Publicado en A partir de 7 años, Cuento

UNA PIRATA ESTRELLA

Marianela quería ser pirata interestelar. Era una profesión un poco extraña porque los niños, cuando se les pregunta qué quieren ser de mayor, ninguno dice que pirata del espacio, pero a Marianela le gustaba ese oficio y decidió ir a hacer prácticas en el campamento de verano.

El monitor que enseñaba la digna profesión de quedarse con lo de los extraterrestres le mostró, el primer día, las reglas fundamentales de la piratería en las estrellas como, por ejemplo, saltar para el abordaje desde la nave a un ovni, esconder el botín en una pequeña estrella perdida en el universo o contarle a todo el mundo que tenía un novio alienígena en cada planeta.

Los padres de Marianela no estaban muy convencidos con la nueva afición de su hija porque no sabían si se iba a ir con malas compañías y porque siempre creyeron que a Marianela le había gustado más ser delantera de fútbol o tocar el trombón.

Pero aceptaron la decisión de su hija, y no les quedó otra que desearle que enterrase muchos cofres del tesoro en las playas de planetas inhóspitos que, al fin y al cabo, eso es lo que hace un pirata.

Sin embargo, después del primer día de prácticas, Marianela llegó muy disgustada del campamento por lo que se había encontrado en el espacio mientras pilotaba la aeronave pirata.

Contó que estaba todo hecho un desastre, nunca había visto tanta basura junta desde aquella vez que organizó su fiesta de cumpleaños en el jardín de su casa.

Así que había cambiado de opinión: ya no sería pirata, sino que saldría con su trombón y reuniría a sus mil mejores amigos para que la acompañasen a protestar ante las autoridades por el estado tan destartalado del espacio. Les obligarían a hablar con sus colegas alienígenas y de allí no se apartarían hasta que dejasen el universo como los chorros del oro.

Los padres de Marianela se pusieron muy contentos. Pensaron que si ella estaba tan preocupada por el medio ambiente interestelar, tal vez, ahora, conseguirían que también arreglase su habitación.

Autor: Olga Lafuente

Editorial: Submarino de Hojalata.

Publicado en A partir de 7 años, Cuento

El sombrero de la tortuga Casiopea

Amaneció el día sin nubes, iba a ser caluroso, ideal para un baño fresquito en el lago del bosque.

Las ranitas gritaron:

—¡Venid todos al agua y nademos juntos!

Y todos los animales más jóvenes del bosque acudieron sin pensar.

Menos Casiopea, que prefirió quedarse en su caparazón porque estrenaba un sombrero nuevo, quería llevarlo puesto durante todo el día y no lo quería mojar. Además lo había hecho ella misma.

Sus amiguitos fueron a visitarla, y desde el jardín gritaban:

—¡Casiopea, corre, ven a jugar! ¡El agua está buenísima!

—¡Hoy no puedo, tengo un sombrero nuevo que he fabricado, y no me lo quiero quitar, pero tampoco estropear! —contestó desde dentro. Su voz parecía venir desde una cueva muy profunda.

Todos los animalitos se quedaron pensando.

La tortuga Casiopea quiere quedarse en su caparazón porque tiene un sombrero que se ha hecho ella misma y no lo quiere estropear.

—Pero Casiopea, ¿de qué te sirve llevar un sombrero nuevo tan bonito dentro de tu caparazón? Nadie podrá verlo —dijo una ranita.

<<¡Oh, es verdad!>>, se dijo Casiopea, que no se había dado cuenta de ese detalle.

—Además, el sombrero te puede proteger del sol hasta el lago, para eso sirve también —dijo su amiga la mofeta.

—¡¡Ya, pero en el lago se me mojará!! —gritó la tortuga Casiopea desde dentro de su caparazón.

Todos los amigos, menos el castor, se rindieron y se fueron a jugar al lago para darse un baño muy refrescante.

—Casiopea, ¿y si vienes con el sombrero puesto y cuando llegues al lago lo guardas de nuevo? ¡Te espero allí! —dijo su amigo el castor.

—¡Eso es! —dijo Casiopea.

Y sacó su cabecita con un hermoso sombrero azul.

