Publicado en A partir de 9 años, Cuento

El bosque de Terrainquieta

Al pueblo de Terrainquieta lo rodeaba un bosque tan grande que parecía un océano, y la villa, una minúscula isla en medio del inmenso mar verde.

Lo formaban cientos de árboles o quizás más, miles; de todos los tamaños, algunos de ramas altas y otros a las que les arrastraban por el suelo.

También había multitud de flores silvestres de infinitos colores, arbustos y hasta un caudaloso río con afluentes que alimentaba una enorme laguna donde vivían las plantas acuáticas.

El bosque estaba lleno de colinas y senderos, algunos larguísimos, otros más cortos. Habría sido un bosque cualquiera si no fuera porque estaba tan vivo que hasta se movía.

Los pequeños montes podían haber crecido unos cuantos metros de un día para otro y, al día siguiente, haber vuelto a bajar hasta convertirse en un pequeño valle; el río también cambiaba su cauce a su antojo. Los árboles movían sus ramas y a veces lo hacían sus raíces, de manera que iban cambiando de sitio según les viniera bien.

Las florecillas eran más atrevidas y estaban siempre de un lado para otro.

La gente que venía de afuera decía que aquel bosque era un peligro que podía atraparte o te podía engañar cuando tú quisieras salir de él. Decían que si cada día cambiaban las cosas de sitio, te podías perder fácilmente, pero a los habitantes del pueblo, su bosque no les extrañaba absoluto; llevaba miles de años allí y tanto ellos como las generaciones anteriores estaban acostumbrados a eso. Para los lugareños, el bosque no era un peligro, sino su amigo.

Un día llegaron los hombres y mujeres del gobierno de aquel país preocupados por el peligro que podrían correr los habitantes de Terrainquieta. Se reunieron con los vecinos del pueblo y contaron sus planes. Los funcionarios tenían pensado inmovilizar aquel bosque de alguna manera. Pensaban sujetar los árboles al suelo, arrancarían las flores y demolerían las colinas para evitar que hubiera corrimientos de tierra; así se convertiría en un bosque normal.

Los lugareños se enfadaron con aquella decisión; intentaron convencer a los funcionarios que el bosque era amigo de ellos y que les cuidaba a ellos tanto como ellos al bosque.

La discusión se alargó hasta que llegó la noche, y los hombres y mujeres del gobierno vieron que tendrían que quedarse a dormir en aquel lugar. Toda una contrariedad, porque estaba prevista la llegada de un terrible temporal que podría mantenerlos incomunicados varios días.

La tormenta no se hizo esperar y, en un par de horas, la aldea estaba sufriendo uno de los peores temporales que había tenido: un fuerte viento acompañaba a un enorme aguacero que pronto se convirtió en una granizada que amenazaba con echar abajo los tejados de las casas.

Imagen de Satur Lafuente. Instagram sr.click77.

Los funcionarios, que habían llegado esa misma mañana, temían que los hogares no fueran a soportar la tormenta y que, debido a la enorme cantidad de agua que estaba cayendo, se podría producir un corrimiento de tierras que enterrara toda la aldea.

El río creció hasta el nivel de desbordamiento y, entonces, ocurrió lo que aquellos forasteros jamás podrían haber imaginado.

Los terrenos que acompañaban al cauce del río fueron creciendo en altura evitando así que el agua inundara el pueblo. Las florecillas que estaban siendo golpeadas por el pedrisco corrieron dando saltitos hacia las casas, de las que sus habitantes, bajo la atónita mirada de los funcionarios, abrieron las puertas para que aquellas se resguardaran.

Como el viento era tan intenso, los árboles rodearon el pueblo para protegerlo y evitar daños a sus habitantes, pero un estruendo retumbó en el aire y un roble centenario ardió con rapidez por un rayo que arañó su tronco de arriba a abajo. El río se agitó enfurecido ante aquel ataque y dirigió una cascada de agua hasta que sofocó el fuego.

Imagen de Satur Lafuente. Instagram sr.click77.

Aquella noche no durmió nadie ni nada a causa de la tempestad, pero al amanecer, el viento y la lluvia fueron amainando hasta que el sol salió de entre las nubes.

Las pequeñas flores que inundaban las casas salieron a trompicones, tropezando unas con otras, el terreno se allanó, puesto que ya no había peligro de desbordamientos, y los árboles volvieron a sus lugares con paso lento, excepto el roble herido por el rayo. Este se quedó en la plaza del pueblo a donde los lugareños fueron a curarle su herida con resina.

—Se quedará con nosotros hasta que se cure del todo —explicó el alcalde a los hombres y mujeres del gobierno que no salían de su asombro—. Ya ha pasado más veces con otros. El bosque —continuó— cuida de nosotros. Es lo mínimo que podemos hacer por él.

Los funcionarios recogieron sus maletines y se despidieron del pueblo. Dicen que, cuando llegaron a sus despachos, dieron la orden de preservar a todos los seres que habitaran los bosques del país.

Olga Lafuente.

Publicado en A partir de 11 años

¡Padre no puede enterarse!, Mamen Ruiz

Capítulo 1. La Ninfa de Cristal

Las ninfas Náyades esperaban su turno en la sala contigua a donde se celebraban las audiencias. Después de arduas deliberaciones e infinidad de puertas cerradas, solo  quedaba ese último cartucho antes de desencadenar una disputa, o lo que sería aún peor: la guerra. Nunca se había dado el caso con anterioridad, eran un pueblo pacífico, acomodado en la otra cara del río Naydés.

―La Ninfa de Cristal pondrá orden, Dulaida. ¡No debes preocuparte!  ―le dijo Aretusa, mientras sostenía su mano para tranquilizarla.

