Publicado en A partir de 10 años, Cuento

El secreto mejor guardado

Miguelín, como lo llamaban en casa, tenía un secreto guardado: ¡le encantaba bailar! Podía estar horas y horas haciendo videos de bailes. Cada uno era diferente al otro e iba aumentando la dificultad, luego los guardaba a buen recaudo en su ordenador, bien encriptados para que nadie pudiera verlo. Entrenaba a diario en su habitación pasos de diferentes tipos de bailes:  funky, hip- hop, incluso probó el jumpstyle.

Después de entrenar se preparaba un baile hasta que pensaba que ya quedaba perfecto o estaba muy cansado; luego se grababa en video y lo guardaba sin verlo. Nunca se había visto bailando porque era tremendamente tímido y por eso nadie conocía su secreto, ni siquiera sus padres.

Pero pronto se dio cuenta que su habitación se le quedaba muy pequeña y necesitaba un espacio más grande donde poder entrenar. No le dejarían que se alejara mucho de su casa porque solo tenía diez años, así que después de pensarlo mucho debía tomar una decisión. Le contaría su secreto a su abuela, ella lo entendería, había sido bailarina profesional.

—Abuela, tengo que decirte una cosa muy importante para mí. No lo sabe nadie y necesito tu ayuda. — Miguelín estaba muy nervioso y no sabía cómo contarle a la abuela su secreto. — ¿Por las tardes podría venir a tu casa a entrenar?

—¿Y qué vas a entrenar y dónde? —El sudor empezó a correr por la frente de Miguelín, las manos ya le resbalaban, un nudo se le hizo en el estómago cuando la mujer sintió mucha curiosidad.

—Había pensado en tu sótano que es muy grande.

—Uy hijo, claro que sí puedes venir, pero el sótano está preparado como sala de baile. Debes tener cuidado con los espejos y con el suelo si vas a utilizar pelotas u otras cosas. Porque, ¿qué vas a entrenar?

—Esto, yo, yo, …—Miguelín no sabía cómo actuar.

—¡Hijo, arranca! ¡Dímelo ya! Debo saber qué harás abajo todos los días, tu madre me pedirá explicaciones y como comprenderás tendré que dárselas.

—Abuela, llevo bailando algunos años y mi habitación se ha quedado pequeña. Ni mis padres, ni nadie sabe que bailo.

—Ja, ja, ja eso te lo crees tú. Cariño mío, tus padres claro que lo saben y yo también. Demasiado tiempo has tardado en venir a mi casa. ¿Cómo crees que llega hasta a ti la música de hip hop y funky y el resto de música callejera que encuentras de forma casual en tu casa?

—¿Cómo que todos sabéis que bailo? ¿Cómo? —MIguelín no daba crédito a lo que escuchaba.

Por la cabeza le pasó que los padres habían roto la seguridad de su portátil o….

—Miguelín, hijo, no le des más vueltas a las cosas. El que te guste el baile es maravilloso y además lo haces de maravilla, te lo digo yo que entiendo de esto. Mi pasión por la danza contemporánea parece que hizo mella en ti cuando eras pequeño, pero dejaste de practicarlo por miedos e inseguridades, por tu timidez.

—Pero ¿cómo sabéis que bailo?

—Porque tu habitación da justo al patio delantero y te vemos por los grandes ventanales que tienes, hijo.—El niño se golpeó la cabeza con la mano, el asombro se dibujaba en su cara.

Es cierto que Miguelín encontraba cds o pen drives por diferentes lugares de la casa y los cogía para escucharlos. Luego investigaba qué tipo de música era y los bailes a los que se asociaban y luego practicaba con sus airpods con la música a toda pastilla. Cuando bailaba se abstraía tanto en su mundo que no veía nada más, ni a sus padres, ni a su abuela que lo observaba desde fuera.

—Hijo mío, aquí podrás practicar con la música que desees sin necesidad de estropear tu audición, ya no necesitarás esos auriculares tan raros que usas. Serás libre de bailar lo que desees. ¡Ah, por cierto! Invita a tu vecina Sofía, porque está deseando que le enseñes esos pasos de bounce o rocking del hip hop.

