Publicado en A partir de 16 años, Alta sensibilidad, Educación Emocional, Poesía

Fuerza a cada Instante

Borrar todo de la cabeza, y dejar de pensar o pensar en nada.

Calmar la mente y las palabras necias, pues cada día es único y es diferente.

Cada día es un instante

Cuando la vida te pone una gran prueba, tan grande que se paran hasta las ruedas,
de las horas y los minutos que ruedan
en cada instante…

todo en tu vida se detiene, se para… para conseguir lo Todo y Nada

Cuando cada dia al acostarte,
has de hacer borron y cuenta nueva,
para levantarte con ganas de
seguir adelante.

De encontrar lo que ni tu sabes

Que cada día sea nuevo
y la ilusión invada tu cuerpo,
por encontrar lo que en este momento
es tan necesario para crear tu cuento.

Que la vida, la fe y el esfuerzo, traigan a tu momento lo que realmente estas buscando, con todo tu adentro

Delia Serrano
Siempre hay fuerzas
para seguir y encontrar lo
que es para ti.

Delia Serrano Moirón Terapias de Energía y Talleres Creativos Escritora e Ilustradora Instagram: @brilla_mas_y_mas @_Ilusionarte__

Publicado en A partir de 16 años, Alta sensibilidad, Educación Emocional, Poesía

Abriendo Puertas, cerrando heridas…

Un silencio, una palabra
una sonrisa en la nada…
un vacio que nadie escucha
y el eco abraza.

Una rosa, un color
un poema lleno de amor
dónde la vida da paso
a un nuevo comienzo
en el camino incierto.

Una luz, una sonrisa
una ilusión truncada
por el paso del tiempo
abrazando la nada
y gozando del vacio
de la nueva palabra.

Una quietud, un deseo
una meta y un camino
que trazan un nuevo destino
entre palabras y abrazos
yo siempre, voy a estar contigo.

Una mirada, un aliento
y un suspiro
que abren la mente,
al más niño…
Confía en tu destino
coge a Esperanza de la mano
y haz que sea tu sino.

Abraza al miedo, la incertidumbre
y la tristeza, siente dentro de ti
como vibra cada una de ellas.
Esto te indica mi niña,
que estás viva y tu también sueñas.

Permitete volar
sentir que la vida te quiere
y te abraza y entre piso y piso
te muestra TU VERDADERA ALMA
coincidiendo con la persona
que amas.

No es fácil encontrar el cielo
en la tierra,
un nuevo hogar para construir
lo que de verdad amas.
Mantente viva, con cada día
lo que no amas y creas nuevo
en el Alma.

Confianza y Seguridad.
Camina con Fuerza
Y lo Conseguirás.

Delia Serrano

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 5 . La profecía

―Una profecía ―repitió Río con desdén―.  No soy tan importante para que las brujas me incluyan entre sus profecías. ―Dio por concluida la conversación y se dispuso a retomar su carrera. No tenía tiempo que perder, escuchaba los latidos del reloj como tronaban en su cerebro.

            La mujer de cabellos azules y ojos de la misma tonalidad le franqueó el paso para que no siguiera adelante.

            ―No puedes ir. La profe…

            ―La profecía ―le cortó Río con aspereza. Buscó un hueco para pasar entre ambas, pero sus movimientos eran ágiles y rápidos y se anteponían a sus intenciones. Recordó que podían leer el pensamiento e intentó dejar la mente en blanco y que su cuerpo guiara sus acciones, pero tampoco funcionó. ―¡Dejadme pasar! ¡No tengo tiempo para juegos!

            ―No. ―Aquella negativa sonó desde dentro de la mujer de los cabellos azules con tal fuerza que simuló a un trueno. Varias bandadas de pájaros levantaron el vuelo desde distintas zonas del bosque y empezaron a danzar sobre sus cabezas de forma circular en un ritmo de velocidad ascendente.

            ―¿De qué vas? No puede impedirme ir, no eres mi madr…

            ―Sí, lo soy, sabes que lo soy.

            ―Los lazos de sal y sangre no significan nada para mí. Mi madre es Erin Mayer, la señora que ha velado por mí desde que nací. Me abandonaste, me dejaste a manos de un ser espeluznante para que me dejara en la puerta de un orfanato. Ni tan siquiera te molestaste en llevarme tú. No vengas, a estas alturas a hacer de madre. ¡Madre de quien! ¡Márchate, lárgate de aquí, esta es mi casa y voy a cuidar de ella!

            La mujer de los cabellos azules escuchó a Río midiendo su expresión corporal, sus gestos. Estaba convencida que aquella explosión de emociones era una mera estratagema para pillarla desprevenida. Así fue. No tardó en llegar el tercer intento de cruzar. Esta vez no se anduvo por las ramas y le lanzó una cuerda de agua alrededor del cuello que se solidificó en contacto con la piel de Río. La muchacha zarandeó para liberarse de las ataduras hasta que acabó sentada en el suelo.

