Publicado en A partir de 9 años, Cuento

El jardín del mediodía

―Os contaré la historia del niño de esta estatua. La mitad es mentira y la otra mitad puede que no sea verdad. Allá vamos:

Érase un pequeño pueblo, este, donde habitaban cada día menos personas. Pronto se le empezó a considerar una aldea de una montaña sin nombre que nadie visitaba. Un niño, el de esta estatua, pensó que el pueblo se estaba apagando porque cada vez veía menos luces encendidas en las casas. Y se dijo, «un día no habrá nadie para cosechar las tierras, para cuidar al ganado y nadie que limpie las calles. No habría ni risa ni llanto. Ni juegos ni secretos». Arrastrando la tristeza en los pies, llegó a la fuente de los deseos y pidió uno:

            ―Fuentita. Sí no se rían la llamó así, recuerden que era un niño y muy muy pequeño. Fuentita, este pueblo necesita fantasía. Quiero que las personas del pueblo vivan cada día como si fuera Navidad.

            Dicen que la fuente emitió un sonido extraño, como si no comprendiera las palabras de aquel niño o como si estuviera imaginando cómo cumplir aquel maravilloso deseo. Sea como fuere el deseo del niño se cumplió ese mismo día. Y justo a la mitad del día apareció un jardín en una zona del pueblo. El más hermoso jamás visto y conocido. A las dos horas desapareció como arte de magia. Fue un visto y no visto. Llegó del mismo modo que se fue. Desde entonces cada día a la misma hora aparece en otra parte del pueblo. Nunca repite el mismo lugar. Por eso como pueden comprobar hay personas que circulan por tantas zonas del pueblo, todas, esperando que sea en el sitio que han elegido donde aparecerá de nuevo. Nosotros esperaremos aquí. ¿Quién sabe? Puede que tengamos suerte y lo veamos.

Imágenes de la entrada creadas con Canva (multimedia mágico)

Publicado en A partir de 8 años, Educación Emocional, Recursos para docentes

Siempre es Navidad

Soy Amanda, una de las elfas de Santa. En nuestra sección todos los elfos tenemos nombres muy peculiares: Amor, Alegría, Salud, Felicidad… y Soledad. Sí, Soledad, no pega para nada con la temática de nuestra sección. Lo sé. Todos los elfos lo sabemos. Nadie comprendía por qué Papá Noel la puso en nuestra sección y, menos aún, por qué era ella quién dirigía todo el cotarro. Al menos, de entrada. Porque después de aquella noche, una noche cualquiera, donde la luna se entristecía más de la cuenta y se replegaba tanto sobre sí misma que apenas se veía en el horizonte, lo comprendimos todo en un plis plas.

Vamos por pasos, como dicen las maestras de mates cuando hay que resolver un problema complicado.

Soledad revisaba las cartas de los niños y de las niñas y nos leyó lo siguiente:

Querido Santa. Lo único que deseo para este año es que papá y mamá vuelvan a estar juntos. No como novios. No. Solo para la cena de Navidad. Quiero que podamos sentarnos en la misma mesa a cenar sin que discutan. Es difícil. ¿Crees que podrás? No importa que no sea en Navidad, puede ser cualquier día. En lo único en lo que ambos están de acuerdo siempre es que siempre es Navidad. Bueno, y en que me quieren.

            Tu amigo por siempre jamás, Sergio.

Soledad mientras leía la carta, lloraba. No como hacen por la tele. Lloraba de verdad, de forma silenciosa y reposada. Creo que cada lágrima le daba un pellizco en el corazón, porque se llevó la mano al pecho en más de una ocasión.

―¿Qué hacemos? ―preguntó con menos entusiasmo del habitual Felicidad.

―¡Una carta, una carta! ―repitió Entusiasmo corriendo al escritorio. En cero como dos segundos ya estaba de vuelta con papel y lápiz.

―¿Y qué le vamos a poner? ―Salud, no estaba muy convencida con la solución propuesta. ―Quizás no la lean o no se la tomen en serio.

―Creerán que es falsa ―dijo Soledad con una tristeza que no cabía en ningún patio de colegio.

Todos los elfos se pusieron tristes. Incluso Felicidad derramó una lágrima.

―¿Qué hacemos entonces? ―Amor iba de un lado a otro abrazando a todos los elfos para que se sintieran mejor.

―Vamos a escribirle una carta a Sergio. Santa recibe cientos de cartas similares cada año. Le pediremos a uno de nuestros embajadores rojos que hay repartidos por todo el mundo que se la dé. En su colegio va uno de ellos. Se la haremos llegar.

Soledad cogió el papel y lápiz que le ofreció Entusiasmo. Escribieron una carta, no una cualquiera. No. Escribieron una carta salida de todos los corazones élficos de la sección. Era tan bonita que lloraron y lloraron. De hecho, la sellaron con lágrimas de elfos. Una señal de buena suerte en el mundo mágico. Eran lágrimas que comprendían la Soledad del niño, claro, y también le ofrecían todo su amor, alegría, entusiasmo, felicidad… y un sinfín de emociones hermosas.

