Publicado en A partir de 6 años

Anochecer en la laguna

Todas los días, cuando el sol comienza a apagarse despidiendo la tarde y antes de oscurecer, los animales del matorral comienzan a reunirse para contar sus andanzas del día y no falta que en ocasiones se arme alguna fiesta en la que todos participan gustosos.

Hoy fue uno de esos días. Con los últimos rayitos del señor Sol, cuando el cielo y las nubes se visten de tonos dorados y anaranjados, empiezan a llegar los amigos, reuniéndose cerca de la laguna.

Las aves más grandes se posan en las altas copas de los árboles y los pájaros pequeños se acomodan en las ramas más bajas, haciendo que las copas de los árboles parezcan gigantes adornados de pequeñas figuritas aladas de todos los colores.

Las lagartijas y las iguanas se quedan por el suelo, entre peñascos y trozos de maderas de las ramas caídas.

Los sapos, que nunca son bien vistos por sus grandes barrigas y enormes bocas, ocupan las piedras y hojas grandes que flotan en el agua.

Así van llegando todos los animales y arman su festín. Las guacamayas cantan y las cacatúas ríen estrepitosamente.

Los grillos, acompañan el canto con su agudo tono, haciendo el coro.

Cuando ya casi oscurece y la luna está por aparecer sobre las colinas, hay gran bulla en el lugar, pero no durará mucho porque cuando están en lo mejor de la fiesta, llega el señor búho, el muy respetable maestro y manda a callar a todos, recordando que las noches son para dormir y él quiere descansar.

Todos, muy respetuosamente guardan silencio y van a ocupar el lugar en donde acostumbran dormir. Las estrellas brillan, la luna resplandece y hay tranquilidad en el matorral.

Todos dormirán hasta que el señor Gallo los despierte con su quiquiriquí al amanecer de un nuevo día.

Autor: Adalberto Nieves

Ilustraciones: Pixabay

Publicado en A partir de 7 años

El mundo de las hormigas

Después del almuerzo, cuando sus padres fueron a dormir la siesta, Mime salió al jardín llevando un cuaderno de notas y lápiz mientras pensaba el tema sobre el cual escribiría para su tarea. Se sentó en el borde de un escalón a la entrada de la casa y Duque, su perro que lo seguía a todas partes, se echó junto a él. Comenzó a imaginar historias de pequeños animales, de esos que siempre están en donde hay plantas y charcos de agua. Pensaba cual sería interesante para el trabajo.

En ese momento vio una hilera de pequeñísimas hormigas que en perfecto orden caminaban llevando trozos de hojas verdes. Unas iban cargadas y otras venían de regreso sin nada encima. Mime siempre sintió curiosidad por estos pequeños animalitos. No sería mala idea escribir sobre ellos. Pero no sabía mucho más de lo que veía. Pensó que sería más interesante saber lo que hacían cuando no estaban a la vista. Estaba con esa idea fija en la cabeza y de repente sintió sueño. Los párpados se le cerraban y su cabeza se caía de un lado y de otro. Se quedó dormido hasta que lo despertó el ladrido de su perro que permanecía a su lado. Al abrir los ojos vio el inmenso hocico con nariz negra muy grande y los ojos gigantescos del perro. Así fue como se dio cuenta que por un acto mágico, inexplicable, ahora era muy pequeño, diminuto. Se había convertido en una versión miniatura de Mime y veía lo gigante que todo parecía ser a su rededor.

Al comienzo le pareció muy emocionante aquello pero también sentía algo de temor ya que al ser tan diminuto podía ser atacado por algún animal. Decidió desplazarse, caminar entre la hierba que ahora eran para él como una gran selva. Las piedras regadas por todas partes, parecían montañas. Estando en aquel estado de asombro, escuchaba ruidos que no reconocía. Eran los que hacían las plantas al moverse por el viento. De pronto sintió un retumbar, como cuando oía en las películas el galope de caballos. Se apartó y se escondió entre hojas secas dispersas por el suelo y esperó a ver de que se trataba.  Sus ojos no podían creer lo que veía. Un ejército de hormigas más grandes que él, venían marchando en fila , con sus cargas de alimentos sobre sus lomos. Podía observar el detalle amplificado mil veces de los ojos, las antenas y las largas pata de los insectos. Era a la vez emocionante y aterrador. No quería imaginar lo que pasaría si una de esas negras hormigas lo viera y quisiera atraparlo como otro bocado de alimento. Esperó que pasara toda la hilera de enormes hormigas y fue detrás de ellas, cuidando de no hacer ruido para que no lo descubrieran.

Las hormigas seguían un camino ya trazado y comenzaron a descender por el orificio de una montaña de tierra en el suelo. Parecía que entraban por la boca de un volcán. Cuando todas habían pasado, las siguió y se desplazó por el agujero, aunque le costaba un tanto caminar entre los terrones grandes de tierra y cuidando de no caer rodando por la ladera que desembocaba al fondo de aquella cueva. 

Estaba en la propia galería de la colonia, en el hormiguero. Se ocultó en una grieta desde donde podía ver todo lo que allí pasaba. Las hormigas al entrar, iban hasta un espacio en donde depositaban los trozos de vegetación que cargaban. Se apilaba todo en una montaña de la cual otras hormigas de mayor tamaño tomaban partes de hojas y hierba que iban fraccionando para hacer trozos más pequeños. Otras se introducían los pedazos ya cortados en sus bocas y parecía que las masticaban, para luego devolver una pasta verde que depositaban a un lado. Más tarde sabría Mime que estaban fabricando una pasta vegetal que al fermentar serviría para cultivar un tipo de hongo el cual al nacer, sería el alimento para la comunidad.

El lugar, desde donde salían túneles en todas direcciones, estaba repleto de hormigas que iban y venían. Mime comenzó a sentir algo de miedo y además pensaba que ya era suficiente lo que veía. Se dispuso a salir del lugar. Con el mismo cuidado con que entró, se arrastró un trecho y luego comenzó el ascenso. Sin darse cuenta, pisó una piedra que se desprendió y rodó hacia el fondo. Algunas hormigas que estaban cerca vieron lo que ocurría y empezaron a caminar hacia él. Tuvo mucho miedo en ese momento. Tenía que escapar rápido del inminente peligro, no podía dejar que lo alcanzaran. Aceleró su paso y al estar en la salida del hoyo, deseó con todas sus fuerzas volver a ser de su tamaño normal. Cerró los ojos concentrándose en ello y al abrirlos tenía de nuevo su estatura. Respiró aliviado y vio a Duque que corrió hacia él mostrándose alegre al verlo de nuevo.

Mime entró a su casa. Fue a quitarse la ropa que estaba toda llena de tierra y se dio un baño.  Ya listo, se sentó en su mesa de trabajo y tomó el cuaderno y el lápiz. Tenía una gran historia que escribir y que compartiría en su próxima clase de ciencias.

Autor: Adalberto Nieves / Venezuela 2021

Nota del autor: este cuento es uno de los capítulos del libro MIME, publicado por el autor y que se encuentra en formato de ebook en la librería de Amazon KDP