Publicado en A partir de 6 años

El sueño de Amalia

El sueño de Amalia

Amalia es una pequeña niña, linda y muy dulce, como todos los niños.

Ella adora los animales, pero nunca ha tenido uno en casa. Ese es su mayor sueño: tener una mascota a quien querer y con la que pueda jugar.

Su padre le ha explicado que no se deben comprar a las mascotas, ni tampoco ser regaladas.

—¿Por qué no se puede, papá? —preguntó lo niña, algo triste.

—Es para evitar que los animales sean luego abandonados por las personas. —contestó su padre, tratando que su pequeña le entendiera.

—Yo lo querría mucho, y nunca, nunca, le haría daño ni lo abandonaría —fue la respuesta de Amalia y sus palabras llegaron al corazón de su papá.

—Lo sé, mi niña. Quizás un día, cuando estés algo mayor y sepas como cuidar a un perrito, darle su alimento, bañarlo y puedas limpiar todo si ensucia, entonces te llevaré a un refugio para adoptar un pequeño cachorro, el que más te guste.

Los ojos de Amalia se iluminaron como dos estrellas brillantes. Esa es su gran ilusión y esperará el día en que pueda adoptar a su mascota.

—Gracias, papi. Me alegraré mucho si lo podemos hacer.

Y Amalia se sentó en un lugar del salón, imaginando que tenía a el pequeño perrito en sus brazos, que jugaba con él. Cuando eso sea una realidad, le pondrá un bonito nombre, cuidará de él y le dará mucho amor. Será como tener un amiguito con quien compartir momentos felices.

Amalia imaginaba el momento cuando jugaría con su perrito.

Un año después, cuando Amalia tenía seis años, su padre la llevó al refugio a buscar un perrito que necesitara un hogar. Allí, apenas entrar, su mirada se dirigió al lugar donde una pequeña perrita de color canela estaba echada, como esperando a que alguien fuera por ella.

Hicieron los arreglos y le dieron a la pequeña chihuahua en adopción. Al llegar a casa, el padre pregunto:

—¿Qué nombre le pondrás a tu amiguita?

Amalia mostró una gran sonrisa y le contestó:

—Canela, se llamará Canela, como el color de su pelo.

Desde ese día, la casa se llenó de alegría y risas con los juegos de Amalia y Canela. Eran dos seres hermosos: ella llena de ternura, y la perrita, inteligente y juguetona, aunque también era algo ruidosa, con sus agudos ladridos.

Nota del autor: Dedicado a mi sobrina nieta, Amalia, por su cumpleaños.

Autor: Adalberto Nieves. @Yocuento2

Imágenes: Fotos del autor e imágenes de Pixabay

Publicado en A partir de 6 años

Anochecer en la laguna

Todas los días, cuando el sol comienza a apagarse despidiendo la tarde y antes de oscurecer, los animales del matorral comienzan a reunirse para contar sus andanzas del día y no falta que en ocasiones se arme alguna fiesta en la que todos participan gustosos.

Hoy fue uno de esos días. Con los últimos rayitos del señor Sol, cuando el cielo y las nubes se visten de tonos dorados y anaranjados, empiezan a llegar los amigos, reuniéndose cerca de la laguna.

Las aves más grandes se posan en las altas copas de los árboles y los pájaros pequeños se acomodan en las ramas más bajas, haciendo que las copas de los árboles parezcan gigantes adornados de pequeñas figuritas aladas de todos los colores.

Las lagartijas y las iguanas se quedan por el suelo, entre peñascos y trozos de maderas de las ramas caídas.

Los sapos, que nunca son bien vistos por sus grandes barrigas y enormes bocas, ocupan las piedras y hojas grandes que flotan en el agua.

Así van llegando todos los animales y arman su festín. Las guacamayas cantan y las cacatúas ríen estrepitosamente.

Los grillos, acompañan el canto con su agudo tono, haciendo el coro.

Cuando ya casi oscurece y la luna está por aparecer sobre las colinas, hay gran bulla en el lugar, pero no durará mucho porque cuando están en lo mejor de la fiesta, llega el señor búho, el muy respetable maestro y manda a callar a todos, recordando que las noches son para dormir y él quiere descansar.