―¿De verdad lo crees?  ―preguntó inquieta.

El servicio le ofreció un té y una porción de tarta de manzana a cada una. Aretusa, cuando olió el pastel de manzana, dio un respingo hacia atrás en su asiento. Había infinidad de tartas y ¿tenía que ser aquella? Aquel olor la transportó a un sueño recurrente de los últimos días: ella aceptando una manzana de una bruja en el río. Confiada, la tomaba de su propia mano, aspiraba su aroma dulzón y le daba un mordisco. Siempre despertaba en esa parte de su pesadilla, justo antes de sumergirse en un sueño profundo y eterno. No recordaba ninguno que no se hubiese cumplido, pero no digería aquel final.

Pasaron a la sala de conferencias; la Ninfa de Cristal miraba hacia los grandes ventanales, distante y con severidad. Desde allí, como en una pantalla de cine, se proyectaba la profundidad del valle con cada uno de sus recovecos. Ningún ser vivo, grande o pequeño, escapaba a su mirada; eso le ganó otro sobrenombre: la Señora que nunca duerme. 

Contemplaba en silencio y solo en raras ocasiones había intervenido o impuesto su autoridad de forma implacable, casi sin pestañear. Su mayor sueño era librarse de aquel trono y disfrutar como cualquier otra ninfa de la belleza del río y de aquel bosque lleno de magia escondida en cada tronco de árbol, debajo de cada piedra, en el susurro de las aguas de las cascadas; quedaba siempre pospuesto con una nueva problemática en el valle. No estaba bien marcharse en medio del caos.

Nida hizo un suave gesto con la mano y todos los presentes se retiraron. Esperó la reverencia, parte del protocolo, para descender las escaleras del trono y fundirse en un abrazo. Las lágrimas inundaron los rostros de las tres hermanas.   

            Nida, la Ninfa de Cristal, conocía bien todos los detalles de la nueva consulta de sus hermanas, los había vivido de primera mano, pero percibió en el brillo de los ojos verdes de Aretusa la necesidad de hablar de ellos. Aquellos ojos cristalinos apaciguaban su ánimo. En ellos se reflejaban el carácter y la fortaleza de su hermana. Una ninfa especial, cuya esencia contradictoria formaba su verdadera identidad. Por un lado, llevaba a buen término las más duras de las pruebas atentadas contra la naturaleza sin mostrar emociones; y por otro, lloraba amargamente ante el cuerpo abandonado de un pajarillo en una red cuando estaba a solas.

            Siempre tuvo claro quién dirigiría el valle. Es cierto que Dulaida era la ninfa con mayor fortaleza física; pero no le gustaba hablar en público y dudaba constantemente ante las cosas insignificantes de la vida: peinado, ropas, comida… De ahí provenía su sobrenombre, combinando las palabras «la duda». No le gustaba dar órdenes; sin embargo, ejecutaba sin despeinarse las indicaciones de Aretusa o Nida, y por muy complicadas que fuesen siempre hallaba un modo de llevarlas a buen término.

            ―Sentimos importunarte con nuestras cosas, Nida, pero ya sabrás qué está pasando en el río ―comenzó Aretusa―. El río Naydés ha sufrido toda suerte de desgracias en los dos últimos años. Una de las fábricas tuvo un escape de vertido tóxico que acabó contaminando el agua, alteró completamente el ecosistema. Algunas especies llegaron al límite de la extinción; muchos ejemplares morían por el agua o por falta de alimento. Fue muy duro para nosotras. Algunas ninfas siguen con pesadillas.

            »Moviste los hilos ―continuó Aretusa― y Medio Ambiente, Protección Civil y un equipo bien organizado de voluntarios prestaron su ayuda. Retiramos los cuerpos, pero las plagas de insectos y alimañas no solo aparecieron, sino que además transmitieron infecciones a casi todos los ejemplares sanos. Los animales supervivientes emigraron en busca de sustento y de condiciones más favorables.

            ―¡Un daño irreparable! Tomaron acciones legales contra la fábrica, no reunía las medidas de seguridad ―Nida remarcó las palabras «acciones legales».

            ―Lo sé, Nida, te agradecemos tu ayuda; lo sabes, ¿verdad?

            ―Sí ―dijo casi en un susurro la Ninfa de Cristal.

            ―Hace unos cuatro meses, cuando el ecosistema comenzaba a recuperar su equilibrio y las aves habían retornado de su ciclo migratorio al valle, la caza furtiva experimentó un crecimiento considerable. Los hay para quienes solo es un juego de tiro al blanco: ¡ni siquiera recogen sus presas! ¡Las recuentan para alardear en una partida de dardos, o sacan unas fotos para el Facebook! ―Aretusa notó cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla. Solo mostraba sus emociones delante de ellas―. No tengo nada en contra de la caza, pero no así…

            ―¡Por supuesto! ―indicó resignada Nida―. Conseguimos el cartel de coto privado para este caso.

            ―Un mes y medio después… ―continuó Aretusa―. ¿Qué me dices de los domingueros?, ¿y los mochileros? Con sus toallas, caravanas y tiendas de campaña masificaron las orillas del río. Otro verdadero desastre medioambiental. Contemplábamos una hilera de residuos a lo largo del curso del río. Muchas de las hogueras y barbacoas carecían de licencia y se realizaban en zonas no habilitadas para ellas, provocando pequeños y medianos incendios.

            Nida hizo un gesto instintivo, tocó su cabello. Ya no lucía su largo pelo rubio ondulado, que atesoraba como el más bello sus dones.