—Pero abuela, ¿cómo sabes esos pasos?¿Cómo sabe Sofía que…?

—Querido niño, sin que te dieras cuenta he ido guiando tus pasos.

Autora: María José Vicente Rodríguez

Publicado en A partir de 10 años, Cuento

Ni un escarabajo pelotero (Los viajes de Lotay) 1° Parte

Continuación de https://revistacometasdepapel.com/2022/05/26/el-rio-esta-hecho-un-desastre-los-viajes-de-lotay/

El grupo de chicos y chicas junto con los padres y maestros se levantaron muy pronto para la excursión montaña abajo y seguir investigando qué daños se habían producido en el medio ambiente.

Era el último día de excursión y volverían a la aldea por la tarde, de manera que todos se iban a tener que aplicar en encontrar qué era lo que provocaba la enfermedad de su morera centenaria.

Bajaron junto al río a paso lento fijándose en cualquier detalle que les diera alguna pista, y Reyna aprovechó para hacer lo que más le gustaba, buscar insectos. Pidió a Lalo que la acompañara porque él era el más pequeño y no pondría ninguna pega, y se fueron a un prado cercano donde Reyna estaba segura que encontraría toda clase de mariposas.

Lotay, Santi y Karam dijeron que su investigación se iba a centrar en comprobar los peces que había en el río, pero la realidad es que lo que buscaban era chapotear y revolcarse en el agua.

Cada cual hizo lo que más le gustaba: se bañaron, corrieron, los padres pasearon e, incluso, el padre de Karam se tumbó al sol.

Reyna y Lalo volvieron del prado con una noticia.

—¡Atención todos! —A Reyna le gustaba mucho que la escucharan cuando ella hablaba—. Lalo y yo hemos estado en el prado para buscar insectos, que ya sabéis que entiendo algo de eso porque me estoy preparando para entomóloga… —A Reyna también le gustaba mucho hablar de sí misma—, y ¿sabéis qué ha pasado? —Miró a su alrededor para asegurarse de que todos la escuchaban. Lalo puso los ojos en blanco.

—¡No hemos encontrado nada! —exclamó la niña cruzando los brazos ante su cara y abriéndolos de golpe.

—¡Buah! Ya estamos otra vez —refunfuñó el maestro explorador.

—Pero…na-da na-da —decía Reyna cruzando y descruzando los brazos ante la cara cada vez que pronunciaba la palabra nada.

Reyna aprovechó para hacer lo que más le gustaba, buscar insectos.

—Es verdad —dijo Lalo muy serio — . Yo he buscado escarabajos peloteros para tener uno como mascota, pero no he encontrado ninguno.

—Estoy harta de decirte que no metas porquerías en casa —le regañó su madre.

—Bueno… —interrumpió el maestro explorador dando dos palmadas —. Vamos a ver qué pasa porque esta noche quiero dormir en mi cama.

E inmediatamente, subió la cuesta que llevaba al prado sin bichos seguido por todos los demás que resoplaban casi sin aliento. Allí, el maestro explorador junto con el jardinero comprobaron que Reyna y Lalo decían la verdad.

El maestro agricultor se había apartado a otro lugar y volvió diciendo que con las abejas de sus colmenas había pasado algo parecido y casi habían desaparecido.

—No es nada bueno, no señor —repetía el maestro agricultor negando cabizbajo—. Si desaparecen mis abejas, mis plantas no tendrán frutos y perderemos todas las flores.

(Continuará)

Olga Lafuente.

Publicado en A partir de 11 años

¡Padre no puede enterarse!, Mamen Ruiz

Capítulo 1. La Ninfa de Cristal

Las ninfas Náyades esperaban su turno en la sala contigua a donde se celebraban las audiencias. Después de arduas deliberaciones e infinidad de puertas cerradas, solo  quedaba ese último cartucho antes de desencadenar una disputa, o lo que sería aún peor: la guerra. Nunca se había dado el caso con anterioridad, eran un pueblo pacífico, acomodado en la otra cara del río Naydés.