En el lago todos le dieron la bienvenida.

Todos los amiguitos saludaron a Casiopea cuando la vieron llegar al lago tan guapa con su sombrero nuevo.

—¡Es un sombrero precioso, Casiopea! Me encantaría aprender de ti y hacerme uno —le dijo la ardilla.

—¡Gracias! —respondió Casiopea muy contenta.

Y cada animal del bosque que pasaba cerca, alababa lo bonito que era su sombrero y lo bien que estaba hecho, y a todos Casiopea, muy educada, con un gracias respondía.

—¡Amigos! —dijo Casiopea cuando guardó el sombrero para nadar un rato—, hoy he comprendido, que cuando algo hermoso tenemos y sabemos hacer, no debemos guardarlo por miedo a estropearlo. Es mejor mostrarlo, inspirar y también cuidarlo.

Y todos disfrutaron del caluroso día de primavera con juegos, risas ¡y mucho baño!

Casiopea está feliz en el lago con su sombrero y lo cuidará mucho.

Fin.

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De pesca, con Peter el pirata.

El día estaba fresco y soleado. Peter el pirata, tenía parado a un lado a, su contramaestre Sebastián, y al otro, sobre su hombro posado, su perico verde y mal hablado, John.

Navegaban en el precioso mar azulado.

—Qué bonito día para pescar —Dijo el capitán pata de palo.

—Si el capitán lo desea, las redes y unos anzuelos preparo. ¿le ordeno a los marineros, que suelten el ancla?

—Eso es lo que deseo. ¡Tomemos un descanso, ahora que el océano está manso! Llama también, al marinero que le dicen “patas de ganso” —Concluyó Peter el pirata.

Luego se quitó la bota, para andar descalzo. Colocó la carnada en el anzuelo y, lanzó el cáñamo, hasta donde le alcanzó, la fuerza de su brazo.

—¿Me ha llamado, capitán? —Preguntó el marinero.

—Sí, “pies de ganso” Te llaman así, porque eres el mejor nadando. Eso lo sé. Y debajo de nuestro barco, hay moluscos deliciosos. Ve al fondo y trae las mas grandes almejas, pues haremos una sopa en las vasijas viejas.

Peter atrapó tres peces espada, en una batalla muy tardada. En la isla del pirata, hicieron una fiesta donde, le agradecieron al dios del mar que los alimenta.

En medio de los días nublados y las tormentas. Entre las jornadas largas en busca de tesoros en los mapas. Esta bien que los piratas, se tomen un día para descansar. Yendo por la mañana de pesca, para que en la tarde se merezcan una bonita fiesta.

Publicado en A partir de 7 años, Cuento

La tortuguita Casiopea tiene hipo

La Tortuguita Casiopea ha madrugado mucho hoy para practicar varios instrumentos musicales y preparar su voz.

—¡Hola, Casiopea! —le saluda el mapache.

—¡Hola, amiga tortuga! —le saluda también el pato.

Y la tortuga Casiopea, muy contenta, va saludando sin descanso.

El escenario será en esta ocasión, una roca junto a la charca, porque van a nacer muchos renacuajos y las ranas están muy nerviosas por el acontecimiento.

Todos están felices y Casiopea empieza a cantar, pero ¡oh, vaya!, le ha entrado hipo a nuestra amiga tortuguita y es imposible empezar.

La rana de la charca dice:

—Casiopea, ¿y si aguantas la respiración hasta que contemos diez?

Y Casiopea toma aliento reteniendo el aire.

—¡¡Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno!! —gritan todos en el bosque.

—Hip, hip —Casiopea sigue con hipo, ¿qué pueden hacer?

—¿Y si te damos un susto? —propone la liebre.

Se reúnen todos los animalitos y las ranitas para ver cómo asustar a su amiga, y Casiopea ya tiene miedo solo de pensarlo.

De pronto, la mofeta grita:

—¡¡Taparos la nariz, que he estornudado y se me ha escapado sin querer un maloliente pedo!!

La mofeta avisa a sus amigos de que ha estornudado y se le ha escapado un pedo. Todos salen corriendo, menos Casiopea que se refugia dentro de su caparazón.

