Publicado en A partir de 11 años, Cuento

El río está hecho un desastre (Los viajes de Lotay)

Continuación de https://revistacometasdepapel.com/2022/04/29/quien-se-ha-comido-las-setas-los-viajes-de-lotay/

La tarde que el grupo de Lotay descubrió que habían desaparecido las setas, Santa y su hermana pequeña, Indra, volvieron de dar un paseo con otra terrible noticia: el río que nacía en la cumbre de la montaña de su país y que se dirigía al mar, donde estaba la ciudad de las carreteras y altos edificios, iba lleno de forraje, restos de hierbas y ramas secas.

—No me gusta beber agua del río —dijo Indra con cara de disgusto.

—Está lleno de basura —explicó Santa.

—¿Cómo es posible? —se preguntó muy sorprendido el maestro agricultor— Yo planto muchas cosas en los alrededores del río porque su agua es cristalina, mis hortalizas crecen sanas y riquísimas gracias a él.

Fueron a ver lo que decían las niñas y comprobaron que, por la corriente del agua, bajaban plantas secas, frutas y verduras que se habían echado a perder, ramas, hierbas muertas… Eso iba a ser un problema muy grave porque el río era la única fuente de agua para ellos y, si seguía ensuciándose, todos caerían enfermos.

—¡Como la morera del pueblo! Por eso están enfermando nuestras plantas, porque el agua está contaminada —exclamaba muy enfadado el maestro jardinero—. Esto es culpa de los habitantes de la ciudad de abajo. Nos han traído la contaminación del humo de sus coches.

—En realidad… —replicó la madre de Lotay en un tono muy bajo—, no quiero llevar la contraria, pero la corriente del agua baja, no sube. Eso significa que la suciedad la estamos enviando nosotros a la ciudad.

El maestro jardinero, que echaba la culpa de todo lo malo a los habitantes de abajo, no podía creer lo que estaba oyendo.

por la corriente del agua, bajaban plantas secas, frutas y verduras que se habían echado a perder, ramas, hierbas muertas…

—Nosotros llevamos una vida saludable y respetuosa con la naturaleza. No hemos hecho nada para dañarla. Seguro que los de la ciudad nos han traído algo.

—Vamos a ver de dónde viene toda esta suciedad —propuso el maestro explorador muy decidido.

Todos siguieron al explorador subiendo la montaña por la ribera del río observando los restos que llevaba la corriente.

—Gran parte de este forraje es tuya, ¿verdad? —preguntó el explorador al maestro agricultor.

—Hum… Sí…, pero no entiendo… —respondió el maestro un poco avergonzado—. Llevo muchos años cuidando de mis huertos y nunca ha pasado esto.

—Subamos un poco más —dispuso el explorador.

Todo el grupo de niños y padres iba detrás en silencio, como si un secreto muy importante estuviera a punto de desvelarse hasta que llegaron a un pequeño lago hecho en el cauce del río.

El lugar estaba cubierto de basura que flotaba girando en el agua esperando a que la corriente la arrastrara río abajo.

—De aquí sale todo —dijo el maestro jardinero satisfecho—. Son los restos que dejaron los castores que estaban aquí.

—Y ahora, ¿dónde están los castores? —preguntó el explorador.

—Me los llevé de aquí hace un par de meses —respondió el jardinero.

—¿Qué te los llevaste? ¿A dónde? —preguntó el agricultor indignado— Esa familia de castores llevaba años aquí. Este era su hogar.

—No les ha pasado nada —se defendió el jardinero—. Solo los he trasladado cerca de la desembocadura.

—¡Eso ya está en la ciudad! ¿Qué van a hacer allí? —exclamó el agricultor.

—Pues por lo pronto, no harán ningún daño —contestó el jardinero—. Mira cómo lo tenían todo. Destrozaron mi jardín de cerezos y almendros para hacer una presa con los troncos.

—Pues por lo pronto, no harán ningún daño —contestó el jardinero—. Mira cómo lo tenían todo. Destrozaron mi jardín de cerezos y almendros para hacer una presa con los troncos.

—¿Tu jardín de cerezos y almendros? —se extrañó uno de los padres.

—Sí —Se dirigió el maestro a todos—. Estaba construyendo un jardín precioso con árboles de todos los colores junto al río y estos bichos los talaron con sus dientes para construir una presa.

—Pues claro que sí. Esa es su función —respondió el agricultor—. Gracias a las construcciones que hacen con los troncos, los desechos quedan retenidos, el río circula limpio y las tierras de alrededor son más fértiles. Ahora tendremos que ser nosotros los encargados de limpiar esto hasta que vuelvan los castores.

—¿Que vuelvan los castores…?

—Sí —atajó el explorador—. Te traerás de vuelta a la familia de castores, si es que no los han metido ya en un zoológico. ¡A ver si vamos poniendo un poco de orden en todo lo que tenemos aquí montado!

Ahora tendremos que ser nosotros los encargados de limpiar esto hasta que vuelvan los castores.

—Entonces… —se dispuso a preguntar Lotay levantando con timidez el brazo—, ¿Ya está resuelto todo? ¿Solo hay que traer a los castores para que se cure la morera?

—¡No! —respondió el maestro explorador mientras volvía enfadado al campamento—. Mañana bajaremos la montaña a ver qué otros destrozos hemos hecho.

Lotay miró a Santi con cara de preocupación y ambos cruzaron los dedos para que al día siguiente el maestro explorador no descubriera nada nuevo que lo pusiera de peor humor.

Continuará…

Olga Lafuente.

Autor:

Amante de las letras. Escribo y leo mucho. Empecé con microrrelatos y relatos cortos, realizo retos para practicar y conseguir experiencia. Estoy trabajando para escribir obras más largas. Todo esto lo hago aquí, en mi laboratorio de escritura y mi cuenta de Twitter @Olga_Lafuente.

3 comentarios sobre “El río está hecho un desastre (Los viajes de Lotay)

  1. Uis, yo creía que se había descubierto el problema de las moreras enfermas, pero Olga nos vuelve a dejar con la miel en los labios con un cuento la mar de instructivo y precioso. Todo es una cadena en la naturaleza, cuando un eslabón se tuerce o falta, todo se quiebra.

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