¿Te atreves a escribir esa carta? Seguro que será estupenda. Puedes añadirla en comentarios en la entrada.
Publicado en A partir de 11 años

¡Padre no puede enterarse!, Mamen Ruiz

Capítulo 1. La Ninfa de Cristal

Las ninfas Náyades esperaban su turno en la sala contigua a donde se celebraban las audiencias. Después de arduas deliberaciones e infinidad de puertas cerradas, solo  quedaba ese último cartucho antes de desencadenar una disputa, o lo que sería aún peor: la guerra. Nunca se había dado el caso con anterioridad, eran un pueblo pacífico, acomodado en la otra cara del río Naydés.

―La Ninfa de Cristal pondrá orden, Dulaida. ¡No debes preocuparte!  ―le dijo Aretusa, mientras sostenía su mano para tranquilizarla.

―¿De verdad lo crees?  ―preguntó inquieta.

El servicio le ofreció un té y una porción de tarta de manzana a cada una. Aretusa, cuando olió el pastel de manzana, dio un respingo hacia atrás en su asiento. Había infinidad de tartas y ¿tenía que ser aquella? Aquel olor la transportó a un sueño recurrente de los últimos días: ella aceptando una manzana de una bruja en el río. Confiada, la tomaba de su propia mano, aspiraba su aroma dulzón y le daba un mordisco. Siempre despertaba en esa parte de su pesadilla, justo antes de sumergirse en un sueño profundo y eterno. No recordaba ninguno que no se hubiese cumplido, pero no digería aquel final.

Pasaron a la sala de conferencias; la Ninfa de Cristal miraba hacia los grandes ventanales, distante y con severidad. Desde allí, como en una pantalla de cine, se proyectaba la profundidad del valle con cada uno de sus recovecos. Ningún ser vivo, grande o pequeño, escapaba a su mirada; eso le ganó otro sobrenombre: la Señora que nunca duerme. 

Contemplaba en silencio y solo en raras ocasiones había intervenido o impuesto su autoridad de forma implacable, casi sin pestañear. Su mayor sueño era librarse de aquel trono y disfrutar como cualquier otra ninfa de la belleza del río y de aquel bosque lleno de magia escondida en cada tronco de árbol, debajo de cada piedra, en el susurro de las aguas de las cascadas; quedaba siempre pospuesto con una nueva problemática en el valle. No estaba bien marcharse en medio del caos.

Nida hizo un suave gesto con la mano y todos los presentes se retiraron. Esperó la reverencia, parte del protocolo, para descender las escaleras del trono y fundirse en un abrazo. Las lágrimas inundaron los rostros de las tres hermanas.   

            Nida, la Ninfa de Cristal, conocía bien todos los detalles de la nueva consulta de sus hermanas, los había vivido de primera mano, pero percibió en el brillo de los ojos verdes de Aretusa la necesidad de hablar de ellos. Aquellos ojos cristalinos apaciguaban su ánimo. En ellos se reflejaban el carácter y la fortaleza de su hermana. Una ninfa especial, cuya esencia contradictoria formaba su verdadera identidad. Por un lado, llevaba a buen término las más duras de las pruebas atentadas contra la naturaleza sin mostrar emociones; y por otro, lloraba amargamente ante el cuerpo abandonado de un pajarillo en una red cuando estaba a solas.

            Siempre tuvo claro quién dirigiría el valle. Es cierto que Dulaida era la ninfa con mayor fortaleza física; pero no le gustaba hablar en público y dudaba constantemente ante las cosas insignificantes de la vida: peinado, ropas, comida… De ahí provenía su sobrenombre, combinando las palabras «la duda». No le gustaba dar órdenes; sin embargo, ejecutaba sin despeinarse las indicaciones de Aretusa o Nida, y por muy complicadas que fuesen siempre hallaba un modo de llevarlas a buen término.

            ―Sentimos importunarte con nuestras cosas, Nida, pero ya sabrás qué está pasando en el río ―comenzó Aretusa―. El río Naydés ha sufrido toda suerte de desgracias en los dos últimos años. Una de las fábricas tuvo un escape de vertido tóxico que acabó contaminando el agua, alteró completamente el ecosistema. Algunas especies llegaron al límite de la extinción; muchos ejemplares morían por el agua o por falta de alimento. Fue muy duro para nosotras. Algunas ninfas siguen con pesadillas.

            »Moviste los hilos ―continuó Aretusa― y Medio Ambiente, Protección Civil y un equipo bien organizado de voluntarios prestaron su ayuda. Retiramos los cuerpos, pero las plagas de insectos y alimañas no solo aparecieron, sino que además transmitieron infecciones a casi todos los ejemplares sanos. Los animales supervivientes emigraron en busca de sustento y de condiciones más favorables.

            ―¡Un daño irreparable! Tomaron acciones legales contra la fábrica, no reunía las medidas de seguridad ―Nida remarcó las palabras «acciones legales».

            ―Lo sé, Nida, te agradecemos tu ayuda; lo sabes, ¿verdad?

            ―Sí ―dijo casi en un susurro la Ninfa de Cristal.