Todos asustados han huido tapándose la nariz, menos Casiopea, que se refugia rápidamente en su caparazón.

Después de varios minutos Casiopea saca la cabecita de su casita y comprueba que nada huele.

—¡Amigos, volved! ¡Ha sido una falsa alarma! ¡No huele a nada, de verdad! —gritó Casiopea muy muy fuerte.

Casiopea se da cuenta también de que no tiene hipo, y cuando sus amigos del bosque vuelven, comienza a cantar.

¡Qué susto más grande le dieron a la tortuguita, pero el hipo ya no volvió más a la fiesta!

Y por fin, la tortuguita Casiopea ya no tiene hipo y puede cantar.

Clara Belén Gómez

Publicado en A partir de 7 años

Pico, Pato, Paco

Pico, Pato, Paco estaba muy sentadito,

esperando.

Los vecinos lo miraban asustados.

Todos pensaban,

«¿qué travesura estará tramando?»

La mala fama lo acompañaba

aunque lo cierto es

que más de una trastada causaba.

Pero, Pico, Pato, Paco solo esperaba

y su culito miraba.

Un huevo quería poner

y por más que apretaba

de allí no salía nada.

Pico, Pato, Paco solo  sabía,

que sus hermanas se sentaban

y el huevo ponían

luego lo acunaban entre sus patas

y un nuevo patito

entre cáscaras salía.

Pico, Pato, Paco allí estaba

observando su trasero

y nada de nada.

Pico, Pata, Paca, que por allí pasaba

le preguntaba qué pensaba.

Un huevito quiero poner,

pero de aquí no sale nada de nada.

—Ni nunca saldrá pues no eres una pata—

le contestó su hermana.

Autora: María José Vicente Rodríguez

Publicado en A partir de 7 años

El mundo de las hormigas

Después del almuerzo, cuando sus padres fueron a dormir la siesta, Mime salió al jardín llevando un cuaderno de notas y lápiz mientras pensaba el tema sobre el cual escribiría para su tarea. Se sentó en el borde de un escalón a la entrada de la casa y Duque, su perro que lo seguía a todas partes, se echó junto a él. Comenzó a imaginar historias de pequeños animales, de esos que siempre están en donde hay plantas y charcos de agua. Pensaba cual sería interesante para el trabajo.

En ese momento vio una hilera de pequeñísimas hormigas que en perfecto orden caminaban llevando trozos de hojas verdes. Unas iban cargadas y otras venían de regreso sin nada encima. Mime siempre sintió curiosidad por estos pequeños animalitos. No sería mala idea escribir sobre ellos. Pero no sabía mucho más de lo que veía. Pensó que sería más interesante saber lo que hacían cuando no estaban a la vista. Estaba con esa idea fija en la cabeza y de repente sintió sueño. Los párpados se le cerraban y su cabeza se caía de un lado y de otro. Se quedó dormido hasta que lo despertó el ladrido de su perro que permanecía a su lado. Al abrir los ojos vio el inmenso hocico con nariz negra muy grande y los ojos gigantescos del perro. Así fue como se dio cuenta que por un acto mágico, inexplicable, ahora era muy pequeño, diminuto. Se había convertido en una versión miniatura de Mime y veía lo gigante que todo parecía ser a su rededor.

Al comienzo le pareció muy emocionante aquello pero también sentía algo de temor ya que al ser tan diminuto podía ser atacado por algún animal. Decidió desplazarse, caminar entre la hierba que ahora eran para él como una gran selva. Las piedras regadas por todas partes, parecían montañas. Estando en aquel estado de asombro, escuchaba ruidos que no reconocía. Eran los que hacían las plantas al moverse por el viento. De pronto sintió un retumbar, como cuando oía en las películas el galope de caballos. Se apartó y se escondió entre hojas secas dispersas por el suelo y esperó a ver de que se trataba.  Sus ojos no podían creer lo que veía. Un ejército de hormigas más grandes que él, venían marchando en fila , con sus cargas de alimentos sobre sus lomos. Podía observar el detalle amplificado mil veces de los ojos, las antenas y las largas pata de los insectos. Era a la vez emocionante y aterrador. No quería imaginar lo que pasaría si una de esas negras hormigas lo viera y quisiera atraparlo como otro bocado de alimento. Esperó que pasara toda la hilera de enormes hormigas y fue detrás de ellas, cuidando de no hacer ruido para que no lo descubrieran.