            ―Algunas personas daban alimentos en mal estado a los animales salvajes y enfermaban ―remarcó la Ninfa de Cristal.

            ―¡Siento lo de tu pelo, Nida! ―exclamó volviendo al presente y a la realidad de su hermana mayor.

            ―¡Es un mal menor! El pelo crece de nuevo.

            ―Salvaste a muchos animales; sin ti, hubiesen sido presa de las llamas. Lo sabes, ¿verdad? ―señaló Aretusa acariciando el hombro de su hermana.

            ―Sí, cielo. No me he acostumbrado todavía. Eso es todo. ―Apretó con sus manos las que fueron las más delicadas entre todas las ninfas―. Tú tampoco escapaste del todo bien. ¿Se curarán?

            ―Sí. ¡Es un mal menor! ―repitió las palabras de su hermana en tono de complicidad mientras guiñaba un ojo.

            ―Algunos animales tenían tanto miedo de beber en las aguas por si los apresaban o maltrataban que casi murieron de sed ―siguió Aretusa―. ¿Recuerdas? Preparamos algunos bebederos en lugares estratégicos fuera de la vista de los humanos.

            ―Sí. Los fuimos rotando para que las personas no siguieran el rastro de los animales.  ―Es cierto. Lo recuerdo como si fuera ayer; esta vez obtuvimos el cartel de reserva natural y prohibieron el paso a los excursionistas y domingueros. Y ahora… ―Tomó aliento―. No hay permiso, ni licencia que solvente este nuevo problema.

TALLER DE LECTURA

1.1. TALLER DE LECTURA

1. Resumen del capítulo.

2. Opinión personal. Podemos centrarnos, entre otros, en la trama, personajes principales, final del cuento… Señalando alguno o varios de estos aspectos, fundamentaremos si nos ha gustado o no.

3. Contesta a las siguientes preguntas:

a. ¿Qué le ofreció el servicio a las Ninfas mientras esperaban en la sala de espera?

b. ¿Cuál es el sobrenombre de Nida? ¿Y de Aretusa?

c. A una de las Ninfas la llaman Dulaida, ¿por qué?

d. ¿Quién dirigía el Valle?

4. Busca en el diccionario y copia en tu cuaderno: contigua o contiguo, ardua o arduo, deliberaciones, implacable y reverencia.

5. Explica el significado de la siguiente “frase hecha” que aparece en el capítulo.

-Solo  quedaba ese último cartucho antes de desencadenar una disputa.

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Este libro incluye cuadernillo de actividades para realizar dentro del Plan lector de tu colegio.

Publicado en A partir de 10 años, Cuento

La suerte de la fea… (Por Ale Ledezma Lara)

Cartoon Illustration of Cute Little Girl in Fairy Costume for Fancy Ball

─Una chapita por aquí, una chapita por acá, un color rojo en los labios y ¡lista! ya puedo subir a mi escoba y surcar el cielo en busca de mi alma gemela, decía Bellota, una brujita muy despistada que hacía muchos siglos atrás estaba sola y buscaba en pantanos, cementerios, funerales y hasta en fiestas a aquél ser, brujo, fantasma o vampiro que pudiera disfrutar de las ricas pócimas que Bellota preparaba cada día a la hora de comer…

A decir verdad, nuestra brujita no era muy bonita que digamos, su cabello nunca se acomodaba de una forma en particular, por más que ella lo peinaba, le ponía agua, limón, baba de rana, todo lo que encontraba, pero su pelo, siempre se veía crispado y desarreglado. Su rostro estaba enmarcado por dos pequeños ojos que nunca miraban para el mismo lugar, uno se alejaba del otro de tal manera que parecía que veía en dos direcciones opuestas al mismo tiempo. Su larga nariz aguileña terminaba con un gran lunar negro por el que se asomaban tres enormes pelos que crecían sin cesar a pesar de las depilaciones laser que Bellota soportaba regularmente.

Sus coquetos labios en forma de rayita guardaban unos enormes dientes que sobresalían cuando ella hablaba o sonreía ¡y qué decir de su cuerpo! era muy pequeño e irregular, pues sus brazos y sus piernas siempre parecían más grandes de lo que debían ser… sin embargo, la actitud de Bellota era positiva cada día, se vestía con sus mejores garras y se maquillaba, limpiaba y enceraba su escoba y recorría el cielo  por entre las nubes en busca de su media naranja.

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Del otro lado del pueblo vivía Wendolyn, una bruja sumamente bonita, pero muy muy floja e irresponsable, a ella no le hacía falta el maquillaje, era bella desde que sus padres la recibieron de manos de Winston, el brujo jefe a cargo de todas las actividades de hechiceros y hechiceras de la región. Wendy, como todos la llamaban, había crecido llena de halagos y atenciones, así que no se esforzaba en nada, todo lo que necesitaba o deseaba lo conseguía con miradas y sonrisas, pero había algo que anhelaba y no había conseguido: el amor. Más de tres galanes la habían pretendido, un ogro, un elfo y un hombre lobo, pero todos se cansaron de cumplir los caprichos de Wendy y realizar las labores que a ella le correspondían como bruja, ellos debían hacer pócimas o encantamientos, ¡incluso tejer con hilos de arañas! esas no eran labores para ellos. Cazar, combatir y defender su región de posibles invasores eran labores masculinas exactamente diseñadas para ellos…   

El caso de Bellota era diferente, sus padres la rechazaron desde que llegó a sus vidas, así que decidieron dejarla en lo profundo del bosque… y ahí en medio de la oscuridad y el frío pudo sobrevivir gracias a una familia de cuervos que le enseñaron el valor de la unidad y la ayuda mutua… aprendió a trabajar y compartir con todos…esa rutina lejos de desanimarla la llevó a ser una bruja dadivosa y agradecida; compartía lo que tenía y no hacía distinción alguna, lo mismo obsequiaba su ración de cena a un lobo que su desayuno a un búho. Las numerosas historias de su buen corazón traspasaron las fronteras de su aldea y llegaron a oídos de un solterón muy codiciado llamado Lucas, él era un centauro muy afortunado en el poder y en el dinero, pero muy desdichado en el amor.