Río aprovechó unos minutos para estudiar a sus contrincantes. Físicamente, se apreciaba que la mujer de cabellos azules y Río eran dos gotas de agua del mismo caudal con distinto años de origen. Río no tuvo ninguna duda. Aquella mujer o ser femenino era de su misma especie y era su madre.  A pesar de que nunca antes la había visto y ni siquiera sabía de qué especie eran. El otro ser parecía de la misma edad que Río, pero tuvo ciertas dudas de que así fuera. Había estudiado con Nini algunos seres no humanos que poseían una gran longevidad y podía tratarse de alguno de ellos. Ambas podían contar con más años de sal y agua de los que aparentaban. La segunda mujer era rubia, con cabellos color del oro, ojos verdes y parecía recién salida de un libro de cuentos de hadas. Imaginó que pasaba horas peinándose el cabello en la orilla del río, canturreando y con pajaritos revoloteando a su alrededor. Sonrío por la ocurrencia y se lo reprochó así misma. No había tiempo. Las otras dos mujeres también sonrieron. Habían escuchado con total nitidez sus pensamientos.

―No soy un hada, aunque sí que me encanta peinarme en la orilla del río, me relaja después de un día largo. ―La mujer de cabellos azules le dirigió una mirada severa―. No te enfades conmigo. Ha salido a ti. O le das la información que necesita o será difícil que le impidas que acuda a la tragedia que se está fraguando. Somos Náyades, somos ninfas de agua dulce, ligadas al río Naydés. Tú también lo eres. Ese ser espeluznante que te entregó era Espectral. Lo hizo siguiendo las indicaciones de la profecía. Lo que está escrito, se cumplirá, lo quieras o no. No puede cambiarse, no debe cambiarse. Son puntos fijos en el tiempo. Intentar modificarlos puede ocasionar graves repercusiones tanto para ti como para el resto de seres que están llamados a cumplir su cometido. Si vas, cruzarás la línea de la muerte y puede que no regreses entre los vivos. Está escrito en la profecía. Cada acción, sus variantes y las consecuencias de cada una de las decisiones posibles. La naturaleza está muriendo, lo sabemos, debe hacerlo. O…

―¡Estáis locas! Está sucediendo ahora, se puede parar. Sois capaces de hacerlo y estáis aquí sin hacer nada, enfrascadas en una charla que no tiene sentido para darme largas. No os importan lo más mínimo los seres vivos del bosque.

―Lloramos su pena ―intervino la mujer de los cabellos azules.

―¿De qué les sirve vuestro llanto? ¡Soltadme!

Río se levantó del suelo y con un movimiento brusco rompió las ligaduras de hielo que la retenían. Cambió de estrategia, retrocedió varios metros y se impulsó por encima de sus cabezas e inició la carrera hacia su destino.

Si tenía que morir para salvar ese tramo del bosque que así fuera.

Imagen de portada: Andrea Obregón Mantecón

Imagen de texto: canva

Publicado en A partir de 10 años, A partir de 11 años, A partir de 12 años, A partir de 14 años, A partir de 15 años, A partir de 16 años, A partir de 7 años, A partir de 8 años, A partir de 9 años, Cuento

De pesca, con Peter el pirata.

El día estaba fresco y soleado. Peter el pirata, tenía parado a un lado a, su contramaestre Sebastián, y al otro, sobre su hombro posado, su perico verde y mal hablado, John.

Navegaban en el precioso mar azulado.

—Qué bonito día para pescar —Dijo el capitán pata de palo.

—Si el capitán lo desea, las redes y unos anzuelos preparo. ¿le ordeno a los marineros, que suelten el ancla?

—Eso es lo que deseo. ¡Tomemos un descanso, ahora que el océano está manso! Llama también, al marinero que le dicen “patas de ganso” —Concluyó Peter el pirata.

Luego se quitó la bota, para andar descalzo. Colocó la carnada en el anzuelo y, lanzó el cáñamo, hasta donde le alcanzó, la fuerza de su brazo.

—¿Me ha llamado, capitán? —Preguntó el marinero.

—Sí, “pies de ganso” Te llaman así, porque eres el mejor nadando. Eso lo sé. Y debajo de nuestro barco, hay moluscos deliciosos. Ve al fondo y trae las mas grandes almejas, pues haremos una sopa en las vasijas viejas.

Peter atrapó tres peces espada, en una batalla muy tardada. En la isla del pirata, hicieron una fiesta donde, le agradecieron al dios del mar que los alimenta.

En medio de los días nublados y las tormentas. Entre las jornadas largas en busca de tesoros en los mapas. Esta bien que los piratas, se tomen un día para descansar. Yendo por la mañana de pesca, para que en la tarde se merezcan una bonita fiesta.

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 4. Lago Alto

Año XXX del reinado de Ismael II, El impasible

Río corría a medio latido por encima de sus posibilidades. No tenía tiempo que perder. Faltaban a penas tres horas para que la vida humana se reiniciara en el orfanato y notaran que no había dormido en su cama.