Todos, muy respetuosamente guardan silencio y van a ocupar el lugar en donde acostumbran dormir. Las estrellas brillan, la luna resplandece y hay tranquilidad en el matorral.

Todos dormirán hasta que el señor Gallo los despierte con su quiquiriquí al amanecer de un nuevo día.

Autor: Adalberto Nieves

Ilustraciones: Pixabay

Publicado en A partir de 12 años

La navidad en Monte Alto

La navidad en Monte Alto

(por Adalberto Nieves)

La noche del 24 de diciembre, como todas las noches en Monte Alto, estaba fría y oscura. Este es un pequeño pueblo entre colinas, en donde no existe el alumbrado público y su población, gente muy pobre, no supera los mil habitantes.

Los más viejos cuentan a los niños lo que hacía mucho tiempo habían conocido. Hablaban de una fiesta que se celebraba  en un día como aquel, la nochebuena de navidad, pero que había dejado de ser fiesta para convertirse en recuerdos llenos de nostalgia.

Daniel, un pequeño de seis años, preguntó a su abuelo:

—Abuelo ¿ de qué fiesta hablas?

El abuelo, tratando de disimular su tristeza, le contó de la navidad.

Daniel insistía preguntando:

—¿Por qué ya no se celebra la navidad?.

El abuelo le respondió que la navidad no es para los pobres.

Esa noche, Daniel soñó que el pueblo se llenaba de luces de colores, que el aire se impregnaba de ricos olores a pasteles y dulces, que todos en el pueblo cantaban y bailaban alegres, intercambiando regalos.

Daniel despertó a la mañana siguiente y por una pequeña ventana del cuarto que compartía con sus cinco hermanos, vio que todo estaba igual. No había luces ni gente festejando.

El niño recordó lo que le había contado su abuelito. No conocería la navidad, pero se sintió feliz por haberla vivido en sueños. Salió al patio y entre la hierba vio una linda flor de pétalos rojos, la cortó con cuidado y fue a buscar al anciano. Le dio la flor y enseguida un fuerte abrazo, diciendo:

—Feliz navidad, abuelito.

Con ese pequeño gesto, ambos entendieron que la navidad no es solo fiestas, luces y regalos, que es también dar y recibir, por sencillo que sea lo que se obsequia, y que sobre todo, la navidad es compartir amor.

Autor: Adalberto Nieves

Ilustraciones: Pixabay

Publicado en A partir de 6 años

Deseos de navidad

Deseos de navidad

Pastor es un pequeño niño, muy curioso y quiere siempre aprender cosas nuevas.

Una tarde entró al salón en donde su abuelito fumaba su pipa de madera. El abuelo se llama Nicolás y es un señor de barba y cabellos blancos.

Pastor se acercó a su abuelo y éste al mirarlo, sonrió feliz.

—Abuelito, ¿qué haces? —preguntó el niño.

—Pienso en como hacer felices a los niños —le contestó Nicolás.

—¿A mí? —consultó intrigado Pastor.

—A todos los niños. Hay muchos niños como tú en el mundo. —Fue la respuesta del abuelo.

En una mesa cerca del sillón en donde estaba sentado Nicolás, había una libreta. Era una lista con nombres y direcciones. El señor de barba blanca era el encargado, desde hacía muchos años, de llevar un regalo a cada pequeño en cualquier lugar del mundo. Pastor, que aun era muy chico, no conocía esa tarea que su abuelo hacía cada año durante los días de navidad. Y como siempre, quería saber todo, le preguntó:

—Abuelito, y ¿cómo sabes qué regalo llevarle a cada niño?

—Es muy sencillo, Pastor. Ellos me envían cartas en la que me cuentan cual es su regalo soñado.

Pastor miró que a un lado, su abuelo tenía una caja muy grande llena de sobres con estampillas. Eran seguramente las cartas que recibía. Le hizo otra pregunta a su abuelito:

—¿Y todos los niños reciben su regalo? ¿Hay para todos? —dijo con cierta preocupación.

Nicolás, al ver la carita intrigada de su nieto, lo tranquilizó diciendo:

—Lo hay. Siempre hay un regalo para cada chiquillo que haya sido un buen hijo y tenga los mejores pensamientos. No siempre es un juguete lo que reciben. A algunos les toca otras cosas, como el poder soñar, el poder cuidar a algún animalito; o tener un árbol cerca de casa, del que puedan tomar alguna fruta para la merienda.