Las hormigas seguían un camino ya trazado y comenzaron a descender por el orificio de una montaña de tierra en el suelo. Parecía que entraban por la boca de un volcán. Cuando todas habían pasado, las siguió y se desplazó por el agujero, aunque le costaba un tanto caminar entre los terrones grandes de tierra y cuidando de no caer rodando por la ladera que desembocaba al fondo de aquella cueva. 

Estaba en la propia galería de la colonia, en el hormiguero. Se ocultó en una grieta desde donde podía ver todo lo que allí pasaba. Las hormigas al entrar, iban hasta un espacio en donde depositaban los trozos de vegetación que cargaban. Se apilaba todo en una montaña de la cual otras hormigas de mayor tamaño tomaban partes de hojas y hierba que iban fraccionando para hacer trozos más pequeños. Otras se introducían los pedazos ya cortados en sus bocas y parecía que las masticaban, para luego devolver una pasta verde que depositaban a un lado. Más tarde sabría Mime que estaban fabricando una pasta vegetal que al fermentar serviría para cultivar un tipo de hongo el cual al nacer, sería el alimento para la comunidad.

El lugar, desde donde salían túneles en todas direcciones, estaba repleto de hormigas que iban y venían. Mime comenzó a sentir algo de miedo y además pensaba que ya era suficiente lo que veía. Se dispuso a salir del lugar. Con el mismo cuidado con que entró, se arrastró un trecho y luego comenzó el ascenso. Sin darse cuenta, pisó una piedra que se desprendió y rodó hacia el fondo. Algunas hormigas que estaban cerca vieron lo que ocurría y empezaron a caminar hacia él. Tuvo mucho miedo en ese momento. Tenía que escapar rápido del inminente peligro, no podía dejar que lo alcanzaran. Aceleró su paso y al estar en la salida del hoyo, deseó con todas sus fuerzas volver a ser de su tamaño normal. Cerró los ojos concentrándose en ello y al abrirlos tenía de nuevo su estatura. Respiró aliviado y vio a Duque que corrió hacia él mostrándose alegre al verlo de nuevo.

Mime entró a su casa. Fue a quitarse la ropa que estaba toda llena de tierra y se dio un baño.  Ya listo, se sentó en su mesa de trabajo y tomó el cuaderno y el lápiz. Tenía una gran historia que escribir y que compartiría en su próxima clase de ciencias.

Autor: Adalberto Nieves / Venezuela 2021

Nota del autor: este cuento es uno de los capítulos del libro MIME, publicado por el autor y que se encuentra en formato de ebook en la librería de Amazon KDP

Publicado en A partir de 7 años

Las alas del príncipe Addlery.

Berry disfrutaba de un paseo por el cielo. Era la princesa del reino de las frambuesas, pero de vez en cuando montaba su Pegaso y volaban por los otros reinos, dejando detrás de ellos, una estela con los colores del arcoíris.

Llegaban a saludar a Dago, el dragón en el castillo de las hadas; después iban a las faldas del monte Dormilón, donde visitaban a Agatha la bruja, y comían galletas de chocolate, acompañadas con un té hecho con flores silvestres, patitas de araña y ojos de rana. De ahí, viajaban a la orilla de la isla, al barco de Peter el pirata, donde escuchaban alguna de sus aventuras de altamar.

Ese día, ya iban volando de regreso al reino de las frambuesas, y en medio del bosque, al lado de la meseta, escucharon un grito lejano que, cada vez, se acercaba más y más. La princesa volteó su mirada hacia arriba y vio que venía cayendo un joven grifo.

La criatura mitad águila y mitad león, pasó al lado de Berry.  La princesa no se lo pensó dos veces, rápido se hechó en picada tras él para rescatarlo. Tomó unas cuerdas mágicas y las lanzó a las garras del grifo. Él se sujetó muy fuerte. Poco a poco descendieron al pie de la meseta, hasta que tocaron el suelo.