            ―Hace unos cuatro meses, cuando el ecosistema comenzaba a recuperar su equilibrio y las aves habían retornado de su ciclo migratorio al valle, la caza furtiva experimentó un crecimiento considerable. Los hay para quienes solo es un juego de tiro al blanco: ¡ni siquiera recogen sus presas! ¡Las recuentan para alardear en una partida de dardos, o sacan unas fotos para el Facebook! ―Aretusa notó cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla. Solo mostraba sus emociones delante de ellas―. No tengo nada en contra de la caza, pero no así…

            ―¡Por supuesto! ―indicó resignada Nida―. Conseguimos el cartel de coto privado para este caso.

            ―Un mes y medio después… ―continuó Aretusa―. ¿Qué me dices de los domingueros?, ¿y los mochileros? Con sus toallas, caravanas y tiendas de campaña masificaron las orillas del río. Otro verdadero desastre medioambiental. Contemplábamos una hilera de residuos a lo largo del curso del río. Muchas de las hogueras y barbacoas carecían de licencia y se realizaban en zonas no habilitadas para ellas, provocando pequeños y medianos incendios.

            Nida hizo un gesto instintivo, tocó su cabello. Ya no lucía su largo pelo rubio ondulado, que atesoraba como el más bello sus dones.

            ―Algunas personas daban alimentos en mal estado a los animales salvajes y enfermaban ―remarcó la Ninfa de Cristal.

            ―¡Siento lo de tu pelo, Nida! ―exclamó volviendo al presente y a la realidad de su hermana mayor.

            ―¡Es un mal menor! El pelo crece de nuevo.

            ―Salvaste a muchos animales; sin ti, hubiesen sido presa de las llamas. Lo sabes, ¿verdad? ―señaló Aretusa acariciando el hombro de su hermana.

            ―Sí, cielo. No me he acostumbrado todavía. Eso es todo. ―Apretó con sus manos las que fueron las más delicadas entre todas las ninfas―. Tú tampoco escapaste del todo bien. ¿Se curarán?

            ―Sí. ¡Es un mal menor! ―repitió las palabras de su hermana en tono de complicidad mientras guiñaba un ojo.

            ―Algunos animales tenían tanto miedo de beber en las aguas por si los apresaban o maltrataban que casi murieron de sed ―siguió Aretusa―. ¿Recuerdas? Preparamos algunos bebederos en lugares estratégicos fuera de la vista de los humanos.

            ―Sí. Los fuimos rotando para que las personas no siguieran el rastro de los animales.  ―Es cierto. Lo recuerdo como si fuera ayer; esta vez obtuvimos el cartel de reserva natural y prohibieron el paso a los excursionistas y domingueros. Y ahora… ―Tomó aliento―. No hay permiso, ni licencia que solvente este nuevo problema.

TALLER DE LECTURA

1.1. TALLER DE LECTURA

1. Resumen del capítulo.

2. Opinión personal. Podemos centrarnos, entre otros, en la trama, personajes principales, final del cuento… Señalando alguno o varios de estos aspectos, fundamentaremos si nos ha gustado o no.

3. Contesta a las siguientes preguntas:

a. ¿Qué le ofreció el servicio a las Ninfas mientras esperaban en la sala de espera?

b. ¿Cuál es el sobrenombre de Nida? ¿Y de Aretusa?

c. A una de las Ninfas la llaman Dulaida, ¿por qué?

d. ¿Quién dirigía el Valle?

4. Busca en el diccionario y copia en tu cuaderno: contigua o contiguo, ardua o arduo, deliberaciones, implacable y reverencia.

5. Explica el significado de la siguiente “frase hecha” que aparece en el capítulo.

-Solo  quedaba ese último cartucho antes de desencadenar una disputa.

Si deseas continuar leyendo el libro en la siguiente página podrás comprarlo:

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Este libro incluye cuadernillo de actividades para realizar dentro del Plan lector de tu colegio.

Publicado en Artículo para docentes

Artículo para docentes: Vínculos sanos en el aula, Delia Serrano

Muchas veces nos encontramos con situaciones que se escapan a nuestra comprensión.

¿Cómo de golpe y por arte de magia un niño o una niña que estaba aparentemente tranquilo o tranquila, se levanta de un salto y se pone a llorar o dice un no rotundo?

No es habitual que pasen estas cosas, pero en ocasiones nos encontramos con esto. O por ejemplo, está totalmente tranquilo y se pone a llorar desconsoladamente y mira a su alrededor cómo si algo o si alguien le hubiera hecho o dicho algo, cuando nadie se ha acercado.

Hay más ejemplos que podría poner, pero ocuparía más de la mitad del artículo para ello.

¿Por qué pasan estás cosas?

Muy sencillo, hay vínculos y lazos que no se ven al ojo humano, pero si se sienten y con muchas claridad en la sensibilidad de un niño o una niña con altas capacidades y alta sensibilidad.

¿Cómo saber si es así?

¿Si lo que le está sucediendo se debe a este motivo?

 A qué tiene alta sensibilidad y alta capacidad sensorial que se escapan a nuestra ppercepción

Parece difícil el poder identificar estas cualidades en nuestros alumnos y realmente no es tan complicado, siempre y cuando nosotros como profesores, seamos canales libres de cargas.

¿Qué quiero decir con esto?