            Corría y corría adentrándose cada vez más en la profundidad del bosque. Toda la montaña guardaba memoria y le mostraba el camino más rápido y seguro hasta llegar a la última gota del río Naydés. A ambos lados de ella, en un movimiento envolvente, las hojas de los árboles se movían para indicarle por dónde era más seguro continuar. Cruzó el camino de tierra roja. Con forme realizaba el avance, el camino se volvía más estrecho y empinado. Pronto inició el ascenso por el Corazón de la montaña. En aquella zona los troncos de los árboles estaban muy juntos y las ramas se abrían en abanico juntando sus copas. Desde un plano más elevado de la montaña daba la sensación de que todo aquel sector estaba formado por un único árbol. Aquel manto de hojas que tenía sobre su cabeza proporcionaba la sensación de una noche cerrada y perpetua, perfecta para aquellas criaturas del bosque que deseaban mantenerse en la clandestinidad. Los ojos de Río se acomodaron a la carencia de luz y sorteaba los obstáculos con agilidad. Apretó su carrera para impulsarse en un terraplén y agarrarse con ambas manos a una cuerda que pendía del último árbol de la zona. Se balanceó en la cuerda hasta que consiguió altura suficiente para saltar al inicio de la siguiente zona del bosque.

            Allí, siempre se detenía unos segundos para inspeccionar la zona. Algo o alguien la observaba, aunque no pudiera verlo. Estaba segura. Desde la primera vez que puso el primer pie en aquel sector había mantenido esa certeza. Esa noche no era una excepción. Prestó atención y escuchó:

            ―¿Es ella?

            ―Sí.

            Era la primera vez que Río escuchaba un fragmento de conversación. La segunda voz le resultó familiar. En su mente se proyectó una imagen que no le pertenecía de un recuerdo que no era suyo: una mujer de cabellos azules acariciándose el vientre abultado. Estaba embarazada. Debía ser su madre o algún miembro de su familia. Que así fuera no significaba gran cosa para ella. Los lazos de sangre y el amor no siempre iban unidos de la mano. Su familia la abandonó en un orfanato. Se deshicieron de ella como si fuera el envoltorio de un caramelo.

            Giró sobre sí misma en busca de aquellas voces.

            ―Sé quién eres ―Río alzó la voz. ―Sal.

            ―¿Cómo puede saber tu nombre? ―preguntó la primera voz.

            ―¡Cállate! No lo sabe. Para ella solo es un imperativo de un verbo ―reprendió la segunda voz con aspereza.

            ―Pero… ¿Cómo puede escucharnos? Es imposible…

            ―¡Cállate!

            ―No estoy hablando…

            ―Deja tu mente en blanco, puede leernos.

            ―¿En serio?

Fue lo último que escuchó Río, pero presentía que aquellos seres, no humanos, seguían presentes.

―No tengo tiempo para juegos ―alzó la voz. Sabía que aquella conversación entre ellas la había leído de sus mentes, pero quería asegurarse de que la escuchaban. ―Si deseáis seguir en las sombras del bosque que así sea. Lago Alto está en peligro. Es más importante que andar persiguiendo voces cobardes que no dan la cara. Espero que no estéis detrás de este mal que acecha en el bosque. ―Habló el lenguaje desconocido:

Porque los lazos de sangre

que nunca fueron alimentados,

nunca fueron anudados

con la raíz de la misma cuerda.

Lo que debió ser

pasó de largo,

y en este ahora

no hay sangre,

solo lazos anudados y que están por anudar.

Vete lejos, madre de sal y sangre.

Vete lejos, porque la Madre tierra

me llama y no puedo negarme

a escuchar su llamada.

            ―¿Quién le ha enseñado nuestro idioma? ―Pensó una voz. ―¡Au! ―gritó. Río imaginó que había recibido un codazo para que dejara la mente en blanco.

            Cuando Río se disponía a reanudar el trayecto la mujer de los cabellos azules salió y le cortó el paso.

            ―¡No estás preparada para limpiar el mal que acecha a la montaña! ¡Vete a casa o acabarás mal! ―Su voz sonaba áspera.

            ―¿Es una amenaza? ―Río clavó sus ojos en aquella mujer. La voz dubitativa permanecía en un segundo plano.

            ―No, es una profecía.

Imagen destacada de portada: Andrea Obregón Mantecón.

Bosque y mujer de cabellos azules: canva.

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 3. La diversión de unos es el tormento de otros

3. LA DIVERSIÓN DE UNOS ES EL TORMENTO DE OTROS

Año XXX del reinado de Ismael II, El impasible

Un par de horas antes del alba, Río tenía por costumbre adentrarse en el bosque. Conocía cada recoveco como la palma de su mano. Cada zona y sus nombres en función de los atributos de la misma, del tipo de vida que crecía dentro o había dejado de crecer.