—Gracias por ayudarme —dijo el grifo cuando recuperó el aliento.

—No es nada. Para eso estoy, para ayudar a todos cuando pueda —le contestó. — Tú, me pareces conocido. ¿Quién eres, joven grifo?

—Soy Addlery, el príncipe de los grifos.

—¡Ah! Pues claro, eres idéntico al rey Lowaddler, él es mi amigo. Yo soy Berry, la princesa del reino de las frambuesas.

—Mucho gusto Berry. Me encanta conocer gente nueva —dijo mientras se arreglaba el plumaje del pecho.

—El gusto es mío. Ahora tengo otra duda…

—Y ya se cual es: te preguntas cómo es posible que el hijo de Lowaddler no pueda volar. Pues te muestro… —Levantó sus alas para enseñárselas a la princesa. Ella vio que estaban muy pequeñas, con muy poco plumaje e incluso un tanto retorcidas. —Nací así, mis alas no son normales, no se desarrollaron bien. Mi padre pensó que con el tiempo tal vez se iban a enderezar, pero cada vez crecen más retorcidas y carecen de plumaje. Los demás grifos de mi edad, en lo alto de la meseta, se burlan de mi cuando mi padre no está.

—No te debiste lanzar desde esa altura hasta que no estuvieras seguro de poder volar.

—No salté. La verdad es que vi a los principiantes salir volando y los perseguí corriendo y dando brincos. Mi intención era llegar hasta la orilla de la meseta de los grifos, pero resbalé y nadie me vio caer… bueno, aparte de ti.

—Tienes muy buena suerte hoy.

—¿Con estas alas inútiles? ¿Crees que tengo suerte? —Agachó el pico, triste. Casi a punto de llorar.

—Pues sí. Por suerte pasaste a mi lado y te evité una caída mortal. Además, yo tengo la solución para eso que te molesta. Como ves, mi pony puede correr y volar, así como lo hacen los grifos. —Le dijo ella sonriendo.

—Todos menos yo —dijo, aun triste, pero esperanzado con lo que había dicho Berry.

—Por ahora. Vamos, trotemos hasta la casa de Agatha, mi amiga bruja. Ella tiene una escoba que vuela, y de seguro tiene un remedio para tus alas. Vamos Addlery, no es el fin del mundo.

Los dos emprendieron una carrera hasta que llegaron al monte Dormilón, a la casita de Agatha. Donde le explicaron la condición del príncipe.

—Claro, eso es fácil de hacer —dijo la bruja en cuanto les echó un vistazo a las alas del grifo. —Mi búho Xavi, nació con esa condición. Lo que hice, fue ir con los enanos de la montaña. Ellos son expertos en construir cosas de metal. Vayan con ellos, y pídanles unas alas de oro mágico. Van a querer un pago a cambio. Denles esta canasta con bizcochos de frutos rojos con pelos de gato blanco. Les van a encantar, los hice yo misma.

—Muchas gracias, Agatha. Eres la bruja mas buena que conozco.

—No es nada, tú has sido siempre tan amable, princesa Berry. —Le contestó sonriendo, y después mordió una manzana roja y jugosa de la que salió un gusanito. Después tomó el bicho y lo puso encima de una flor que estaba en el suelo.

Berry y Addlery se despidieron de la bruja, luego se pusieron en marcha hacia la montaña.

Los enanos siempre listos para trabajar, a cambio de bizcochos de Agatha, se pusieron manos a la obra muy rápido. Eran expertos en metales y piedras mágicas. Le entregaron de inmediato al joven grifo, unas alas doradas muy grandes, se ataban a su pecho con unos cinchos de vaquetas, muy resistentes. Las pequeñas plumas de metal eran tan livianas como las plumas reales, y en conjunto, el artilugio se veía espectacular, y sobre todo funcionaba increíble.

—Las alas irán creciendo, conforme el joven grifo las fuera necesitando.  Le incrustamos cinco piedras preciosas en línea, en la parte del centro. Una roja, una azul, una verde, una amarilla y un diamante. Son las que les dan el poder y la magia a las alas  —dijo Herman, el jefe de los enanos.

