Publicado en A partir de 7 años, Cuento

Los exploradores del tiempo. Capítulo 4. Un señor muy inglés

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—¿Que hemos ido a otra dimensión? —siguió Pablo— Y ¿Ahora qué somos? ¿Muñecos?

—¡Fi…f…f…fid…fideos enredados! —tartamudeaba Rafa.

Todos sabían que Rafa, cuando sentía la necesidad de soltar un taco, decía algo relacionado con lo que estaba pasando, pero en este caso, no tenían ni idea de qué relación había ahí con los fideos.

—Fideos enredados… –repitió el hombre que estaba sentado.

El caballero los miraba sin inmutarse, como si la aparición de una tienda india con cinco niños dentro fuese algo normal allí.

—Curioso —continuó— ¿Se trata de algún reniego? o ¿de un cándido subterfugio para confundir al espectador?

Los chicos se quedaron pasmados por la forma de hablar de Phileas Fogg. No se estaban enterando de nada.

—¿Eh? —Fue lo único que acertó a decir Rafa.

—Me refiero a esa expresión sobre fideos acompañada de tan abundantes gestos faciales.

—No lo puedo evitar —contestó Rafa—. Cuando me pongo nervioso, digo palabras malsonantes y mi padre me dijo que las cambiara por lo primero que se me viniera a la cabeza.

—Muy astuta estrategia —dijo el caballero—. Tengo un colega al que le ocurre lo mismo. Se lo comentaré. Por favor —siguió el inglés dirigiéndose a Rafa—, dígale a su padre que venga al club un día de estos. Me encantaría conocerlo.

—“No creo que al padre de Rafa le encantara tanto. Ja, ja, ja” —dijo por lo bajo Carla.

—Y bien —continuó Phileas—, ¿me explicarán ustedes cómo han aparecido aquí, de repente?

Como a Pablo no le hacía ninguna gracia estar en un lugar que no era real, hablando con un caballero que no existía, decidió contestar rápido para volver a su casa lo antes posible.

—Pues verá usted, señor Fogg. Esta tienda india es una máquina del tiempo y hemos viajado desde el futuro por equivocación. No tendríamos que estar aquí, sino en un sitio…más…ehm… No se moleste usted, pero tendríamos que estar en un sitio más real.

A Phileas Fogg se le abrieron los ojos como a una rana de ojos celestes y se puso pálido. Julián se llevó la mano a la frente como si así consiguiera hacerse invisible.

—¡JA, JA, JA! Pero, qué ocurrentes son estos muchachos.

El estruendo de la risa de Phileas hizo que acudiera su criado Passepartout. Los chicos, asustados, corrieron a la tienda para regresar, pero Paula siguió la conversación:

—Señor Phileas, no es nada extraño. Si usted pudo dar la vuelta al mundo en ochenta días, en el futuro se podrán hacer viajes más extraños.

—¿La vuelta al mundo en solo ochentas días? —dijo sorprendido el inglés—. Yo, apenas, he salido de Londres, señorita.

—Genial —refunfuñó Pablo—. Encima nos hemos equivocado de momento.

Carla metió a Paula en la tienda de un empujón, y para despedirse dijo:

—Bueno, pues ya volveremos cuando haya hecho usted el viaje ¿eh? —Y desaparecieron.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el criado

—Vaya. Se han ido sin explicarme el truco. Passepartout —Phileas se volvió hacia su criado—, estos jovencitos me han dado una idea. ¿Cree usted que podríamos dar la vuelta al mundo en ochenta días?

Olga Lafuente.

Tienda de campaña india bajo cielo estrellado.
Foto de Chait Goli en Pexels
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Los exploradores del tiempo. Capítulo 3. Un señor muy inglés (Primera parte)

Tras el regreso del viaje a la habitación de Van Gogh, a los cinco exploradores se les pasó pronto el susto, sobre todo, a Carla que le había parecido corto y pidió hacer otro.

Pablo dijo que había que dejar de hacer esos viajes porque podrían quedarse perdidos por ahí en el pasado, pero Carla insistió tanto que los chicos decidieron hacerle caso con tal de no seguir oyéndola.

Estaban sentados dentro de la tienda de campaña delante del ordenador que mostraba todos los mini agujeros negros que había en la habitación de Julián. Carla vio dos mini agujeros negros girando muy cerca el uno del otro.

—¡Oh, eso mola! —exclamó Carla señalándolos en la pantalla.

—¿Eso qué es? —preguntó Pablo mostrando disgusto.

—Es un agujero negro doble —contestó Julián.

—¿Y qué diferencia hay con los otros? —siguió preguntando Pablo.

—No sé —Julián se encogió de hombros—. Es la primera vez que hago esto.

—¡Pues no se hable más! —dijo Carla y le dio al botón de la máquina del tiempo.

—¡Noooooo! —gritó Pablo.

Y como pasó la otra vez, los cinco exploradores se deslizaron a gran velocidad por un túnel negro lleno de curvas y giros pero, ahora, era diferente porque, a veces, se veían reflejados delante de sí mismos como si tuvieran un doble que aparecía y desaparecía. Nadie lo quiso decir pero estaban muertos de miedo.

La máquina frenó de golpe y todo parecía normal; las dos chicas quisieron salir a la vez y los chicos las siguieron.

—¡Vaya! Parece un palacio —dijo Paula.

Estaban en el centro de un gran salón con enormes lámparas doradas, muebles antiguos, alfombras rojas y las paredes llenas de libros. Había mesas pequeñas con butacas, y un hombre que estaba sentado con un periódico los miraba sonriendo.

—Buenos días, jóvenes —saludó el caballero—. Admito que han realizado ustedes una aparición espectacular. ¿Sería mucha insolencia preguntarles el truco?

El hombre iba vestido elegante pero como en las películas antiguas, y los exploradores lo miraban embobados con la boca abierta.

—¡Oh! Disculpen —continuó el hombre—. Me llamo Phileas Fogg.

—Ese nombre me suena —susurró Pablo a sus compañeros.

—Sí, y a mí —dijo Paula mientras se daba golpecitos en la barbilla con el dedo índice—. ¡Aaah! ¡Ya sé! ¡Es el de la vuelta al mundo en ochenta días!

—¡¿Qué?! —gritó Pablo— ¡Eso no puede ser, es un personaje de ficción!

Todos miraron a Julián.

—Bueno… —titubeó Julián— hemos entrado en un agujero negro doble. A lo mejor, hemos ido a otra dimensión.

(Continuará…)

Imagen de DarkWorkX en Pixabay