            Iniciaba un paseo a ritmo pausado desde el orfanato a Árbol Rojo. Cada vez le costaba más dominar el impulso de salir corriendo en cuanto veía el primer árbol dibujando el horizonte o percibía el inconfundible olor del río Naydés a más de diez kilómetros de distancia en el corazón del bosque y oculto a los ojos humanos tras una de las siete caídas de las Cataratas de la Muerte. Nadie en su sano juicio se adentraría en aquellas aguas frías, profundas y con corrientes que te arrastraban hasta la profundidad. Quien osaba atreverse a nadar en sus aguas no vivía para contarlo. Quizás porque amparada en la clandestinidad podía ser quién realmente era, porque jugaba convertida en corriente de agua deslizándose por cada una de las cataratas o porque hizo de aquella cueva su segunda casa, o porque el oxígeno que extraía del agua del río Naydés le parecía el alimento más puro que había probado jamás, aquel era su lugar preferido.

            Pero debía controlarse, había normas humanas y de la naturaleza que debía respetar. Nini y ella acordaron una serie de pautas de conducta con objeto de que pasara lo más inadvertida posible para no acabar siendo la atracción estrella de una feria ambulante junto al Comefuegos o la Mujer giganta o una rata de laboratorio, diseccionada en mil partes para investigar, en pro de la ciencia, el origen de sus poderes.

            Sin más el resumen de todas las reglas acordadas con Nini se basaba en una premisa que a Nini le costaba tan poco pronunciar como a ella difícil de cumplir: «las apariencias lo son todo. Si quieres mantenerte a salvo debes parecer una muchacha normal».

            Siguió su paseo hasta el umbral del bosque y a unos pocos centímetros de la falda de Árbol Rojo, el guardián del bosque, se paró y cumplió con el cortejo que le correspondía a la naturaleza. La vida que cohabita entre los hombres detestaba el término normas y prefería el uso del término cortejo. Dos caras de una misma moneda que permanecían juntas, pero que nunca se veían, tan solo intuían su presencia. Solo a algunos seres, como a Río, se le permitía contemplar las dos al mismo tiempo. Le entristecía pensar por qué. La respuesta no le gustaba. Nunca pertenecería por completo a ninguno de aquellos mundos y nunca podría dejar a uno de ellos fuera de su vida.

            Observó a Árbol Rojo con respeto y cariño. Tenía el tronco robusto veteado con distintas tonalidades rojizas, sus siete ramas como siete brazos competían en altura y frondosidad de forma constante, hasta que sucedía lo inevitable y se completaba el círculo. De la rama más alta y frondosa se desprendían las hojas y caían en forma de lluvia sobre Río; acto seguido escuchó el crujido de esa rama y el grito de dolor interior del árbol cuando el ciclo llegaba a su fin y el brazo caía al suelo amputado. El sonido de la rama al chocar con el suelo quedaba amortiguado con el llanto que al unísono emitía el Bosque. Un llanto mudo y seco que solo ella escuchaba. Del tronco del árbol emanaron gotas rojizas y transparentes: sangre y lágrimas. El bosque al completo, todo ser con vida, guardó un minuto de pausa en sus quehaceres y de silencio en memoria de la tala de los Árboles de leña. En la naturaleza a cada ser o familia se le daban dos nombres, el de nacimiento y el de su muerte. De ese modo, los Árboles de fuego pasaron a denominarse Árboles de leña, como recordatorio de cuál fue el motivo de su extinción: ofrecer calor a los fogones y chimeneas del palacio del rey Ismael II.

            Tras unos minutos, Árbol Rojo sonrió, sentía las cosquillas que le producía el nacimiento de una nueva rama y liberó todo su peso para que el viento completara una caricia de bienvenida entre sus hojas.

            Río conocía a la perfección el ciclo, Árbol Rojo entraba en la fase de crecimiento y buen humor, por tanto, era el mejor momento para iniciar una charla con El guardián del bosque.

            —¿Puedo pasar?

            —Puedes.

            Río sacó un pañuelo del bolsillo y limpió las gotas de sangre y lágrimas que se abrían paso por e tronco. Árbol Rojo era fuerte como un roble, pero todo ser, camine o no, cuenta con una pesadilla que le atormenta por las noches. En el caso de su amigo eran las moscas y las arañas. Las primeras acudían a la sangre fresca y las segundas formaban intrincadas telarañas entre las ramas para atrapar a las moscas. El guardián del bosque era tan presumido como árbol y detestaba las telarañas porque aparentaban dejadez y falta de cuidados.

            «Las apariencias lo son todo», recordó Río.

            —¿Tienes sed?

            —Tengo.

            Río se aseguró que nadie merodeaba alrededor antes de vaporizar con sus manos agua que esparció por toda la silueta del árbol, desde la hoja más cercana al cielo hasta las raíces. De nuevo escuchó con nitidez la sonrisa del árbol junto con otros sonidos de bienestar.

            —¿Han traído noticias los pájaros?

            —Traen.

            —¿Saben cuándo será la caída de tu siguiente rama según la profecía de las brujas?

            —Saben.

            Río sintió escalofríos. Llevaba muchas lunas haciendo la misma pregunta y era la primera vez que obtenía un sí como respuesta. Debía elegir bien la pregunta que hacer a continuación porque a los árboles solo les gustaba responder con verbos.