Es tal cuál lo estás leyendo, si vas a dar clases con el rastro de una discusión emocional, esa marca que está en tu interior, hará que el alumno o alumna que tiene estas cualidades sensoriales, ese día esté más inquieto, no preste tanta atención a tus palabras, esté más despistado… o por los contrario esté más atento que de costumbre contigo, te de más cariño, se ocupe más de ti…

 Se pueden dar las dos casos. Voy a centrarme en este:

…esa marca que está en tu interior, hará que el alumno o alumna que tiene estas cualidades sensoriales, ese día esté más inquieto, no preste tanta atención a tus palabras, esté más despistado…

¿Por qué?

Sencillamente, porque tu mensaje no es claro y transparente; porque en tu comunicación hay interferencias sensoriales para él o ella. Y esas interferencias le molestan e incluso le pueden hacer daño en su interior y cuánto más insistes en que te haga caso, más se desvincula y deja de hacerlo y es entonces cuando tú emoción interior se suma a las exterior y podría llegar a explotar…

¡Ojo cuidado!

Es aquí cuando tú tienes que parar, le estás haciendo daño, de verdad, en su interior.

Si te está escuchando…,

Te escucha mucho más que tú, a ti mismo o a ti misma.

¡Está escuchando tú enfado interior, tú inconformidad y tú malestar desde que has llegado hoy!

Lo escucha y lo siente en su interior como si fuera suyo y no sabe porqué…

Por qué lo tienes

Por qué se siente así

Por qué te enfadas cuando eres tú quién está así, aunque no lo exteriorices…

Por qué le obligas a escucharte si le estás haciendo daño…

Son muchas las preguntas que se tienen que responder, a ellos mismos y todo mientras le estás exteriorizando (expresando, hablando, comunicando…) unas palabras acompañadas del disgusto y mal estar de tú conflicto personal, que sólo este alumno o alumna siente, ve y recibe… mientras que los demás lo miran fijamente con mil mensajes más sensoriales que le están enviando y ninguno de apoyo.

¿Cómo te crees que se debe sentir…? Lo está recibiendo todo dentro y no le permites expresarlo, ni explicarlo, ni decir nada… Sólo puede, callar, mirarte y además a los ojos, tragar y aceptar Todo ese mal estar generado que no es suyo.

 ¿Cómo te sentirías tú en su mismo lugar desde la perspectiva adulta si fuera en un trabajo nuevo?

Estos son algunos de los vínculos ocultos que no se ven y reciben todos los días muchos niños y niñas con altas capacidades sensoriales y con altas sensibilidad a los que se les etiqueta de muchas maneras…

 Déficit de atención

Falta de interés

Se entretiene con una mosca…

Sin realmente comprender su sensibilidad y situación real.

Antes de decir todo este tipo de afirmaciones, se debería analizar si algún miembro del aula, ya no sólo los profesores, si no, también los compañeros… han venido con alguna carga emocional “oculta”, porque este tipo de acontecimientos afecta realmente en su sensibilidad.

Esté es un tipo de vínculo energético que no se puede ver al ojo humano, pero que una persona altamente sensible siendo un canal transparente, consciente y sano, si podría interpretar y ver.

Hay muchos más vínculos y enlaces energéticos que se crean dentro del aula en edad escolar, podríamos seguir hablando de los enlaces energéticos de apego, o de los enlaces que se cargan familiares y que se recrea con las compañeros o juegos simbólicos… (estos últimos se podrían hacer servir para trabajar situación agresivas o de inconformidad dentro del aula o entorno escolar) pero esto ya será en otra o ocasión.

Gracias por leerme

Todo esto se puede trabajar y educar. Mi nombre es Delia Serrano y me dedico a ello.

Puedes seguir a la autora y su trabajo en su instagram: @la_magia_de_la_vida_

Desde Cometas de papel recomendamos Crispín, el puerco espín, se siente feliz.

Crispín, el puerco Espín, se siente feliz; Delia Serrano
Publicado en A partir de 9 años

Estrellas en el cielo

Todos me dicen que soy demasiado pequeño para hacer determinadas cosas, pero yo creo que cuanto más pequeño eres tus sueños son más fuertes. Es así, aunque algunos adultos no lo crean. Los pequeños somos quienes llenamos el firmamento de estrellas. Cada una de esas estrellas que se ilumina en el cielo, es un nuevo sueño que nace y cuando se cumple se apaga para dejar espacio para que nazcan otros nuevos.

            ¿Qué pasa? ¿No me crees? Pues te daré pruebas. Por la noche fíjate en la estrella que más brille, esa es la tuya, la de tu sueño. Puede ser cualquier cosa. Ir de excursión con tu clase, un nuevo videojuego o que te compren una mascota.

            Cada noche busca tu estrella hasta que se cumpla tu sueño. Verás que cuando se haya cumplido ya no la verás.

            Por supuesto, esto de los sueños y las estrellas está sujeto a unas normas estrictas:

  1. No se puede desear cosas que nunca se van a cumplir, del tipo volar como Superman.
  2. Es mejor crear sueños en los que tú seas parte de ellos. Por ejemplo, si quiero ganar un concurso de dibujo, tengo que esforzarme mucho.