Al oír sobre la noble Bellota, decidió emprender el viaje y conocer a la brujita. Preparó todo lo necesario no sólo para la travesía, sino para organizar una fastuosa boda si Bellota le correspondía para ser su esposa; por increíble que parezca, Lucas se había enamorado de Bellota por la bondad y la belleza de su corazón, poco le importaba lo hermosa o fea que fuera en el exterior… Lucas había aprendido que lo más valioso de los seres y de las personas siempre está en el alma.

Wendy se quedó solterona y caprichosa para siempre, su belleza externa se marchitó y quedó en el olvido de todos, Bellota aceptó la propuesta de Lucas y reinaron sus aldeas con justicia y bondad, no cabe duda, la suerte de la fea… la bonita la desea.

Publicado en A partir de 9 años

Estrellas en el cielo

Todos me dicen que soy demasiado pequeño para hacer determinadas cosas, pero yo creo que cuanto más pequeño eres tus sueños son más fuertes. Es así, aunque algunos adultos no lo crean. Los pequeños somos quienes llenamos el firmamento de estrellas. Cada una de esas estrellas que se ilumina en el cielo, es un nuevo sueño que nace y cuando se cumple se apaga para dejar espacio para que nazcan otros nuevos.

            ¿Qué pasa? ¿No me crees? Pues te daré pruebas. Por la noche fíjate en la estrella que más brille, esa es la tuya, la de tu sueño. Puede ser cualquier cosa. Ir de excursión con tu clase, un nuevo videojuego o que te compren una mascota.

            Cada noche busca tu estrella hasta que se cumpla tu sueño. Verás que cuando se haya cumplido ya no la verás.

            Por supuesto, esto de los sueños y las estrellas está sujeto a unas normas estrictas:

  1. No se puede desear cosas que nunca se van a cumplir, del tipo volar como Superman.
  2. Es mejor crear sueños en los que tú seas parte de ellos. Por ejemplo, si quiero ganar un concurso de dibujo, tengo que esforzarme mucho.

Ayer mismo, pensé mi último sueño. Miré al cielo y busqué mi estrella. ¡Ni te imaginas cuánto brillaba! Quería inventarme una historia asombrosa que llevara a las personas a pensar y a creer que ojalá fuera cierta. Que les hiciera sonreír. Y claro, por eso escribí lo de las estrellas y los sueños. Pero es solo una historia más; ¿verdad?

Sea o no cierta, ¿cuál es tu sueño? Me gustaría saberlo, ¿sabes? Así podría ponerle nombre a cada estrella. En plan, esta es la de Sara, que quiere ser astronauta.

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 5 . La profecía

―Una profecía ―repitió Río con desdén―.  No soy tan importante para que las brujas me incluyan entre sus profecías. ―Dio por concluida la conversación y se dispuso a retomar su carrera. No tenía tiempo que perder, escuchaba los latidos del reloj como tronaban en su cerebro.

            La mujer de cabellos azules y ojos de la misma tonalidad le franqueó el paso para que no siguiera adelante.

            ―No puedes ir. La profe…

            ―La profecía ―le cortó Río con aspereza. Buscó un hueco para pasar entre ambas, pero sus movimientos eran ágiles y rápidos y se anteponían a sus intenciones. Recordó que podían leer el pensamiento e intentó dejar la mente en blanco y que su cuerpo guiara sus acciones, pero tampoco funcionó. ―¡Dejadme pasar! ¡No tengo tiempo para juegos!

            ―No. ―Aquella negativa sonó desde dentro de la mujer de los cabellos azules con tal fuerza que simuló a un trueno. Varias bandadas de pájaros levantaron el vuelo desde distintas zonas del bosque y empezaron a danzar sobre sus cabezas de forma circular en un ritmo de velocidad ascendente.

            ―¿De qué vas? No puede impedirme ir, no eres mi madr…

            ―Sí, lo soy, sabes que lo soy.

            ―Los lazos de sal y sangre no significan nada para mí. Mi madre es Erin Mayer, la señora que ha velado por mí desde que nací. Me abandonaste, me dejaste a manos de un ser espeluznante para que me dejara en la puerta de un orfanato. Ni tan siquiera te molestaste en llevarme tú. No vengas, a estas alturas a hacer de madre. ¡Madre de quien! ¡Márchate, lárgate de aquí, esta es mi casa y voy a cuidar de ella!

            La mujer de los cabellos azules escuchó a Río midiendo su expresión corporal, sus gestos. Estaba convencida que aquella explosión de emociones era una mera estratagema para pillarla desprevenida. Así fue. No tardó en llegar el tercer intento de cruzar. Esta vez no se anduvo por las ramas y le lanzó una cuerda de agua alrededor del cuello que se solidificó en contacto con la piel de Río. La muchacha zarandeó para liberarse de las ataduras hasta que acabó sentada en el suelo.