            —¿Será pronto?

            —Será.

            Las hojas de la rama más alta empezaron a desprenderse a razón de una por minuto. Del tronco aún no emanaba sangre ni lágrimas, pero sabía qué significaba aquello: el inicio de una cuenta atrás. No contaba con demasiado margen de tiempo para frenar aquello, fuera lo que fuese.

            —Está ocurriendo ahora, ¿verdad?

            —Está.

            Río agudizó sus sentidos y olió y escuchó a la perfección las repercusiones en la naturaleza del inicio del siguiente mal que las brujas habían vaticinado, aún así, siguiendo el cortejo de la naturaleza preguntó al guardián.

            —¿Es en Lago Alto?

            —Es.

            —¿Puedo ayudar?

            —Puedes.

Imagen de portada: Andrea Obregón Mantecón en Twitter: @AndreaObre_Art

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 2. El pacto

2. EL PACTO

Año XXX del reinado de Ismael II, el Impasible

 

Río llevaba casi dieciocho años en el orfanato de Ciudad Perdida; como la mayoría de niños, desconocía sus orígenes y la fecha exacta de nacimiento y, como la mayoría de niños, celebraba su cumpleaños el día que había sido entregada a esa nueva vida. Mientras podaba el seto del jardín pensó qué haría cuando cumpliese la mayoría de edad; en su caso el día uno del año entrante. Quedaban dos semanas para que el año diera fin y ya llevaba otras tantas sin poder conciliar el sueño ante la aventura de lo desconocido.

Siempre que trabajaba en el jardín llevaba el cabello en un semirrecogido en bucle; aunque la mayor parte del tiempo escondía sus ojos de forma parcial detrás de los mechones de su flequillo. Esa mirada que eran dos gotas de mar trascendía al interior de las personas que la contemplaban y extraían la pureza de su interior o la maldad que albergaban. En contraposición, cuanto más observaban las distintas tonalidades de su iris con la intención de profundizar en su ser, ella más información sacaba del pasado de quien tenía en frente. Muchos de los datos habría deseado no conocerlos jamás, otros le sirvieron de gran ayuda y luego estaba eso que ella denominaba la semilla de oscuridad que todos llevaban dentro y que se alimentaba de forma tan dispar como el carácter del individuo anfitrión.

Además, de poder leer en los ojos de las personas quienes fueron, leía sus mentes; de ese modo aprendió pronto que el discurso de los adultos tenía un porcentaje de mentiras, secretos y una dosis de manipulación dirigida a la consecución de sus metas. Le agotaba el doble diálogo que escuchaba con total nitidez: lo que se dice y lo que se piensa.

Entró en el invernadero, uno de sus lugares preferidos del recinto; se aseguró de que estaba sola y no sería vista por nadie antes de vaporizar las flores y plantas con un vaho que procedía de su propias manos. Entonaba una melodía que le sonaba familiar, en un idioma desconocido que jamás había escuchado; a pesar de eso, estaba segura del mensaje que transmitía:

Hay sueños de los que nunca se despierta

porque son nuestra propia vida.

Los recuerdos de agua y sal no nos pertenecen

porque estuvieron antes que nosotras

y llegará el momento en el que regresarán

al lugar donde nacieron.

El ciclo de la vida

es el ciclo del agua;

sin un origen,

sin un final,

en un fluir constante.

 

       Erin Mayer pertenecía a esa clase de mujeres dotadas de porte y elegancia de forma innata. Disfrutaba realizando peinados imposibles de repetir dos veces en su hermosa melena color azabache. Sus ojos de miel no siempre mostraban todo cuanto era ni lo que era capaz de hacer. Creía con firmeza que siempre había que guardarse no solo un as, sino todo un mazo de barajas en la manga. Estaba más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, pero se sentía mucho más joven. Desde que Río llegó a las puetas del orfanato, los días que antes le habían resultado tan pesados se transformaron en un aprendizaje y aventuras constantes. Sabía que no estaba bien tener a una de las niñas como protegida; aunque ya había aprendido que era algo que se escapaba de su voluntad. Estaba convencida que de algún modo había sido elegida para cuidar de Río e intentar que controlara y dominara los poderes que tenía: telepatía, leía el pasado en los ojos de las personas como si se trataran de libros abiertos, y era capaz de transformarse en agua y desplazarse como parte de una corriente. También, manifestaba la posibilidad de comprender y comunicarse en una gran cantidad de idiomas, incluso en lenguas muertas que solo los escribas y amantes del pasado utilizaban. Se preguntaba si contaría con más dones que aún no habían descubierto o no se habían manifestado y la repercusión y el alcance de los que ya poseía.