Pastor, pensó unos segundos y su rostro se iluminó con una sonrisa. Con su alegre vocecita y los ojitos iluminados de emoción, le dijo al abuelo:

—Ya entiendo, abuelito. Es solo desear lo que se quiere. Y también desear el poder regalar. Mi deseo es que en esta navidad puedas entregar muchos obsequios, uno al menos para cada chico. Deseo también, para mí, tenerte siempre conmigo, abuelito.

Y dicho esto, Pastor abrazó con fuerza al anciano, que muy emocionado mostró en su cara la más luminosa de las sonrisas que se podía tener.

Desde el comedor se escuchó la voz de la madre de Pastor, que llamaba a la mesa. Hoy habría una deliciosa cena para toda la familia, sus padres y sus hermanos, acompañados de los abuelos y su tía madrina. Sería una feliz cena de navidad.

Autor: Adalberto Nieves

Ilustraciones: Pixabay

Publicado en A partir de 12 años

Antonio el pastelero

Antonio se levantaba muy de madrugada cada día. Como panadero y pastelero, debía comenzar sus labores muy temprano, para que le rindiera el trabajo y poder tener sus productos listos en la mañana al abrir su pequeño local. Esa era una rutina que se repetía día a día, no importaba la fecha del año. Todos eran días de trabajo.

A pesar de lo fuerte que era su actividad, a él le gustaba mucho lo que hacía. Elaborar pan y pasteles le daba la satisfacción que no le brindaba ninguna otra cosa. Llevaba más de treinta años como artesano del pan, desde que era muy joven y ayudaba a su padre, quien fue el dueño original del negocio.

Antonio fue el único miembro de la familia que se dedicó a mantener en funcionamiento la panadería y lo hacía con mucho agrado. Agradecía todos los días el haber sido el aprendiz de su padre, de quien conoció todos los secretos de ese oficio y lo que requería para lograr los mejores resultados, así como las recetas tradicionales que le dieron el buen nombre al local.

El negocio marchaba bien. Todos conocían a Antonio, por supuesto, era el dueño de la única pastelería de la región. Todos alababan sus panes y la excelencia de sus pasteles. No había celebración en aquella comunidad en la que no se brindara lo que su establecimiento ofrecía.

Un día, a mediados de la primavera, se conoció la noticia de la boda de la hija del Duque. Sería un acontecimiento grandioso, una celebración como las de las casas reales en los casamientos de las princesas. Con la noticia de la boda llegó también a oídos de Antonio, que el Duque  haría el encargo del pastel a una pastelería importante de la capital, desconociendo lo que ofrecía el pastelero del pueblo. Quería el pastel más grande y precioso que nunca se hubiera visto.

En un comienzo, la noticia enfureció a Antonio, que creía tener suficientes méritos para encargarse de elaborar ese soñado pastel. Tendría que hacer algo para demostrar que él era el indicado para ocuparse de tan importante compromiso.

Se acercaba el día de la gran boda. Antonio tenía un plan. Convocó a su ayudante, a la señora de la limpieza y también a su mujer. Les explicó lo que quería hacer y le asignó una tarea a cada uno. El día y la noche antes del casamiento, trabajaron sin descanso. Fueron horas de intensa labor, todos estuvieron muy ocupados y comprometidos. Querían ayudar a Antonio a lograr lo que había ideado.

A la mañana siguiente, con la ayuda de unos vecinos, se dirigieron a la mansión del Duque  en donde sería la celebración. Al llegar indicaron que era una entrega especial. Les dejaron pasar y lo condujeron hasta un gran salón bellamente decorado. En la mesa central ya habían colocado el pastel que había llegado de la capital. Era hermoso, pero nada comparado con el que él llevaba.

Colocaron el pastel que habían elaborado, que duplicaba en tamaño al otro. Lucía espectacular, con sus adornos de flores y palomas blancas en los diez pisos que lo componían. Era el pastel más grande y precioso que se hubiera visto. Dejaron todo en el lugar y se marcharon sin que nadie los viera.