Río aprovechó unos minutos para estudiar a sus contrincantes. Físicamente, se apreciaba que la mujer de cabellos azules y Río eran dos gotas de agua del mismo caudal con distinto años de origen. Río no tuvo ninguna duda. Aquella mujer o ser femenino era de su misma especie y era su madre.  A pesar de que nunca antes la había visto y ni siquiera sabía de qué especie eran. El otro ser parecía de la misma edad que Río, pero tuvo ciertas dudas de que así fuera. Había estudiado con Nini algunos seres no humanos que poseían una gran longevidad y podía tratarse de alguno de ellos. Ambas podían contar con más años de sal y agua de los que aparentaban. La segunda mujer era rubia, con cabellos color del oro, ojos verdes y parecía recién salida de un libro de cuentos de hadas. Imaginó que pasaba horas peinándose el cabello en la orilla del río, canturreando y con pajaritos revoloteando a su alrededor. Sonrío por la ocurrencia y se lo reprochó así misma. No había tiempo. Las otras dos mujeres también sonrieron. Habían escuchado con total nitidez sus pensamientos.

―No soy un hada, aunque sí que me encanta peinarme en la orilla del río, me relaja después de un día largo. ―La mujer de cabellos azules le dirigió una mirada severa―. No te enfades conmigo. Ha salido a ti. O le das la información que necesita o será difícil que le impidas que acuda a la tragedia que se está fraguando. Somos Náyades, somos ninfas de agua dulce, ligadas al río Naydés. Tú también lo eres. Ese ser espeluznante que te entregó era Espectral. Lo hizo siguiendo las indicaciones de la profecía. Lo que está escrito, se cumplirá, lo quieras o no. No puede cambiarse, no debe cambiarse. Son puntos fijos en el tiempo. Intentar modificarlos puede ocasionar graves repercusiones tanto para ti como para el resto de seres que están llamados a cumplir su cometido. Si vas, cruzarás la línea de la muerte y puede que no regreses entre los vivos. Está escrito en la profecía. Cada acción, sus variantes y las consecuencias de cada una de las decisiones posibles. La naturaleza está muriendo, lo sabemos, debe hacerlo. O…

―¡Estáis locas! Está sucediendo ahora, se puede parar. Sois capaces de hacerlo y estáis aquí sin hacer nada, enfrascadas en una charla que no tiene sentido para darme largas. No os importan lo más mínimo los seres vivos del bosque.

―Lloramos su pena ―intervino la mujer de los cabellos azules.

―¿De qué les sirve vuestro llanto? ¡Soltadme!

Río se levantó del suelo y con un movimiento brusco rompió las ligaduras de hielo que la retenían. Cambió de estrategia, retrocedió varios metros y se impulsó por encima de sus cabezas e inició la carrera hacia su destino.

Si tenía que morir para salvar ese tramo del bosque que así fuera.

Imagen de portada: Andrea Obregón Mantecón

Imagen de texto: canva

Publicado en A partir de 6 años

El sueño de Amalia

El sueño de Amalia

Amalia es una pequeña niña, linda y muy dulce, como todos los niños.

Ella adora los animales, pero nunca ha tenido uno en casa. Ese es su mayor sueño: tener una mascota a quien querer y con la que pueda jugar.

Su padre le ha explicado que no se deben comprar a las mascotas, ni tampoco ser regaladas.

—¿Por qué no se puede, papá? —preguntó lo niña, algo triste.

—Es para evitar que los animales sean luego abandonados por las personas. —contestó su padre, tratando que su pequeña le entendiera.

—Yo lo querría mucho, y nunca, nunca, le haría daño ni lo abandonaría —fue la respuesta de Amalia y sus palabras llegaron al corazón de su papá.

—Lo sé, mi niña. Quizás un día, cuando estés algo mayor y sepas como cuidar a un perrito, darle su alimento, bañarlo y puedas limpiar todo si ensucia, entonces te llevaré a un refugio para adoptar un pequeño cachorro, el que más te guste.

Los ojos de Amalia se iluminaron como dos estrellas brillantes. Esa es su gran ilusión y esperará el día en que pueda adoptar a su mascota.

—Gracias, papi. Me alegraré mucho si lo podemos hacer.

Y Amalia se sentó en un lugar del salón, imaginando que tenía a el pequeño perrito en sus brazos, que jugaba con él. Cuando eso sea una realidad, le pondrá un bonito nombre, cuidará de él y le dará mucho amor. Será como tener un amiguito con quien compartir momentos felices.

Amalia imaginaba el momento cuando jugaría con su perrito.

Un año después, cuando Amalia tenía seis años, su padre la llevó al refugio a buscar un perrito que necesitara un hogar. Allí, apenas entrar, su mirada se dirigió al lugar donde una pequeña perrita de color canela estaba echada, como esperando a que alguien fuera por ella.

Hicieron los arreglos y le dieron a la pequeña chihuahua en adopción. Al llegar a casa, el padre pregunto:

—¿Qué nombre le pondrás a tu amiguita?

Amalia mostró una gran sonrisa y le contestó:

—Canela, se llamará Canela, como el color de su pelo.

Desde ese día, la casa se llenó de alegría y risas con los juegos de Amalia y Canela. Eran dos seres hermosos: ella llena de ternura, y la perrita, inteligente y juguetona, aunque también era algo ruidosa, con sus agudos ladridos.

Nota del autor: Dedicado a mi sobrina nieta, Amalia, por su cumpleaños.

Autor: Adalberto Nieves. @Yocuento2

Imágenes: Fotos del autor e imágenes de Pixabay

Publicado en A partir de 6 años

Anochecer en la laguna

Todas los días, cuando el sol comienza a apagarse despidiendo la tarde y antes de oscurecer, los animales del matorral comienzan a reunirse para contar sus andanzas del día y no falta que en ocasiones se arme alguna fiesta en la que todos participan gustosos.