Pasó por distintas fases antes de asumir que Río no era humana, o al menos, no una humana cualquiera. Físicamente, se parecía a una muchacha de su edad dotada de una gran belleza, pero su composición no. Nunca se ponía enferma y sus heridas se curaban con el contacto del agua, cicatrizaban casi de forma inmediata sin dejar marcas ni señales. Intentó encontrar respuestas en los libros, en leyendas arcanas que dejaron de parecerle leyendas y se transformaron en posibilidades. No obstante, de seres como ella no se había escrito nada o se trataban de esos libros prohibidos que no existen y que, como mandaba la tradición, cualquier biblioteca respetable tenía al menos uno custodiado en cajas de seguridad.

Todo lo que envolvía a Río, su pequeña, le resultaba misterioso y excitante al mismo tiempo. Las monedas de oro que Espectral le ofreció como tributo las guardó en una caja que, había heredado de su familia transmitida de generación tras generación y, se remontaba a más de trescientos años de antigüedad. Cuando la abría no estaban y cuando la cerraba escuchaba el sonido de las monedas si la zarandeaba. Por supuesto, recordaba el peso de la caja y había variado considerablemente. Valoró la posibilidad de colocarlas en otro lugar, aunque con nulo resultado. «No se puede coger lo que no se ve», imaginó que debía ser así porque pertenecían a Río y se protegían de manos ajenas. Si la memoria no le fallaba eran desconocidos. Cada rey acuñaba las monedas con la imagen de alguna divinidad que consideraba mejor representaba su personalidad; sin embargo, de entre los elegidos (vacos, hermes, martes, musas, surias…) ninguno había optado por el dios Desconocido. Se dijo, «ese reinado está por llegar y a Río se le encomendará un papel». El actual rey acuñó surias en homenaje al dios sol hindú que se representaba conduciendo un carro tirado por siete caballos. Y las brujas que decían de ellas mismas que no existían, habían profetizado siete penalidades antes de que el reinado tocara a su fin. Todas esas penurias estaban presentes e iban creciendo, alimentándose como sanguijuelas que iban engordando mientras sangraban a los poblados.

Acarició la caja de madera habitada por la reproducción en oro del dios Desconocido antes de guardarla en la caja fuerte. Se sentó en la mesa de su despacho para apuntar en el libro de cuentas las facturas que acababan de llegar. Dejó escapar el aire por la boca en un suspiro profundo que guardaba tantos secretos y recuerdos que tendría que contar a Río antes de que se marchara y no sabía por dónde empezar.

Muchas de las personas contra las que tendría que lidiar se presentarían como amigos, con el único objetivo de ganar su confianza para aprovecharse de sus dones o para verla caer de forma estrepitosa, entretanto se relamerían los labios de gusto. Sin ir más lejos, remembró un fragmento de la conversación que mantuvo con el director del orfanato, el señor Benton Brown hacía algunos años:

—Necesitamos un nuevo jardinero. Río es demasiado pequeña para llevar tanto trabajo.

—Hasta ahora ha sabido apañárselas —contestó con aspereza el director.

—Solo tiene once años, apenas tendrá tiempo para estudiar y hacer las cosas típicas de las niñas de su edad.

Benton se acercó a Erin y la miró con crudeza; recordó su apodo, El hueso. No obtendría nada de él sino jugaba bien las cartas.

—Verá, Erin, —se tomó la licencia de tutearla como muestra de superioridad— ambos sabemos que no es una niña normal, a pesar de tu gran empeño para que lo parezca. Algunos niños la tachan de bruja y le tienen miedo. Hasta tal punto de que, si ella entra en una habitación común, muchos salen o se mantienen alejados.

Benton se acercó a la chimenea y removió las ascuas, de espaldas continuó hablando.

—No olvides que aquí las paredes oyen y los pasillos tienen ojos. —Se refería a las cámaras de seguridad instaladas en las zonas comunes y de tránsito. —Nadie ha olvidado el incidente que tuvo con James Byrne.

—Tenía cinco años cuando eso ocurrió y él llevaba meses molestándola. Era un niño que le doblaba la edad, la estatura y el peso. Él la empujó, fue un acto reflejo —replicó Erin controlando su lengua tanto como pudo. El director pareció leerle el pensamiento.

—Sí, no lo negaré, ese niño era un auténtico incordio para todos; pero fue ella quién le lanzó cuchillos de hielo.

—No fueron cuchillos de hielo.

—Entonces, ¿cómo llamarías a los fragmentos de hielo que salieron de sus manos? —Benton se giró y la contempló sin compasión. —No lo sabe, ¿verdad? Ni yo tampoco. Todo lo que gira en torno a esa niña resulta un auténtico misterio y da escalofríos.

Erin notó la presencia de Río y las disculpas por el viejo suceso se proyectó dentro de su cerebro. Chasqueó la lengua, habría preferido que no escuchara aquella conversación.

—Desde ese accidente no ha vuelto a suceder nada similar, lo sabe tan bien como yo.

—Yo lo único que sé, que de haber sucedido algo por el estilo, lo habría tapado. Protege demasiado a esa niña y algún día se dará cuenta de lo equivocada que estaba. Quizás entonces sea demasiado tarde. —Volvió a esgrimir el argumento con el que cerraba cualquier discusión con la gobernanta. —No debí atender a sus súplicas, deberíamos haberla trasladado a otro tipo de centro después de aquel accidente.