Días después de la celebración llegó un mensajero a la pastelería. Le convocaban a una reunión en casa del Duque. Antonio se imaginó que habían descubierto que era él quien había entregado la impresionante obra de pastelería y tendrían alguna queja por su osadía. Asistió a la cita y su tranquilidad llegó cuando le comenzaron a hablar, a contarle lo increíble que les había parecido el magnífico trabajo que había hecho. Lo felicitaron y agradecieron el haber presentado tan espectacular pastel, que sin duda había sido más hermoso y delicioso que el que  habían encargado en el otro lugar.

En compensación y a modo de disculpa por no haber confiado en su experiencia, le tenían un regalo. Dispondría desde ese día de un nuevo local, más amplio y dotado con los más modernos equipos para que pudiera trabajar más cómodo y lograr una mayor producción, lo que sería beneficioso para todos en la comarca.

Fue así como la pastelería de Antonio llegó a ser la más importante y prestigiosa del país. De su calidad se habló en todas partes y fue desde entonces el pastelero oficial para todas las grandes celebraciones del ducado.

Autor: Adalberto Nieves (@Yocuento2)

Publicado en A partir de 8 años

La tienda de juguetes

En la avenida más grande de la ciudad, las tiendas competían por tener las vitrinas mejor decoradas y vistosas para atraer a los compradores. En una sola cuadra se podía encontrar zapaterías, tienda de ropa para damas, camisas, librerías y otras especialidades. La gente desfilaba por las aceras mirando y tratando de contener la tentación de entrar en alguna y comprar algo que no necesitaban, tan solo por ese atractivo que ofrecían los negocios. De cualquier modo, todas estaban siempre llenas de compradores que entraban solo por curiosear y salían cargados de bolsas con los artículos que no se pudieron resistir de comprar.

Un sábado por la tarde, Teresa, una joven madre de buena posición, salió con sus pequeños hijos Elizabeth y Julián, mellizos de siete años. Le gustaba llevarlos a caminar por esa zona que le era muy atractiva por la diversidad de tiendas que encontraban. Los niños estaban entusiasmados, pues sería buena oportunidad para pedir a su madre que les comprara algún regalo

Primero fueron a la heladería, lugar favorito de Julián quien adoraba los helados, no así Elizabeth, que prefería los dulces de la pastelería contigua a la heladería. Ambos fueron complacidos y cada uno disfrutó la merienda que quería. Pero faltaba lo mejor, lo que deseaban más que nada: entrar a la nueva tienda de juguetes, recién inaugurada. La juguetería destacaba sobre todos los demás locales por la atractiva decoración, no solo en las grandes vitrinas, sino también por los enormes muñecos y otros juguetes de grandes dimensiones colocados sobre las cornisas de la fachada. Era un espectáculo de color y luces.

Llegaron cerca de las cuatro de la tarde y la tienda estaba llena de visitantes. Una alegre música de carrusel complementaba el ambiente festivo del lugar. Al entrar, Teresa ya sabía que sería difícil mantener a los niños junto a ella atraídos por los juguetes que más les impresionaban. Les dio instrucciones de mantenerse juntos, no tocar lo que indicaran que no se podía tocar y en caso de perderse entre la gente, se reencontrarían  en media hora junto a las cajas para pagar. No había terminado de dar las indicaciones cuando ya los niños estaban en camino de los rincones repletos de atractivos juguetes del almacén.

Allí comenzó la discusión entre los hermanos: mientras Elizabeth quería ver las muñecas, Julián era atraído por los juegos que tuvieran como tema el espacio, las naves espaciales y los astronautas. Decidieron entre ellos separarse para que cada uno pudiera ver lo que quisiera. Así lo hicieron. La niña fue feliz hasta los escaparates en donde se exhibían las preciosas muñecas en cajas, con sus trajes intercambiables y accesorios para peinarlas y adornarlas. Ella tenía una colección de esa pequeña figura de plástico en todas las ediciones que habían salido al mercado, pero seguro encontraría nuevos trajes y adornos para ellas.

Por su parte, Julián se dirigió a la sección de juguetes electrónicos, en donde se encontraban los juegos del espacio que él quería. Debía hacer una fila en la que los niños se formaban para pasar por un túnel que daba acceso al salón de exhibición. Era un túnel con barras de luces de neón que cambiaban de colores, mientras se escuchaba música de la guerra de las galaxias. El niño estaba muy emocionado, había esperado este momento con ansiedad.