Hoy fue uno de esos días. Con los últimos rayitos del señor Sol, cuando el cielo y las nubes se visten de tonos dorados y anaranjados, empiezan a llegar los amigos, reuniéndose cerca de la laguna.

Las aves más grandes se posan en las altas copas de los árboles y los pájaros pequeños se acomodan en las ramas más bajas, haciendo que las copas de los árboles parezcan gigantes adornados de pequeñas figuritas aladas de todos los colores.

Las lagartijas y las iguanas se quedan por el suelo, entre peñascos y trozos de maderas de las ramas caídas.

Los sapos, que nunca son bien vistos por sus grandes barrigas y enormes bocas, ocupan las piedras y hojas grandes que flotan en el agua.

Así van llegando todos los animales y arman su festín. Las guacamayas cantan y las cacatúas ríen estrepitosamente.

Los grillos, acompañan el canto con su agudo tono, haciendo el coro.

Cuando ya casi oscurece y la luna está por aparecer sobre las colinas, hay gran bulla en el lugar, pero no durará mucho porque cuando están en lo mejor de la fiesta, llega el señor búho, el muy respetable maestro y manda a callar a todos, recordando que las noches son para dormir y él quiere descansar.

Todos, muy respetuosamente guardan silencio y van a ocupar el lugar en donde acostumbran dormir. Las estrellas brillan, la luna resplandece y hay tranquilidad en el matorral.

Todos dormirán hasta que el señor Gallo los despierte con su quiquiriquí al amanecer de un nuevo día.

Autor: Adalberto Nieves

Ilustraciones: Pixabay

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 4. Lago Alto

Año XXX del reinado de Ismael II, El impasible

Río corría a medio latido por encima de sus posibilidades. No tenía tiempo que perder. Faltaban a penas tres horas para que la vida humana se reiniciara en el orfanato y notaran que no había dormido en su cama.

            Corría y corría adentrándose cada vez más en la profundidad del bosque. Toda la montaña guardaba memoria y le mostraba el camino más rápido y seguro hasta llegar a la última gota del río Naydés. A ambos lados de ella, en un movimiento envolvente, las hojas de los árboles se movían para indicarle por dónde era más seguro continuar. Cruzó el camino de tierra roja. Con forme realizaba el avance, el camino se volvía más estrecho y empinado. Pronto inició el ascenso por el Corazón de la montaña. En aquella zona los troncos de los árboles estaban muy juntos y las ramas se abrían en abanico juntando sus copas. Desde un plano más elevado de la montaña daba la sensación de que todo aquel sector estaba formado por un único árbol. Aquel manto de hojas que tenía sobre su cabeza proporcionaba la sensación de una noche cerrada y perpetua, perfecta para aquellas criaturas del bosque que deseaban mantenerse en la clandestinidad. Los ojos de Río se acomodaron a la carencia de luz y sorteaba los obstáculos con agilidad. Apretó su carrera para impulsarse en un terraplén y agarrarse con ambas manos a una cuerda que pendía del último árbol de la zona. Se balanceó en la cuerda hasta que consiguió altura suficiente para saltar al inicio de la siguiente zona del bosque.

            Allí, siempre se detenía unos segundos para inspeccionar la zona. Algo o alguien la observaba, aunque no pudiera verlo. Estaba segura. Desde la primera vez que puso el primer pie en aquel sector había mantenido esa certeza. Esa noche no era una excepción. Prestó atención y escuchó:

            ―¿Es ella?

            ―Sí.

            Era la primera vez que Río escuchaba un fragmento de conversación. La segunda voz le resultó familiar. En su mente se proyectó una imagen que no le pertenecía de un recuerdo que no era suyo: una mujer de cabellos azules acariciándose el vientre abultado. Estaba embarazada. Debía ser su madre o algún miembro de su familia. Que así fuera no significaba gran cosa para ella. Los lazos de sangre y el amor no siempre iban unidos de la mano. Su familia la abandonó en un orfanato. Se deshicieron de ella como si fuera el envoltorio de un caramelo.

            Giró sobre sí misma en busca de aquellas voces.

            ―Sé quién eres ―Río alzó la voz. ―Sal.

            ―¿Cómo puede saber tu nombre? ―preguntó la primera voz.

            ―¡Cállate! No lo sabe. Para ella solo es un imperativo de un verbo ―reprendió la segunda voz con aspereza.

            ―Pero… ¿Cómo puede escucharnos? Es imposible…

            ―¡Cállate!

            ―No estoy hablando…

            ―Deja tu mente en blanco, puede leernos.

            ―¿En serio?

Fue lo último que escuchó Río, pero presentía que aquellos seres, no humanos, seguían presentes.

―No tengo tiempo para juegos ―alzó la voz. Sabía que aquella conversación entre ellas la había leído de sus mentes, pero quería asegurarse de que la escuchaban. ―Si deseáis seguir en las sombras del bosque que así sea. Lago Alto está en peligro. Es más importante que andar persiguiendo voces cobardes que no dan la cara. Espero que no estéis detrás de este mal que acecha en el bosque. ―Habló el lenguaje desconocido:

Porque los lazos de sangre

que nunca fueron alimentados,

nunca fueron anudados

con la raíz de la misma cuerda.

Lo que debió ser

pasó de largo,

y en este ahora

no hay sangre,

solo lazos anudados y que están por anudar.

Vete lejos, madre de sal y sangre.

Vete lejos, porque la Madre tierra

me llama y no puedo negarme

a escuchar su llamada.

            ―¿Quién le ha enseñado nuestro idioma? ―Pensó una voz. ―¡Au! ―gritó. Río imaginó que había recibido un codazo para que dejara la mente en blanco.

            Cuando Río se disponía a reanudar el trayecto la mujer de los cabellos azules salió y le cortó el paso.