Ayer mismo, pensé mi último sueño. Miré al cielo y busqué mi estrella. ¡Ni te imaginas cuánto brillaba! Quería inventarme una historia asombrosa que llevara a las personas a pensar y a creer que ojalá fuera cierta. Que les hiciera sonreír. Y claro, por eso escribí lo de las estrellas y los sueños. Pero es solo una historia más; ¿verdad?

Sea o no cierta, ¿cuál es tu sueño? Me gustaría saberlo, ¿sabes? Así podría ponerle nombre a cada estrella. En plan, esta es la de Sara, que quiere ser astronauta.

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 5 . La profecía

―Una profecía ―repitió Río con desdén―.  No soy tan importante para que las brujas me incluyan entre sus profecías. ―Dio por concluida la conversación y se dispuso a retomar su carrera. No tenía tiempo que perder, escuchaba los latidos del reloj como tronaban en su cerebro.

            La mujer de cabellos azules y ojos de la misma tonalidad le franqueó el paso para que no siguiera adelante.

            ―No puedes ir. La profe…

            ―La profecía ―le cortó Río con aspereza. Buscó un hueco para pasar entre ambas, pero sus movimientos eran ágiles y rápidos y se anteponían a sus intenciones. Recordó que podían leer el pensamiento e intentó dejar la mente en blanco y que su cuerpo guiara sus acciones, pero tampoco funcionó. ―¡Dejadme pasar! ¡No tengo tiempo para juegos!

            ―No. ―Aquella negativa sonó desde dentro de la mujer de los cabellos azules con tal fuerza que simuló a un trueno. Varias bandadas de pájaros levantaron el vuelo desde distintas zonas del bosque y empezaron a danzar sobre sus cabezas de forma circular en un ritmo de velocidad ascendente.

            ―¿De qué vas? No puede impedirme ir, no eres mi madr…

            ―Sí, lo soy, sabes que lo soy.

            ―Los lazos de sal y sangre no significan nada para mí. Mi madre es Erin Mayer, la señora que ha velado por mí desde que nací. Me abandonaste, me dejaste a manos de un ser espeluznante para que me dejara en la puerta de un orfanato. Ni tan siquiera te molestaste en llevarme tú. No vengas, a estas alturas a hacer de madre. ¡Madre de quien! ¡Márchate, lárgate de aquí, esta es mi casa y voy a cuidar de ella!

            La mujer de los cabellos azules escuchó a Río midiendo su expresión corporal, sus gestos. Estaba convencida que aquella explosión de emociones era una mera estratagema para pillarla desprevenida. Así fue. No tardó en llegar el tercer intento de cruzar. Esta vez no se anduvo por las ramas y le lanzó una cuerda de agua alrededor del cuello que se solidificó en contacto con la piel de Río. La muchacha zarandeó para liberarse de las ataduras hasta que acabó sentada en el suelo.

Río aprovechó unos minutos para estudiar a sus contrincantes. Físicamente, se apreciaba que la mujer de cabellos azules y Río eran dos gotas de agua del mismo caudal con distinto años de origen. Río no tuvo ninguna duda. Aquella mujer o ser femenino era de su misma especie y era su madre.  A pesar de que nunca antes la había visto y ni siquiera sabía de qué especie eran. El otro ser parecía de la misma edad que Río, pero tuvo ciertas dudas de que así fuera. Había estudiado con Nini algunos seres no humanos que poseían una gran longevidad y podía tratarse de alguno de ellos. Ambas podían contar con más años de sal y agua de los que aparentaban. La segunda mujer era rubia, con cabellos color del oro, ojos verdes y parecía recién salida de un libro de cuentos de hadas. Imaginó que pasaba horas peinándose el cabello en la orilla del río, canturreando y con pajaritos revoloteando a su alrededor. Sonrío por la ocurrencia y se lo reprochó así misma. No había tiempo. Las otras dos mujeres también sonrieron. Habían escuchado con total nitidez sus pensamientos.

―No soy un hada, aunque sí que me encanta peinarme en la orilla del río, me relaja después de un día largo. ―La mujer de cabellos azules le dirigió una mirada severa―. No te enfades conmigo. Ha salido a ti. O le das la información que necesita o será difícil que le impidas que acuda a la tragedia que se está fraguando. Somos Náyades, somos ninfas de agua dulce, ligadas al río Naydés. Tú también lo eres. Ese ser espeluznante que te entregó era Espectral. Lo hizo siguiendo las indicaciones de la profecía. Lo que está escrito, se cumplirá, lo quieras o no. No puede cambiarse, no debe cambiarse. Son puntos fijos en el tiempo. Intentar modificarlos puede ocasionar graves repercusiones tanto para ti como para el resto de seres que están llamados a cumplir su cometido. Si vas, cruzarás la línea de la muerte y puede que no regreses entre los vivos. Está escrito en la profecía. Cada acción, sus variantes y las consecuencias de cada una de las decisiones posibles. La naturaleza está muriendo, lo sabemos, debe hacerlo. O…

―¡Estáis locas! Está sucediendo ahora, se puede parar. Sois capaces de hacerlo y estáis aquí sin hacer nada, enfrascadas en una charla que no tiene sentido para darme largas. No os importan lo más mínimo los seres vivos del bosque.

