paramos un poco, las setas volverán a salir.
—Entonces —habló otra de las madres—, ¿ya hemos resuelto el misterio de la morera enferma?
—No —respondió el maestro explorador—. Sabemos por qué la enfermedad ha llegado hasta aquí, pero no su origen.
—¡Pues tendremos que seguir con el viaje!, ¿no? —preguntó Lotay sin poder evitar una sonrisa.
—Sí, Lotay. Tenemos que continuar con nuestro viaje.

(continuará).
Olga Lafuente.
Toda una enseñanza este cuento. Maravilloso Olga. Me ha faltado saltar a la historia e introducirme entre los hongos, has creado ahí un nuevo mundo lleno de ideas.
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Diría que es toda una fantasía, pero no, es real. Aluciné cuando me enteré que los árboles se comunican con sus vástagos para avisarles de una amenaza.
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Preciosa enseñanza y recién estamos entrando al nudo del relato, sigo ansiosa por el desenlace. Hermoso desarrollo que hace participar a los integrantes de la historia. Felicitaciones!
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Muchas gracias, María. Espero que los próximos capítulos no sean tan largos para que puedan entretener a más niños y niñas sin que se cansen.
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