            ―¡No estás preparada para limpiar el mal que acecha a la montaña! ¡Vete a casa o acabarás mal! ―Su voz sonaba áspera.

            ―¿Es una amenaza? ―Río clavó sus ojos en aquella mujer. La voz dubitativa permanecía en un segundo plano.

            ―No, es una profecía.

Imagen destacada de portada: Andrea Obregón Mantecón.

Bosque y mujer de cabellos azules: canva.

Publicado en A partir de 15 años

El espantapájaros. Capítulo 1 (Laskiaf D.R.A. Autora invitada)

Que sentimientos tan indescriptibles siento al caminar por este campo verde, que hizo parte de mi pasado. En mi memoria de niño aún prevalecen ciertos recuerdos del ayer. Aunque hace varios años que ya no están los maizales, ni su antiguo guardián. Un viejo muñeco de paja, que tenía cara de anciano con sonrisa pícara, curiosamente vestía las ropas viejas del abuelo. Suena algo inocente, pero aún me intriga saber: ¿para dónde se fue con su encanto y aquella magia que todavía me hace suspirar?

De chiquillo me crié junto a mis abuelos, en esta hacienda, después del divorcio de mis padres. Cuando llegué lo primero que hice fue observar con asombro lo feo que era aquel espantapájaros que cuidaba los cultivos de maíz. Me genera risa recordar a ciertos pájaros que llegaban a comerse las mazorcas, entonces algo sobrenatural sucedía y los pobres pajarracos salían despavoridos volando. Ahora intuyo porqué salían aterrados. Aquel espantajo siempre había estado en el plantío desde que mi abuelo tenía uso de razón. Dicen que aquellos muñecos de paja son terroríficos, sobre todo cuando cae la noche; yo pienso que sí, y no.

A mi desgastada memoria llega la noche del incendio en el establo. Por un descuido involuntario un obrero dejó una lámpara dentro de las pesebreras. Los gatos saltando sobre el heno, tratando de cazar a un asustado ratón, la tumbaron, originando la conflagración. El olor a humo se esparció con rapidez. Todos en la hacienda afanados con mangueras y baldes en mano, echábamos agua. Esa noche después de mucho tiempo observé por fin reaccionar a mi madre, al ver las caras de los abuelos a punto de llorar, cuando escuchaban el relinchar de los pobres caballos sin poder salir. Las llamas obstaculizaban la única entrada y salida. El viento zumbaba más de lo normal. Si no salían los corceles de las pesebreras, corrían peligro de morir calcinados. Los vecinos vinieron con rapidez a socorrernos. De un momento a otro se escuchó el tropel de las bestias. Sin darnos cuenta atravesaron la puerta y salieron a todo galope hacia los cultivos.

Recuerdo que me quede ahí paralizado, y de manera extraña observaba las flamas que parecían tener vida. Quedé frío al ver aparecer al espantapájaros; se le iluminaron más los ojos y sonrió; yo quedé atónito. Luego, con una mueca picarona me guiñó un ojote, abriendo su bocota inmensa de paja. Con su mano algo quemada hizo el gesto de que todo estaba bien. No salía de mi asombro, cuando de un momento a otro el fuego lo devoró y se apagó. Sin poder cerrar mi pequeña boca empecé a sentir las gotas de lluvia sobre mi rostro. Llevaban meses sin caer sobre mí; desde que papá se marchó. Reaccioné al inhalar el olor a tierra mojada que se mezcló con el humo. Una mano palmoteó sobre mi hombro, y con voz fuerte reafirmó:

—Créeme, ya todo está bien; descansa—Quise girarme, pero no pude; perdí el sentido.

Al día siguiente desperté con mi pijama puesto, azaroso me asomé por la ventana; el establo tenía uno cuantos quemones en la entrada, pero no se notaban daños graves. Escuché a mi abuelo hablar con los caballos:

—¡Se salvaron de milagro, amigos!; ¡cuenten qué pasó!—. Los equinos escasamente relincharon después de aquel susto.

Yo bañé mi cuerpo, medio cepillé mis dientes, di gracias, y salí de mi habitación. No deseaba desayunar pero mi madre y abuela me obligaron; me quemé la lengua por el afán de terminar. Ansioso salí directo al establo, entré buscando algo que no sabía. Curiosamente observé que no había nada calcinado adentro, solo un heno levemente chamuscado. Eso fue raro, me causó sospecha, ya que la candela se había originado ahí.

Pensando en los hechos ocurridos, me dirigí rumbo al maizal. Allí estaba él, con su mirada perdida, con las vestiduras desgastadas de mi abuelito, y ese gesto en su cara que emulaba una sonrisa; no puedo decir que me causó terror o miedo, porque ya no fue así. Me senté bajo su leve sombra y le pregunté:

— ¿Tú salvaste a los caballos anoche?— esperé escuchar una respuesta, pero nada; simplemente nada.

Salí decepcionado, como otras veces. Primero mis padres, ahora él, suspiré refugiándome en mi soledad contando mariposas de colores.

Laskiaf D.R.A

Continuará…

Publicado en A partir de 10 años

Una chica guay como la que más

Faltaba una semana para la fiesta de fin de curso en el cole de Lupe y los compañeros de clase estaban de los nervios; como era el último año antes de pasar al instituto, dos de ellos serían los elegidos para rey y reina de la noche.

Pero a Lupe le sentaba fatal este tipo de cosas; siempre pensó que la reina de la fiesta era la chica más simpática y guapa, y el rey, el típico guapetón que gustaba a todas.

Por eso no le gustaban las fiestas. Desde pequeña decía que ella no era ni guapa ni popular, y tampoco le quedaban bien los vestidos de princesa.