―Lloramos su pena ―intervino la mujer de los cabellos azules.

―¿De qué les sirve vuestro llanto? ¡Soltadme!

Río se levantó del suelo y con un movimiento brusco rompió las ligaduras de hielo que la retenían. Cambió de estrategia, retrocedió varios metros y se impulsó por encima de sus cabezas e inició la carrera hacia su destino.

Si tenía que morir para salvar ese tramo del bosque que así fuera.

Imagen de portada: Andrea Obregón Mantecón

Imagen de texto: canva

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 4. Lago Alto

Año XXX del reinado de Ismael II, El impasible

Río corría a medio latido por encima de sus posibilidades. No tenía tiempo que perder. Faltaban a penas tres horas para que la vida humana se reiniciara en el orfanato y notaran que no había dormido en su cama.

            Corría y corría adentrándose cada vez más en la profundidad del bosque. Toda la montaña guardaba memoria y le mostraba el camino más rápido y seguro hasta llegar a la última gota del río Naydés. A ambos lados de ella, en un movimiento envolvente, las hojas de los árboles se movían para indicarle por dónde era más seguro continuar. Cruzó el camino de tierra roja. Con forme realizaba el avance, el camino se volvía más estrecho y empinado. Pronto inició el ascenso por el Corazón de la montaña. En aquella zona los troncos de los árboles estaban muy juntos y las ramas se abrían en abanico juntando sus copas. Desde un plano más elevado de la montaña daba la sensación de que todo aquel sector estaba formado por un único árbol. Aquel manto de hojas que tenía sobre su cabeza proporcionaba la sensación de una noche cerrada y perpetua, perfecta para aquellas criaturas del bosque que deseaban mantenerse en la clandestinidad. Los ojos de Río se acomodaron a la carencia de luz y sorteaba los obstáculos con agilidad. Apretó su carrera para impulsarse en un terraplén y agarrarse con ambas manos a una cuerda que pendía del último árbol de la zona. Se balanceó en la cuerda hasta que consiguió altura suficiente para saltar al inicio de la siguiente zona del bosque.

            Allí, siempre se detenía unos segundos para inspeccionar la zona. Algo o alguien la observaba, aunque no pudiera verlo. Estaba segura. Desde la primera vez que puso el primer pie en aquel sector había mantenido esa certeza. Esa noche no era una excepción. Prestó atención y escuchó:

            ―¿Es ella?

            ―Sí.

            Era la primera vez que Río escuchaba un fragmento de conversación. La segunda voz le resultó familiar. En su mente se proyectó una imagen que no le pertenecía de un recuerdo que no era suyo: una mujer de cabellos azules acariciándose el vientre abultado. Estaba embarazada. Debía ser su madre o algún miembro de su familia. Que así fuera no significaba gran cosa para ella. Los lazos de sangre y el amor no siempre iban unidos de la mano. Su familia la abandonó en un orfanato. Se deshicieron de ella como si fuera el envoltorio de un caramelo.

            Giró sobre sí misma en busca de aquellas voces.

            ―Sé quién eres ―Río alzó la voz. ―Sal.

            ―¿Cómo puede saber tu nombre? ―preguntó la primera voz.

            ―¡Cállate! No lo sabe. Para ella solo es un imperativo de un verbo ―reprendió la segunda voz con aspereza.

            ―Pero… ¿Cómo puede escucharnos? Es imposible…

            ―¡Cállate!

            ―No estoy hablando…

            ―Deja tu mente en blanco, puede leernos.

            ―¿En serio?

Fue lo último que escuchó Río, pero presentía que aquellos seres, no humanos, seguían presentes.

―No tengo tiempo para juegos ―alzó la voz. Sabía que aquella conversación entre ellas la había leído de sus mentes, pero quería asegurarse de que la escuchaban. ―Si deseáis seguir en las sombras del bosque que así sea. Lago Alto está en peligro. Es más importante que andar persiguiendo voces cobardes que no dan la cara. Espero que no estéis detrás de este mal que acecha en el bosque. ―Habló el lenguaje desconocido:

Porque los lazos de sangre

que nunca fueron alimentados,

nunca fueron anudados

con la raíz de la misma cuerda.

Lo que debió ser

pasó de largo,

y en este ahora

no hay sangre,

solo lazos anudados y que están por anudar.

Vete lejos, madre de sal y sangre.

Vete lejos, porque la Madre tierra

me llama y no puedo negarme

a escuchar su llamada.

            ―¿Quién le ha enseñado nuestro idioma? ―Pensó una voz. ―¡Au! ―gritó. Río imaginó que había recibido un codazo para que dejara la mente en blanco.

            Cuando Río se disponía a reanudar el trayecto la mujer de los cabellos azules salió y le cortó el paso.

            ―¡No estás preparada para limpiar el mal que acecha a la montaña! ¡Vete a casa o acabarás mal! ―Su voz sonaba áspera.

            ―¿Es una amenaza? ―Río clavó sus ojos en aquella mujer. La voz dubitativa permanecía en un segundo plano.

            ―No, es una profecía.

Imagen destacada de portada: Andrea Obregón Mantecón.

Bosque y mujer de cabellos azules: canva.