Le tocaba su turno de pasar por el túnel. Delante de él iba un niño poco mayor y ya no había ninguno detrás por ser el último de la fila. Cuando el otro niño terminó su transito por el conducto, Julián se quedó unos instantes parado observando como cambia de color la iluminación al ritmo de la música. Avanzó otro trecho hasta que llegó al final del pasadizo. Dio un paso afuera y no entendía lo que pasaba. Por alguna razón que no se explicaba, no había nadie más allí. La música no se escuchaba y solo había oscuridad y frío. A pesar de eso, siguió y dio un paso adelante y su sorpresa fue aun mayor al darse cuenta que no pisaba firme. Se sentía flotar como si no hubiera gravedad. Se encendieron pequeñas luces que parecían titilar como las estrellas del cielo.

Estaba admirado de lo real de aquella escena y se sentía emocionado y feliz de haber venido a la tienda.  Pero pasaban los minutos y seguía sin ver otra cosa. Comenzaba a preocuparle que estaba solo y no veía los juguetes ni a otras personas. Seguía flotando recordando las escenas de los astronautas en espacio, desplazándose lentamente sin poder controlar la dirección y lo mismo estaba un rato en posición horizontal o cabeza abajo. Aunque disfrutaba la sensación de no pesar nada y andar en ese espacio artificial sin usar sus pies, le causaba cierto temor por no saber cuanto duraría aquello.

Llegó un momento en que se sentía mareado y quería que terminara ese juego. Fue cuando vio, como una proyección tridimensional, una esfera luminosa que representaba a la tierra, pero parecía estar muy lejos de donde él se encontraba. De repente algo le hizo estremecer, escucho como una explosión y un destello a su alrededor y empezó a moverse muy violentamente, como si algo lo impulsara y lo dirigiera hacia el globo terráqueo. Tomaba aceleración y se desplazaba a gran velocidad. A su paso, se cruzaban pequeñas rocas como meteoritos, objetos metálicos como desechos espaciales y hasta un cometa que veía desde muy lejos amenazaba con estrellarse contra él.

Julián sentía una mezcla de miedo y emoción, como las que tiene cuando se monta en la montañas rusas, pero en mayor magnitud. Todas esas maniobras esquivando a los objetos y meteoritos le causaron malestar estomacal y mareos. En cierto momento perdió el sentido y cayó en un estado de sueño profundo, como la vez que lo anestesiaron en el quirófano del cirujano para extirparle las amígdalas.  No tenía control sobre sí mismo y perdió todo contacto con la realidad.

Un golpe fuerte en su trasero lo despertó. Había caído sobre una especie de tobogán y se deslizaba por una pronunciada pendiente. No lograba ver nada, había una oscuridad absoluta. De repente comenzó a escuchar la música de carrusel que se oía cuando llegó a la tienda. Comenzaron a verse luces, la música se hacía más fuerte y en unos segundos salió de esa escena extraña y terminó el deslizamiento por el tobogán, cayendo estrepitosamente en medio de docenas de niños y personas mayores que al verlo caer, aplaudían y reían.

Julián se levantó algo avergonzado, recorrió el lugar con la mirada y divisó a su madre que estaba junto a su hermana al lado de la hilera de cajas de pago. Fue hasta ellas y no dijo nada. Teresa le recriminó que se había desaparecido y dejado sola a Elizabeth para ir solo a jugar en aquel salón. Julián no podía explicar lo que le había sucedido, ni tenía idea de como había ocurrido. Se limitó a disculparse y luego que su madre pagó la factura de la muñeca que compró Teresa, salieron de la tienda temiendo que se hiciera muy tarde. Julián no llevaba ningún juego nuevo pero si traía consigo la más espectacular aventura que podía haber disfrutado y que nunca olvidaría.

Autor: Adalberto Nieves

@YoCuento2 (Twiteer)

Publicado en A partir de 7 años

El mundo de las hormigas

Después del almuerzo, cuando sus padres fueron a dormir la siesta, Mime salió al jardín llevando un cuaderno de notas y lápiz mientras pensaba el tema sobre el cual escribiría para su tarea. Se sentó en el borde de un escalón a la entrada de la casa y Duque, su perro que lo seguía a todas partes, se echó junto a él. Comenzó a imaginar historias de pequeños animales, de esos que siempre están en donde hay plantas y charcos de agua. Pensaba cual sería interesante para el trabajo.