«¿A qué tipo de centro? ¡A uno que la habría diseccionado como un bicho raro y sometido a pruebas hasta matarla?», pensó la señora Mayer. Se lamentó de tales pensamientos, puesto que sabía que Río los escuchaba con total nitidez. La respuesta tardó unos segundos: «no te preocupes, Nini, me gusta ese trabajo; así aprenderé un oficio con el que ganarme la vida».

—Está bien, puede que mantenerla ocupada con el jardín sea lo mejor para todos —admitió conciliadora. Obvió añadir nada sobre la amenaza que había tendido sobre el traslado de la niña. —Para prevenir posibles repercusiones legales le haré un contrato de trabajo con una paga por sus servicios.

—Come y duerme en el orfanato, ¿le parece poco? El resto de los niños también asumen tareas y no cobran por ellas.

—Exacto. Pequeñas tareas que no les llevan más de una hora al día. Ella asumirá el puesto de trabajo del jardinero, que aquí vivía y comía, y su sueldo era uno de los más altos del orfanato.

—¿Se ha vuelto loca? —preguntó airado.

—Me he vuelto justa. Con el trato todos ganamos. Tendrá un oficio cuando salga de aquí y contará con ahorros para empezar por su cuenta. —Obvió mencionar las monedas que le entregó Espectral. Era un secreto que se llevaría a la tumba y que, llegado el momento, se las daría a Río como lo que eran: su herencia. —Evidentemente, no cobrará. Al tratarse de una niña tan pequeña buscaré la forma más idónea de guardar lo que vaya ganando.

—No. No tiene ningún sentido. En ese caso, prefiero contratar a un jardinero —advirtió Benton.

—Tendrán que ser dos.

—¿Qué quiere decir?

—El rey ya ha solicitado sus servicios en palacio en más de una ocasión. Le recuerdo que le prepara los centros de mesa florarles para sus festines. Seguro que estará encantado y se mostrará agradecido con el orfanato si la envío a la corte a tiempo completo.

Erin escuchó de nuevo la voz de Río: «no quiero irme, Nini, por favor. Todo el mundo sabe que ese hombre es malo. Provoca incendios, envenena las aguas potables, infecta poblados de plagas y se sienta en su gran trono de la Atalaya para ver cómo padecen sus súbditos». Erin le contestó: «no te preocupes, mi niña, es un farol. ¿Recuerdas lo que significaba?». La mujer escuchó su risa, «deberían llamarte El hueso a ti y no a él».

Benton no estaba dispuesto a ceder sin regatear las condiciones. Sabía que, si se marchaba con el rey, necesitaría dos jardineros. No se explicaba cómo aquella niñita insignificante era capaz de llevar a cabo el trabajo de dos hombres. Perdería una gran suma de ingresos de los señores que querían el mismo centro de flores que el rey. Ya contaba con varios encargos que por el momento guardaba en secreto y que se embolsaría en su propio bolsillo. Por descontado, no contaría con los favores del rey si era Erin quien le proporcionaba en bandeja lo que más deseaba.

Río comunicó los pensamientos del director a Erin.

—Es demasiado sueldo para una niña tan pequeña. Quizás, lo mejor sea contratar a un jardinero a jornada completa y otro por horas. Y que Río vaya a la corte.

La señora Mayer esperaba aquella jugada así que sonrió complacida.

—Así lo haré. Voy a preparar los trámites —dio la conversación por concluida y se dirigió a su despacho.

A los pocos minutos el director apareció. Tocó en la puerta, aunque esta permanecía abierta de par en par.

—De acuerdo, contrataremos a Río como jardinera.

—Perfecto. Además, realizaré publicidad para que los ricachones puedan encargar el mismo centro floral que el rey. Los beneficios nos permitirán realizar reformas en el orfanato.

Benton esgrimió una sonrisa helada mientras apretaba la mano de la gobernanta en señal de pacto. No sabía cómo, pero aquella endiablada niña estaba detrás de todo aquello. Juró venganza.

Alicia Adam

Río portada definitiva

Ilustración: Andrea Obregón Mantecón

Publicado en A partir de 16 años, Poesía

Es la hora

Es hora de comenzar
a soñar, la realidad
puede esperar.
Razonar no está de más,
pero la imaginación hay
que dejarla volar.
Que extienda sus alas,
si no, se marchitarán
como las hojas de las flores
a las que hace falta regar.
Deja que vuele libre.
No hagamos caso a quién
en la razón quiere oprimirte.
Es hora de alcanzar este
tren que nos espera en el
andén.
Recorrer cada parada,
estación,
sensación,
emoción,
a la que estemos
destinados a llegar.
Y si el destino es distinto
a lo que el viaje ha establecido,
cambiémonos de sitio
y viajemos siendo dueños
de nuestro camino.
Extendamos las alas de
la imaginación.
Juguemos una partida
de cartas con naipes de
nubes blancas, negras
o pardas,
esponjosas o densas.
Seamos capaz de jugar a
marcar un gol usando la
luna como balón.
Creámonos capaces de
iluminar nuestras noches
con un sol como bombilla
de nuestra habitación.
Creámonos capaces de
realizar todos nuestros
sueños.
Es hora de comenzar
a volar, a caminar
a través de senderos
y puentes que a nuestros
sueños nos conducirán.