Publicado en A partir de 9 años

¿Cómo hacer una reseña positiva en una página web?

En el libro ¡Padre no puede enterarse! de la autora Mamen Ruiz, la Asociación PacoPacá es una asociación ficticia sin ánimo de lucro que se encarga del cuidado de la naturaleza y de los animales.

¿Por qué se llama así esta asociación?

Se llama así porque sus fundadores se llaman Paco y Paca. Estoy segura de que lo adivinaste. Además, porque acuden a ayudar a todas partes, ya sabes, van «pacá-pallá».

Elabora una reseña positiva (ficticia), que incluirías en su página web para recomendar los servicios.

Ayudas para escribir tu historión:

  • Los animales pueden ser fantásticos, no tienen por qué ser reales. La entrada ¡Qué historión puede ayudarte a darle nombre a tu mascota
  • Ellos han salvado a tu mascota de un peligro inimaginable, no lo típico del gatito subido en el árbol. Así que estás muy agradecida o agradecido. Y quieres que el mundo mundial lo sepa y acuda a ellos para pedir ayuda.
  • Puedes usar distintas fórmulas en tu texto:
    • Son los mejores
    • Creí que jamás volvería a abrazar a mi mascota, pero ellos…
    • Los recomiendo porque me ayudaron cuando…
    • Son increíbles, nunca pensé que serían capaces de.
  • ¡Deja volar tu imaginación! Afila bien el lápiz y escribe.
¡Padre no puede enterarse!, Mamen Ruiz

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 3. La diversión de unos es el tormento de otros

3. LA DIVERSIÓN DE UNOS ES EL TORMENTO DE OTROS

Año XXX del reinado de Ismael II, El impasible

Un par de horas antes del alba, Río tenía por costumbre adentrarse en el bosque. Conocía cada recoveco como la palma de su mano. Cada zona y sus nombres en función de los atributos de la misma, del tipo de vida que crecía dentro o había dejado de crecer.

            Iniciaba un paseo a ritmo pausado desde el orfanato a Árbol Rojo. Cada vez le costaba más dominar el impulso de salir corriendo en cuanto veía el primer árbol dibujando el horizonte o percibía el inconfundible olor del río Naydés a más de diez kilómetros de distancia en el corazón del bosque y oculto a los ojos humanos tras una de las siete caídas de las Cataratas de la Muerte. Nadie en su sano juicio se adentraría en aquellas aguas frías, profundas y con corrientes que te arrastraban hasta la profundidad. Quien osaba atreverse a nadar en sus aguas no vivía para contarlo. Quizás porque amparada en la clandestinidad podía ser quién realmente era, porque jugaba convertida en corriente de agua deslizándose por cada una de las cataratas o porque hizo de aquella cueva su segunda casa, o porque el oxígeno que extraía del agua del río Naydés le parecía el alimento más puro que había probado jamás, aquel era su lugar preferido.

            Pero debía controlarse, había normas humanas y de la naturaleza que debía respetar. Nini y ella acordaron una serie de pautas de conducta con objeto de que pasara lo más inadvertida posible para no acabar siendo la atracción estrella de una feria ambulante junto al Comefuegos o la Mujer giganta o una rata de laboratorio, diseccionada en mil partes para investigar, en pro de la ciencia, el origen de sus poderes.

            Sin más el resumen de todas las reglas acordadas con Nini se basaba en una premisa que a Nini le costaba tan poco pronunciar como a ella difícil de cumplir: «las apariencias lo son todo. Si quieres mantenerte a salvo debes parecer una muchacha normal».

            Siguió su paseo hasta el umbral del bosque y a unos pocos centímetros de la falda de Árbol Rojo, el guardián del bosque, se paró y cumplió con el cortejo que le correspondía a la naturaleza. La vida que cohabita entre los hombres detestaba el término normas y prefería el uso del término cortejo. Dos caras de una misma moneda que permanecían juntas, pero que nunca se veían, tan solo intuían su presencia. Solo a algunos seres, como a Río, se le permitía contemplar las dos al mismo tiempo. Le entristecía pensar por qué. La respuesta no le gustaba. Nunca pertenecería por completo a ninguno de aquellos mundos y nunca podría dejar a uno de ellos fuera de su vida.

            Observó a Árbol Rojo con respeto y cariño. Tenía el tronco robusto veteado con distintas tonalidades rojizas, sus siete ramas como siete brazos competían en altura y frondosidad de forma constante, hasta que sucedía lo inevitable y se completaba el círculo. De la rama más alta y frondosa se desprendían las hojas y caían en forma de lluvia sobre Río; acto seguido escuchó el crujido de esa rama y el grito de dolor interior del árbol cuando el ciclo llegaba a su fin y el brazo caía al suelo amputado. El sonido de la rama al chocar con el suelo quedaba amortiguado con el llanto que al unísono emitía el Bosque. Un llanto mudo y seco que solo ella escuchaba. Del tronco del árbol emanaron gotas rojizas y transparentes: sangre y lágrimas. El bosque al completo, todo ser con vida, guardó un minuto de pausa en sus quehaceres y de silencio en memoria de la tala de los Árboles de leña. En la naturaleza a cada ser o familia se le daban dos nombres, el de nacimiento y el de su muerte. De ese modo, los Árboles de fuego pasaron a denominarse Árboles de leña, como recordatorio de cuál fue el motivo de su extinción: ofrecer calor a los fogones y chimeneas del palacio del rey Ismael II.