―La Ninfa de Cristal pondrá orden, Dulaida. ¡No debes preocuparte!  ―le dijo Aretusa, mientras sostenía su mano para tranquilizarla.

―¿De verdad lo crees?  ―preguntó inquieta.

El servicio le ofreció un té y una porción de tarta de manzana a cada una. Aretusa, cuando olió el pastel de manzana, dio un respingo hacia atrás en su asiento. Había infinidad de tartas y ¿tenía que ser aquella? Aquel olor la transportó a un sueño recurrente de los últimos días: ella aceptando una manzana de una bruja en el río. Confiada, la tomaba de su propia mano, aspiraba su aroma dulzón y le daba un mordisco. Siempre despertaba en esa parte de su pesadilla, justo antes de sumergirse en un sueño profundo y eterno. No recordaba ninguno que no se hubiese cumplido, pero no digería aquel final.

Pasaron a la sala de conferencias; la Ninfa de Cristal miraba hacia los grandes ventanales, distante y con severidad. Desde allí, como en una pantalla de cine, se proyectaba la profundidad del valle con cada uno de sus recovecos. Ningún ser vivo, grande o pequeño, escapaba a su mirada; eso le ganó otro sobrenombre: la Señora que nunca duerme. 

Contemplaba en silencio y solo en raras ocasiones había intervenido o impuesto su autoridad de forma implacable, casi sin pestañear. Su mayor sueño era librarse de aquel trono y disfrutar como cualquier otra ninfa de la belleza del río y de aquel bosque lleno de magia escondida en cada tronco de árbol, debajo de cada piedra, en el susurro de las aguas de las cascadas; quedaba siempre pospuesto con una nueva problemática en el valle. No estaba bien marcharse en medio del caos.

Nida hizo un suave gesto con la mano y todos los presentes se retiraron. Esperó la reverencia, parte del protocolo, para descender las escaleras del trono y fundirse en un abrazo. Las lágrimas inundaron los rostros de las tres hermanas.   

            Nida, la Ninfa de Cristal, conocía bien todos los detalles de la nueva consulta de sus hermanas, los había vivido de primera mano, pero percibió en el brillo de los ojos verdes de Aretusa la necesidad de hablar de ellos. Aquellos ojos cristalinos apaciguaban su ánimo. En ellos se reflejaban el carácter y la fortaleza de su hermana. Una ninfa especial, cuya esencia contradictoria formaba su verdadera identidad. Por un lado, llevaba a buen término las más duras de las pruebas atentadas contra la naturaleza sin mostrar emociones; y por otro, lloraba amargamente ante el cuerpo abandonado de un pajarillo en una red cuando estaba a solas.

            Siempre tuvo claro quién dirigiría el valle. Es cierto que Dulaida era la ninfa con mayor fortaleza física; pero no le gustaba hablar en público y dudaba constantemente ante las cosas insignificantes de la vida: peinado, ropas, comida… De ahí provenía su sobrenombre, combinando las palabras «la duda». No le gustaba dar órdenes; sin embargo, ejecutaba sin despeinarse las indicaciones de Aretusa o Nida, y por muy complicadas que fuesen siempre hallaba un modo de llevarlas a buen término.

            ―Sentimos importunarte con nuestras cosas, Nida, pero ya sabrás qué está pasando en el río ―comenzó Aretusa―. El río Naydés ha sufrido toda suerte de desgracias en los dos últimos años. Una de las fábricas tuvo un escape de vertido tóxico que acabó contaminando el agua, alteró completamente el ecosistema. Algunas especies llegaron al límite de la extinción; muchos ejemplares morían por el agua o por falta de alimento. Fue muy duro para nosotras. Algunas ninfas siguen con pesadillas.

            »Moviste los hilos ―continuó Aretusa― y Medio Ambiente, Protección Civil y un equipo bien organizado de voluntarios prestaron su ayuda. Retiramos los cuerpos, pero las plagas de insectos y alimañas no solo aparecieron, sino que además transmitieron infecciones a casi todos los ejemplares sanos. Los animales supervivientes emigraron en busca de sustento y de condiciones más favorables.