Publicado en A partir de 16 años

Invisible

Soy invisible,
así me siento.
Sin ser capaz de que
nadie escuche mis sentimientos.
Lo que dentro llevo,
lo que soy,
lo que siento.
Apartado en la esquina
del silencio.
Me miró en el espejo,
solo yo me veo.
Me quiero mostrar
pero no puedo.
Nadie me mira,
a nadie intereso.
Todos ajenos, me
relegan a este invierno
perpetuo.
Pero no desespero,
seguiré viviendo,
caminando,
sonriendo,
mostrándome al mundo
tal y como pretendo,
con sentimientos,
con hermosos momentos,
sin ignorar a nadie ni
sintiendo que soy superior,
ni mejor.
Seguiré caminando hasta
llegar al horizonte
de los sueños
que me he propuesto,
no esos que me quieran
imponer.
Soy invisible
¿y qué?
Yo me muestro,
lo intento.
Soy visible para
quien me quiera ver.
No desespero.
Solamente espero,
pero no me detengo.
¿Me quieres ver?

Publicado en A partir de 16 años

Río. Capítulo 1. Piloto

PRÓLOGO

En el orfanato de Ciudad Perdida el calendario se reiniciaba cuando quien atesoraba el poder era derrocado.

   En el año XIII del rey Ismael II, el Impasible, un bebé recién nacido fue abandonado por un ente que llamaron Espectral. Se desconocía el origen de aquella sombra capaz de proyectarse sin la luz del sol. La gobernanta, Erin Mayer, aseguró que antes de que dejara el cuerpo en el portalón hizo una reverencia a aquella vida recién nacida y mientras se incorporaba cientos de monedas de oro salieron de las mangas de su túnica.

   Desde entonces muchas leyendas y mentiras recayeron sobre la cabeza de aquella niña.

1. PILOTO

Año XIII del reinado de Ismael II, el Impasible

 

Erin Mayer se desplomó en el suelo delante de la imagen que se proyectaba ante sus ojos:

         En una noche cerrada, Espectral se transmutó en una sombra a ras del suelo y al tiempo que se adentraba en la madre tierra se levantaba un humo rojizo y dorado del que emanaba un hedor de sangre y azufre. Al instante, empezó a llover con virulencia y el cielo se partió en un duelo de rayos y truenos.

         Cerró los ojos aterrada, cuando los abrió se hallaba en sus aposentos con la niña en su regazo y en la mesa de su escritorio se encontraban las monedas perfectamente apiladas. No recordaba cómo había llegado allí ni tampoco haber recogido el dinero del suelo.

         Ambas estaban empapadas. Ella temblaba de frío; en cambio, el bebé emitía sonidos guturales de felicidad.

         El instinto de supervivencia se antepuso al pavor que sentía. Primero abrió el grifo para que la bañera se fuera llenando con agua tibia y luego, procedió a cambiarse de ropa.

         Tomó a la niña en brazos. Le sorprendió que estuviera seca como sino le hubiera caído ninguna gota. Desvistiéndola inició un cántico que jamás había rezado con anterioridad:

Que lo dioses la amparen,

los conocidos

y aquellos que aún no han sido nombrados.

Que la oscuridad

nunca toque su manto.

Que sea Río

que lo limpia todo a su paso.

         Introdujo a la vida nueva en el agua y esta desapareció. La señora Mayer no daba crédito: no podía verla, pero sí notar el contorno de su cuerpo. El miedo hizo que la soltara a su merced, dio varios pasos atrás y ahogó un grito entre las manos enlazadas.

         —¡Por los dioses conocidos y aquellos que aún no han sido nombrados, tengo que sacarla del agua! —exclamó la gobernanta con más miedo que piedad.

         —¡Estoy bien, gracias! —dijo una voz en su interior.

         Un escalofrío la recorrió. Imaginó que la visión de Espectral la había sumido en un estado de locura transitoria: no veía con nitidez y escuchaba voces. Se armó de valor. Aquel bebé no debía sufrir las consecuencias de su estado. Quitó el tapón de la bañera e intentó tocar su cuerpo. En varias ocasiones percibió cómo se escurría entre sus dedos.

         —Este es un juego divertido. La mujer de los cabellos azules me lo enseñó —habló la misma voz dentro de la cabeza de Erin.

         —No, no es un juego para mí. Tengo miedo. —Sollozó.

         —Lo siento —se disculpó antes de materializarse de nuevo.

Ilustración de portada: Andrea Obregón Mantecón

Diseño de portada: Alicia Adam

Río portada definitiva