Sin embargo, Lana era la más guapa de la clase; la conocía desde los tres años y siempre destacó por todo: su cara risueña, su simpatía, su ropa, su pelo liso y brillante… Era perfecta menos en los estudios, pero eso no le importaba a nadie porque todos querían ser como ella y, hasta los profes estaban encantados con Lana.

Lupe, en cambio, pasaba desapercibida. Ella siempre había sido estudiosa y era la que mejores notas sacaba, pero no conseguía tener amigos. Parecía invisible y Lana ni le hablaba ni le dirigía la mirada, a pesar de que se conocían desde pequeñas.

Estaba segura de que Lana sería la reina de la fiesta.

Mientras las otras chicas de la clase hablaban de vestidos y peinados, a Lupe le preocupaban otras cosas: su pelo era áspero, al igual que su piel y estaba a disgusto con su cuerpo. Este había empezado a mostrar signos de una transformación terrible: los pelillos que tenía en las piernas se habían multiplicado y se estaban poniendo duros y su cara se iba llenando de granitos.

Unos días antes de la fiesta, cogió a escondidas la máquina de afeitar de su padre y se la pasó por las piernas, pero al día siguiente, los pelos volvieron a despuntar y por la tarde tuvo que afeitarlos otra vez. Sin embargo, el día señalado tuvo que repetir la operación y, además, la fiesta fue un desastre. Nadie se dirigió a ella, no bailó ni disfrutó de los juegos y concursos, y, por supuesto, Lana salió elegida reina de la fiesta.

Lupe volvió a su casa antes que los demás y nadie se despidió de ella.

Imagen de StockSnap en Pixabay

Al día siguiente, no había cole y Lupe descubrió con estupor que esos odiosos pelos habían salido de nuevo y aún más duros. Además, su cabello estaba áspero y tieso, y en la cara tenía unos granos que parecían a punto de explotar.

Lupe no aguantó más y se puso a llorar sin consuelo.

Su madre, preocupada, creyó que su hija se alegraría si supiera lo que tenían preparado para ella y le contó que su padre y ella llevaban meses organizando una fiesta. Habría un montón de invitados e iba a conocer a mucha gente interesante; además, le esperaba una gran sorpresa.

Lupe se enfadó aún más porque no soportaba las fiestas; no quería salir de casa, menos esos días en los que se sentía tan fea, y le contó a su madre lo de los pelos en las piernas que no paraban de crecer, los granos de la cara y lo rara que se sentía esos días.

La madre suspiró y mostró una gran sonrisa que tanto gustaba a Lupe en los momentos en que ella estaba triste.

—Cariño, eres mucho más que una niña —comenzó su madre—, desciendes de una gran estirpe, de una raza ancestral, muy superior a la de una persona normal…

—Pero, ¡¿qué me estás contando, mamá?!

—Ay, hija, perdona, me he venido arriba.

La madre de Lupe pensó un momento lo que iba a contar.

—Quiero decir que tú no eres como las demás niñas.

—Sí, ya me di cuenta —interrumpió Lupe, sarcástica.

—Lupe, tu padre y yo, y tus abuelos, y tus bisabuelos, guardamos un secreto extraordinario: somos licántropos.

—¿Y eso qué es, mamá?

—Somos hombres y mujeres–lobo.

Esta vez, Lupe se quedó con la boca abierta, estupefacta.

—Por eso, lo de los vellos en las piernas, tu piel áspera y esa sensación de no poder dominar tu cuerpo; estás creciendo y es luna llena, ya estás experimentando las primeras señales, y por eso, te hemos preparado una fiesta de iniciación.

—Lo dices como si fuera muy bonito, pero no lo es. Ahora, soy más rara aún.

—Eres distinta como todos lo son a su manera y, cuando lo aceptes, podrás sacar lo mejor de ti. Vamos esta noche a la fiesta, te sorprenderás de lo que encontrarás allí.

Lupe fue de mala gana a la fiesta que sus padres le habían organizado y allí se encontró con una gran reunión de hombres y mujeres–lobo que la esperaban para celebrar su ingreso en tan selecta comunidad. Pero lo que Lupe jamás imaginó es que se iba a encontrar con Lana, la reina de todas las fiestas, y… ¡qué pelos llevaba! No tenía nada que ver con la chica delicada y elegante del día anterior, pero mantenía intacta su sonrisa. Su hermano, que tanto le gustaba a Lupe, también estaba con unas patillas que le llegaban al mentón y ambos fueron a saludarla.

—¿Puedo darte un abrazo? —preguntó Lana.

—Cla…claro —acertó a contestar Lupe extrañada.

—¡Qué bien que también seas licántropa! Ya no me sentiré rara nunca más —dijo Lana.

—¿Es que te alegras? —preguntó Lupe— Creía que no querías saber nada de mí.

—¡Qué va! —contestó Lana— Es que no sabía si tú querías ser mi amiga; te veía tan seria y tan segura de ti misma que yo pensaba que, a lo mejor, me rechazabas. En cambio, yo solo buscaba ser como los demás querían para que me aceptasen.

—No tenía ni idea…

—¡Atención, todos! —interrumpió el padre de Lupe, que estaba en el escenario con un micrófono—. Quiero presentaros a un nuevo miembro del grupo: mi maravillosa hija Lupe. ¡Un aullido de bienvenida para ella!

Todos los licántropos reunidos se volvieron hacia Lupe y alzaron sus copas.

—¡Viva la reina de la manada de esta noche! ¡Auuuuuhhhh!

Imagen de kennethburridge en Pixabay.

Olga Lafuente.