En ese momento vio una hilera de pequeñísimas hormigas que en perfecto orden caminaban llevando trozos de hojas verdes. Unas iban cargadas y otras venían de regreso sin nada encima. Mime siempre sintió curiosidad por estos pequeños animalitos. No sería mala idea escribir sobre ellos. Pero no sabía mucho más de lo que veía. Pensó que sería más interesante saber lo que hacían cuando no estaban a la vista. Estaba con esa idea fija en la cabeza y de repente sintió sueño. Los párpados se le cerraban y su cabeza se caía de un lado y de otro. Se quedó dormido hasta que lo despertó el ladrido de su perro que permanecía a su lado. Al abrir los ojos vio el inmenso hocico con nariz negra muy grande y los ojos gigantescos del perro. Así fue como se dio cuenta que por un acto mágico, inexplicable, ahora era muy pequeño, diminuto. Se había convertido en una versión miniatura de Mime y veía lo gigante que todo parecía ser a su rededor.

Al comienzo le pareció muy emocionante aquello pero también sentía algo de temor ya que al ser tan diminuto podía ser atacado por algún animal. Decidió desplazarse, caminar entre la hierba que ahora eran para él como una gran selva. Las piedras regadas por todas partes, parecían montañas. Estando en aquel estado de asombro, escuchaba ruidos que no reconocía. Eran los que hacían las plantas al moverse por el viento. De pronto sintió un retumbar, como cuando oía en las películas el galope de caballos. Se apartó y se escondió entre hojas secas dispersas por el suelo y esperó a ver de que se trataba.  Sus ojos no podían creer lo que veía. Un ejército de hormigas más grandes que él, venían marchando en fila , con sus cargas de alimentos sobre sus lomos. Podía observar el detalle amplificado mil veces de los ojos, las antenas y las largas pata de los insectos. Era a la vez emocionante y aterrador. No quería imaginar lo que pasaría si una de esas negras hormigas lo viera y quisiera atraparlo como otro bocado de alimento. Esperó que pasara toda la hilera de enormes hormigas y fue detrás de ellas, cuidando de no hacer ruido para que no lo descubrieran.

Las hormigas seguían un camino ya trazado y comenzaron a descender por el orificio de una montaña de tierra en el suelo. Parecía que entraban por la boca de un volcán. Cuando todas habían pasado, las siguió y se desplazó por el agujero, aunque le costaba un tanto caminar entre los terrones grandes de tierra y cuidando de no caer rodando por la ladera que desembocaba al fondo de aquella cueva. 

Estaba en la propia galería de la colonia, en el hormiguero. Se ocultó en una grieta desde donde podía ver todo lo que allí pasaba. Las hormigas al entrar, iban hasta un espacio en donde depositaban los trozos de vegetación que cargaban. Se apilaba todo en una montaña de la cual otras hormigas de mayor tamaño tomaban partes de hojas y hierba que iban fraccionando para hacer trozos más pequeños. Otras se introducían los pedazos ya cortados en sus bocas y parecía que las masticaban, para luego devolver una pasta verde que depositaban a un lado. Más tarde sabría Mime que estaban fabricando una pasta vegetal que al fermentar serviría para cultivar un tipo de hongo el cual al nacer, sería el alimento para la comunidad.

El lugar, desde donde salían túneles en todas direcciones, estaba repleto de hormigas que iban y venían. Mime comenzó a sentir algo de miedo y además pensaba que ya era suficiente lo que veía. Se dispuso a salir del lugar. Con el mismo cuidado con que entró, se arrastró un trecho y luego comenzó el ascenso. Sin darse cuenta, pisó una piedra que se desprendió y rodó hacia el fondo. Algunas hormigas que estaban cerca vieron lo que ocurría y empezaron a caminar hacia él. Tuvo mucho miedo en ese momento. Tenía que escapar rápido del inminente peligro, no podía dejar que lo alcanzaran. Aceleró su paso y al estar en la salida del hoyo, deseó con todas sus fuerzas volver a ser de su tamaño normal. Cerró los ojos concentrándose en ello y al abrirlos tenía de nuevo su estatura. Respiró aliviado y vio a Duque que corrió hacia él mostrándose alegre al verlo de nuevo.