            Tras unos minutos, Árbol Rojo sonrió, sentía las cosquillas que le producía el nacimiento de una nueva rama y liberó todo su peso para que el viento completara una caricia de bienvenida entre sus hojas.

            Río conocía a la perfección el ciclo, Árbol Rojo entraba en la fase de crecimiento y buen humor, por tanto, era el mejor momento para iniciar una charla con El guardián del bosque.

            —¿Puedo pasar?

            —Puedes.

            Río sacó un pañuelo del bolsillo y limpió las gotas de sangre y lágrimas que se abrían paso por e tronco. Árbol Rojo era fuerte como un roble, pero todo ser, camine o no, cuenta con una pesadilla que le atormenta por las noches. En el caso de su amigo eran las moscas y las arañas. Las primeras acudían a la sangre fresca y las segundas formaban intrincadas telarañas entre las ramas para atrapar a las moscas. El guardián del bosque era tan presumido como árbol y detestaba las telarañas porque aparentaban dejadez y falta de cuidados.

            «Las apariencias lo son todo», recordó Río.

            —¿Tienes sed?

            —Tengo.

            Río se aseguró que nadie merodeaba alrededor antes de vaporizar con sus manos agua que esparció por toda la silueta del árbol, desde la hoja más cercana al cielo hasta las raíces. De nuevo escuchó con nitidez la sonrisa del árbol junto con otros sonidos de bienestar.

            —¿Han traído noticias los pájaros?

            —Traen.

            —¿Saben cuándo será la caída de tu siguiente rama según la profecía de las brujas?

            —Saben.

            Río sintió escalofríos. Llevaba muchas lunas haciendo la misma pregunta y era la primera vez que obtenía un sí como respuesta. Debía elegir bien la pregunta que hacer a continuación porque a los árboles solo les gustaba responder con verbos.

            —¿Será pronto?

            —Será.

            Las hojas de la rama más alta empezaron a desprenderse a razón de una por minuto. Del tronco aún no emanaba sangre ni lágrimas, pero sabía qué significaba aquello: el inicio de una cuenta atrás. No contaba con demasiado margen de tiempo para frenar aquello, fuera lo que fuese.

            —Está ocurriendo ahora, ¿verdad?

            —Está.

            Río agudizó sus sentidos y olió y escuchó a la perfección las repercusiones en la naturaleza del inicio del siguiente mal que las brujas habían vaticinado, aún así, siguiendo el cortejo de la naturaleza preguntó al guardián.

            —¿Es en Lago Alto?

            —Es.

            —¿Puedo ayudar?

            —Puedes.

Imagen de portada: Andrea Obregón Mantecón en Twitter: @AndreaObre_Art

Publicado en A partir de 11 años

Comparto mi tiempo

—Abuelo, ¿cómo celebrabais la Navidad cuando eras pequeño? —preguntó Sergio.

—Era diferente. No había tantos platos en la mesa ni tantos regalos. Mi madre decía que los verdaderos regalos, los hacíamos nosotros con nuestras manos. Y nos enseñó un juego.

—¿Qué clase de juego?

—Hacíamos unas tarjetas de Navidad donde escribíamos agradecimientos, disculpas y deseos personalizados para el siguiente año, para cada uno de los miembros de la familia. —El abuelo, Enrique, pensó que sería buena idea hacerlo con su nieto, pero que seguramente lo vería como una tontería y avergonzado cambió de conversación.

El día de entrega de los regalos, Sergio se levantó de un salto. Había estado trabajando mucho en la idea que su abuelo le había dado y quería ver la cara de su familia. Era la primera vez, que se emocionaba más con dar que con recibir un regalo. Uno a uno abrieron el sobre y tras su lectura esbozaban una sonrisa o lloraban emocionados.

A su madre le agradeció las horas que había invertido en ayudarle con los deberes. Le pidió disculpas por no tener siempre su cuarto ordenado y prometió que cuidaría más de sus cosas y no las dejaría por medio. Como sabía que detestaba bajar la basura, una tarea que le correspondía a ella, le ofreció un bono de: «15 veces tiraré la basura por ti».

A su padre, le agradeció el tiempo que había invertido en llevarlo y recogerlo del colegio y de los entrenamientos; y que le dejara escoger siempre la música, aunque sabía de sobra que no le gustaba nada. Le pidió disculpas por imponer siempre la suya y acordó que, en compensación, él la elegiría durante tres meses. Y pasado ese plazo, un día cada uno. Le hizo una pegatina para el coche para que quedara constancia del acuerdo.

A su abuelo, le dio las gracias por contarle historias que siempre le hacían reír o soñar. Le pidió perdón por protestar cada vez que le preguntaba por cuestiones relacionadas con el ordenador y el móvil. Le hizo un vale de 30 horas de clases y este cuento que se lo dedicó con mucho cariño.

Alicia Adam

A petición de María José Vicente (para el alumnado del colegio al que acude su hija).