La princesa y el grifo le agradecieron. Luego empezaron a aletear con entusiasmo. Levantaron la polvareda y se elevaron en el cielo. El sol del atardecer hacía que las alas doradas brillaran esplendidas.

La meseta de los grifos era tan alta que, sobrepasaba las nubes. Hasta allá subieron los dos. Lowaddler, el rey de los grifos no podía creer lo majestuoso que se veía el príncipe Addlery, dando piruetas por los cielos. Contento aleteaba, haciendo un sonido metálico tan sutil, que lo hacía único y especial.

Los demás grifos jóvenes, invitaron a Addlery a pasear y a jugar carreras de velocidad. Admiraban las nuevas y hermosas alas de oro.

—Gracias Berry. Hiciste sonreír a mi hijo de nuevo. No hay manera de que te pueda recompensar lo que has hecho por él. —Le dijo el rey a su amiga de la infancia.

—Lowaddler, no tienes nada que agradecer. Lo importante es que el príncipe se sienta feliz, a pesar de que sus alas no sean de esas maravillosas plumas de grifo, como las tuyas —dijo Berry.

—Son mejores que las mías. Y por supuesto. Ahora Addlery es muy feliz —. Los dos amigos sonrieron.

Publicado en A partir de 7 años

De regreso a clases

Se acaban el verano y las vacaciones.
La vuelta a clases empieza en pocos días.
Nuevas aventuras te esperan
detrás de las puertas del colegio,
miles de cosas por descubrir,
y más de un millón de emociones.
Este curso escolar será perfecto,
será lo mejor.
Tu corazón alegre lo sabe,
y mientras preparas los libros
late con mucha emoción.
¿Qué tal si te dejo una adivinanza
en forma de poesía
para celebrar la ocasión?
Y si te gusta la música,
con palmadas, y un coro de amigos,
puedes convertirla en canción.
Si no das con la solución
no hay ningún problema.
Encuentra las mayúsculas
dentro de los versos del poema,
y la respuesta se te abrirá como
una hermosa flor.

«Hay un amigo pEqueño y fieL,
que siempre espera ansioso el finaL del verano,
pAra jugar a crear mundos de Papel
con la magia de tu mano.
Te doy una pIsta sencilla:
le gustan las jugarretas,
y como un pequeño Zorrillo,
se esconde junto a tu libreta «.

Respuesta: el lápiz

Fotografía:Pinterest

Publicado en A partir de 7 años

Un hechizo para Fausto el fauno

Agatha era una bruja que siempre traía sus ropas desgarradas, porque se la pasaba escalando montañas, volando en su escoba a través del bosque, o explorando en las cuevas, aprendiendo cosas nuevas.

Conocía muchos hechizos, pócimas y recetas para casi cualquier cosa. Todo lo apuntaba en diferentes libros. Tenia muchos. Ella misma los había escrito con sus descubrimientos.

Un día Fausto el Fauno fue a visitarla, pues necesitaba un remedio para espantar a un feroz grupo de eleonques que comenzaban a llegar al noreste del bosque. Los eleonques eran unas sombras gigantescas de humo con forma de leones con alas de murciélago. Y se aparecían para hacerle daño a los animales, plantas y seres que viven felices en la naturaleza.

La bruja sabía exactamente el hechizo que necesitaba Fausto el Fauno. Buscó y rebuscó entre los libros, pero tenia un desorden por toda la casa y no encontraba por ningún lado, la receta exacta. Y es conocido, que la magia funciona solo si se sigue al pie de la letra el hechizo.

Fausto empezaba a perder la paciencia, pues era de extrema urgencia ir a defender el bosque de los eleonques.

—¡Lo tengo! —Gritó la joven bruja, desde atrás de una pila de libros. —Necesitamos algunas plantas secas, unos minerales, sal de mar, pelos de un gato blanco, espinas verdes de un rosazul, un pétalo de girasol y una esmeralda marítima. Tengo todo, menos la esmeralda.