Mime entró a su casa. Fue a quitarse la ropa que estaba toda llena de tierra y se dio un baño.  Ya listo, se sentó en su mesa de trabajo y tomó el cuaderno y el lápiz. Tenía una gran historia que escribir y que compartiría en su próxima clase de ciencias.

Autor: Adalberto Nieves / Venezuela 2021

Nota del autor: este cuento es uno de los capítulos del libro MIME, publicado por el autor y que se encuentra en formato de ebook en la librería de Amazon KDP

Publicado en A partir de 11 años

El organillero

En una esquina de la tranquila calle Independencia, el hombre del organillo toca melodías alegres, para disfrute de los que por allí caminan.

Los mayores recuerdan que siempre estuvo allí, en el mismo lugar y les parece increíble que ese personaje se vea siempre igual y no envejezca. Muchos dicen que es el fantasma del organillero que a mediados del siglo pasado tocaba el instrumento y era el modo como se ganaba la vida.

Hubo un tiempo en el que ese hombre había dejado de verse por el lugar y se temía que algo le hubiera pasado, pero un tiempo después reapareció ocupando su puesto. De eso hacía mucho tiempo, cuando los  mayores de hoy eran en esa época los niños que se acercaban para ver al hombre con el curioso instrumento y se divertían bailando contentos con la alegre música.

Todos pasaban por el lugar y lo miraban con simpatía. Tenía un rostro amable y parecía muy complacido de distraer a la gente. Tocaba su música desde que llegaba temprano en la mañana, hasta mitad de la tarde cuando se marchaba.

Los chiquillos, curiosos ante tan raro aparato, se detenían a observarlo y hacían bromas sobre su aspecto, el cajón de madera sobre ruedas y la manilla con la que el hombre activaba el mecanismo, pero también disfrutaban de las melodías.

La tarde del domingo, cuando pocas personas transitaban por esa avenida, ya que por ser día no laborable no abrían los locales comerciales, se oyó la música sonar.

Los vecinos más cercanos escuchaban asombrados, extrañados de que el organillero estuviera allí ese día y a esa hora. Alguien bajó de uno de los pisos superiores del edificio de la farmacia, con la intención de tomar un video con su móvil. La sorpresa fue tal que esta persona casi se desmayó al ver que no estaba el hombre ejecutante. El instrumento estaba apoyado sobre unas cajas de desecho y tocaba por sí sólo una conocida pieza musical.

Así continuó, tocando y tocando, una canción detrás de otra, sin descanso. Cuando atardecía, la música cesó.

No se escuchaba nada en la calle que a esa hora seguía vacía, todos descansaban en sus casas.

Cuando parecía que todo estaba normal, comenzó a sonar el organillo de nuevo, esta vez con más fuerza y una música muy alegre y movida.

La gente se asomaba por los balcones y veían que la calle estaba llena de gente: hombres, mujeres y niños que parecían sacados de una película antigua, con ropas y sombreros extraños.

Todos bailaban alegres, hacían rondas y aplaudía acompañando las melodías. Eran los fantasmas del pasado, gente que había vivido hacía muchos años en las antiguas casas que ya no existían, las que estuvieron en donde hoy se levantan los grandes edificios. Habían vuelto esa noche para celebrar todos juntos, un reencuentro de quienes fueron vecinos y amigos.

Así estuvieron bailando y cantando hasta justo la media noche. Cuando el reloj de la catedral dio las doce campanadas, dejó de escucharse la música. Los fantasmas fueron desapareciendo hasta que la calle quedó de nuevo vacía y en silencio.

Desde ese día no se volvió a escuchar el organillo. Desapareció para siempre. Solo quedó el recuerdo entre los actuales habitantes del sector.

Entre todos, reunieron fondos para encargar a un artista una escultura, réplica del hombre tocando el organillo, la cual fue colocada en un alto pedestal en la esquina en la que solía aparecer para tocar su música. De esta forma se recordaría por siempre al simpático personaje y su maravilloso organillo.

Autor: Adalberto Nieves