            ―¡Un daño irreparable! Tomaron acciones legales contra la fábrica, no reunía las medidas de seguridad ―Nida remarcó las palabras «acciones legales».

            ―Lo sé, Nida, te agradecemos tu ayuda; lo sabes, ¿verdad?

            ―Sí ―dijo casi en un susurro la Ninfa de Cristal.

            ―Hace unos cuatro meses, cuando el ecosistema comenzaba a recuperar su equilibrio y las aves habían retornado de su ciclo migratorio al valle, la caza furtiva experimentó un crecimiento considerable. Los hay para quienes solo es un juego de tiro al blanco: ¡ni siquiera recogen sus presas! ¡Las recuentan para alardear en una partida de dardos, o sacan unas fotos para el Facebook! ―Aretusa notó cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla. Solo mostraba sus emociones delante de ellas―. No tengo nada en contra de la caza, pero no así…

            ―¡Por supuesto! ―indicó resignada Nida―. Conseguimos el cartel de coto privado para este caso.

            ―Un mes y medio después… ―continuó Aretusa―. ¿Qué me dices de los domingueros?, ¿y los mochileros? Con sus toallas, caravanas y tiendas de campaña masificaron las orillas del río. Otro verdadero desastre medioambiental. Contemplábamos una hilera de residuos a lo largo del curso del río. Muchas de las hogueras y barbacoas carecían de licencia y se realizaban en zonas no habilitadas para ellas, provocando pequeños y medianos incendios.

            Nida hizo un gesto instintivo, tocó su cabello. Ya no lucía su largo pelo rubio ondulado, que atesoraba como el más bello sus dones.

            ―Algunas personas daban alimentos en mal estado a los animales salvajes y enfermaban ―remarcó la Ninfa de Cristal.

            ―¡Siento lo de tu pelo, Nida! ―exclamó volviendo al presente y a la realidad de su hermana mayor.

            ―¡Es un mal menor! El pelo crece de nuevo.

            ―Salvaste a muchos animales; sin ti, hubiesen sido presa de las llamas. Lo sabes, ¿verdad? ―señaló Aretusa acariciando el hombro de su hermana.

            ―Sí, cielo. No me he acostumbrado todavía. Eso es todo. ―Apretó con sus manos las que fueron las más delicadas entre todas las ninfas―. Tú tampoco escapaste del todo bien. ¿Se curarán?

            ―Sí. ¡Es un mal menor! ―repitió las palabras de su hermana en tono de complicidad mientras guiñaba un ojo.

            ―Algunos animales tenían tanto miedo de beber en las aguas por si los apresaban o maltrataban que casi murieron de sed ―siguió Aretusa―. ¿Recuerdas? Preparamos algunos bebederos en lugares estratégicos fuera de la vista de los humanos.

            ―Sí. Los fuimos rotando para que las personas no siguieran el rastro de los animales.  ―Es cierto. Lo recuerdo como si fuera ayer; esta vez obtuvimos el cartel de reserva natural y prohibieron el paso a los excursionistas y domingueros. Y ahora… ―Tomó aliento―. No hay permiso, ni licencia que solvente este nuevo problema.

TALLER DE LECTURA

1.1. TALLER DE LECTURA

1. Resumen del capítulo.

2. Opinión personal. Podemos centrarnos, entre otros, en la trama, personajes principales, final del cuento… Señalando alguno o varios de estos aspectos, fundamentaremos si nos ha gustado o no.

3. Contesta a las siguientes preguntas:

a. ¿Qué le ofreció el servicio a las Ninfas mientras esperaban en la sala de espera?

b. ¿Cuál es el sobrenombre de Nida? ¿Y de Aretusa?

c. A una de las Ninfas la llaman Dulaida, ¿por qué?

d. ¿Quién dirigía el Valle?

4. Busca en el diccionario y copia en tu cuaderno: contigua o contiguo, ardua o arduo, deliberaciones, implacable y reverencia.

5. Explica el significado de la siguiente “frase hecha” que aparece en el capítulo.

-Solo  quedaba ese último cartucho antes de desencadenar una disputa.

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Este libro incluye cuadernillo de actividades para realizar dentro del Plan lector de tu colegio.