El fauno se preocupó:

—¿Es muy difícil de conseguir, Agatha? —preguntó con su voz que siempre sonaba apaciguante.  A pesar de estar intranquilo.

—No mucho. Solo hay que tomar una de las esmeraldas que están en el túnel que va desde la selva hasta el mar. Puedes pedirle de favor a las tortugas que vayan al fondo y te den una.

—No me tardo —dijo Fausto el fauno, cerró los ojos, caminó y luego se desapareció, atravesando los maderos de la puerta.

Agatha, se quedó a releer el hechizo y a hacer un polvo mágico con todos los ingredientes que, vació en una pequeña caldera, en medio de un desastre de casa con libros regados por todos lados.

A los diez minutos, regresó Fausto el fauno, traía con él, en su peluda mano, una esmeralda marítima que aun estaba mojada.

—Aquí tienes Agatha.

—Gracias. —Le contestó la bruja. Tomó la piedra y la coloco en un pequeño costalito, donde tenía el resto de los ingredientes.

—Disculpa Fausto, ¿Qué luna habrá esta noche? ¿Es gibosa menguante, cierto?

—Así es.

—Bien, bien, quería estar segura. —Contestó sonriente, como siempre, y continuó trabajando en el costalito mágico. —Estas son las instrucciones: Cuando la luna este en cuarto menguante, entierra la esmeralda debajo del árbol mas grande que veas en el bosque y recita el hechizo.

.

Una esmeralda desde el mar,

Para combatir el mal,

Los eleonques se tienen que marchar.

.

La luna está a la mitad,

Pero tienes la fuerza del sol,

para contraatacar.

.

Árbol gigante,

Que solo conoces bondad,

Elimina la amenaza de todo este lugar.

.

—¿Es todo? —Preguntó Fausto el fauno

—Sí, ya sabes cómo funciona la magia. —Le contestó y le guiñó un ojo.

El fauno hizo una reverencia, se giró y desapareció de nuevo. Se fue al bosque a esperar que la luna menguara un poquito más. En las alturas del cielo se escuchaban unos aullidos espantosos. Eran los eleonques volando por las copas de los árboles, intentando comerse a los búhos, las ardillas y los venados que andaban cerca. Los animalitos corrían en todas direcciones y se escondían.

Al fin se llegó el momento, el fauno enterró la esmeralda marítima y recitó el hechizo. Los eleonques dieron un chillido que provocaba miedo.

Luego, se escucharon truenos de relámpagos en el cielo. Era como si cayera una tormenta, pero sin una gota de agua. Después, el sonido se fue yendo de a poco hasta desaparecer en las lejanías del bosque.

Cinco días después de que el Fauno espantara a los eleonques, se apareció en la puerta de Agatha.

—Hola Fausto. ¿Cómo te fue en la batalla?

—Fue sencillo, esas sombras de terror no se volverán a acercar pronto. Y, por cierto, vengo a agradecerte. —El ser del bosque, abrió espacio sobre la mesa y dejó caer sobre ella, un libro pequeño y una vara de madera adornada con piedras preciosas.

—¿Qué es eso? —Preguntó Agatha, sospechándose la respuesta.

—Es un regalo que te hice con ayuda de las hadas

—¡No lo puedo creer! ¡Es un libro hecho por hadas! —Gritó emocionada, tomando el libro en las manos.

—Sí. Y la varita la hice yo, con ayuda de algunos animales que me trajeron piedras, tiene una esmeralda marítima también. —La bruja tomó la varita y comenzó a hacer magia con ella. —¿Entonces ya sabes para que es el libro y la varita?

—Claro, siempre desee tener un libro mágico hecho por las hadas. Ahora puedo, con la varita de piedras, organizar todas mis recetas, todos los hechizos, las pócimas, los cuentos y todo, dentro de un solo libro infinito, que jamás se va a llenar.

—Así es. En sus páginas aparecerán solo las recetas que necesites.

—Pues lo que necesitamos por ahora, es beber un té de pétalos de solilaris y galletas de nuez, para celebrar —dijo Agatha, y por fin, le sacó una sonrisa, después de mucho tiempo, a Fausto el fauno.