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Aprendiz de bruja

“Requisito indispensable: noche de luna llena”. En el libro no se especificaba la época del año, así que allí me encontraba leyendo en voz alta delante de mi caldero viejo y muy usado que había pertenecido a mi abuela. Ya tenía preparados todos los ingredientes y estaba dispuesta a elaborar mi hechizo.

            “Conjuro de letras, conjuro de palabras, unas briznas de sueño de la maldad y el cuento saldrá”. Las briznas de sueño fueron difíciles de extraer de mi mente y más aún evitar que se volatilizaran. Después  terminé de incluir el resto de ingredientes.

            “Verter la mezcla cuidadosamente sobre un papiro”. Utilicé papiros blancos y lo fui esparciendo poco a poco.

            “Dejar reposar una hora bajo la luz de la luna y el cuento maligno aparecerá, si quieres verlo en otras ocasiones lo tendrás que copiar, o si eres capaz, un contra hechizo realizar, pues una vez los rayos lunares desaparezcan las palabras se ocultarán; bajo la misma mirada de la luna se activarán”.

            Cuando la luz de la luna llegó a las páginas empezaron a brillar y aparecieron palabras, frases… Con muy buena letra, porque la bruja Lola Literaria del taller de escritura, era muy quisquillosa y antes que despareciera el escrito, me apresuré a copiar:

  Era una tarde muy oscura y húmeda de Halloween,  había estado lloviendo todo el día pero el tiempo estaba dando una tregua al acercarse la noche.

  Ben, junto con su pandilla, chicos y chicas de trece años con las caras irreconocibles entre el acné y los maquillajes diabólicos,  habían salido de Truco o Trato por un barrio donde nunca antes habían estado. Cada uno iba como quería; él iba disfrazado de Elliot y E.T. el extraterrestre en el cesto de la bici de su hermana. Después de unas horas de inflarse de chuches le entró ganas de ir al baño y cuando terminó no encontró a sus amigos, no se habían dado cuenta de que él se había ausentado.

  Se encontraba perdido en unas calles extrañas de Vantown montado en la bicicleta tuneada de su hermana y dando tumbos de un lugar  a otro hasta que llegó a un sendero.

  Una niebla densa lo cubrió todo, no veía más allá de su nariz y estaba cagadito de miedo, tropezó con algo.

  —¡Ahh! ¡Cuidado, mira por donde pisas! —le contestó aquello con lo que había chocado.

  —Perdone, no veo nada de nada —se disculpó Ben.

  —No es habitual ver gente por aquí ¿qué haces?

  —Salí con mis amigos de Truco o Trato  y he llegado aquí porque me he perdido.

    —Ya me extrañaba a mí. Te conduciré a la casa y a ver qué dicen los señores de estas tierras.

  —Pero no te veo. —Ben extendió los brazos por delante y hacia los lados por donde le llegaba la voz intentando tocar a la persona.

  —Espera, me encenderé.

  Ben no cabía en su asombro, en ese momento apareció delante de él una gigantesca calabaza como las que se ven en  Halloween con los ojos y la boca siniestros y totalmente encendida. Pero mayor fue su fascinación cuando del suelo salieron dos raíces que hacían las veces de piernas y otras dos que eran sus brazos. Del susto que se llevó se cayó de culo al suelo, la calabaza se moría de la risa y le tendió una mano para ayudarle a levantarse. Su tacto era como si cogiera una zanahoria muy nudosa, fría, húmeda y terrosa.

  —¡Vamos chico! No te asustes. Mi nombre es Cob, soy el guardián de esta finca, vamos a ir hacia la casa, hay un largo camino que recorrer.

  Ben se presentó y por el camino Cob le explicó lo difícil que era llegar allí y que quizás algunos de los últimos visitantes habían dejado el portal abierto.

  Conforme iban avanzando la niebla desaparecía al igual que la oscuridad de la tarde. Aún quedaba una hora y media para el anochecer y el chaval se maravilló   ante lo que tenía delante de sus ojos, se los frotó porque no podía creer lo que veía: todo era luminoso;  los colores de plantas, árboles, animales… eran brillantes, llenos de alegría y desprendían unas sensaciones fantásticas que hicieron que sus miedos desaparecieran y despertaron una gran sonrisa.

  Mientras Ben arrastraba su bici siguiendo a Cob, de repente este paró en seco y le preguntó:

    —¿Puedo  espolvorear tu bici con la tierra del camino? Será más cómodo para ti porque nos seguirá y no tendrás que empujarla más. —El niño con los ojos como platos y la boca tan abierta que le llegaba al pecho, movió la cabeza asintiendo.

  Cob cogió un puñado de tierra del suelo, la frotó en sus manos nudosas y la sopló por toda la bici, dio un paso atrás cuando el manillar comenzó a bostezar, se apoyó en la rueda trasera, se desperezó con los pedales y saludó amablemente con una leve reverencia y sonrió. Los siguió sin decir una palabra. Ben alucinaba.

  Un poco más adelante llegaron a una explanada junto a un bosque.

  —¡Anda, ya ha empezado el torneo! —dijo Cob señalando hacia allí. Se veía un gigante y hermoso árbol florecido que desprendía un estupendo olor. Sobre su tronco estaban apoyadas cientos de escobas, otras volaban  sobre el llano y vitoreaban a las que realizaban una lucha muy marcial y organizada.

  Del otro lado de la pradera, del bosque, les llegó una música. Se acercaron y permanecieron detrás de unos matorrales.

  —No podemos acercarnos más —le explicó Cob— este es el reservado para el aquelarre de magos y brujas que se congregan todos los años y vienen de todo el mundo. En cuanto caiga la noche comenzarán con sus rituales, Halloween es muy importante para ellos. Las escobas que has visto son suyas.

  —Cob, ¿porqué unas están quietas en el árbol y otras no?

  —Algunas están descansado y reponiendo fuerzas porque vienen desde muy lejos y otras no tienen vida. —Ben hizo un gesto preguntándole con las manos. —Los magos y brujas eligen la madera para su elaboración y de ahí que puedan tener vida o no; normalmente las maderas de estas tierras dan vida, salvo casos excepcionales y esto mismo ocurre en determinados lugares  del mundo dotados de magia. No son muy frecuentes. Bueno pongámonos de nuevo en marcha porque sino se hará demasiado tarde para ti.

  Tras una larga caminata y sin parar de ver cosas asombrosas, llegaron a una gran mansión. Nada más llegar  la puerta se abrió y aparecieron  ante ellos una pareja, ambos  muy hermosos y con ropas muy coloridas y extravagantes. Eran los dueños del lugar. Tanto el hombre como la mujer tenían una larga cabellera que le arrastraba por el suelo; él era pelirrojo y la señora tenía el pelo multicolor: mechones verdes, rosas, rojos, naranjas y blancos. Sin embargo la cara de ambos era muy pálida y tenían unas ojeras que envolvían los ojos en un aura muy oscura.

  Menudo brinco dio Ben ocultándose tras  Cob cuando  al hablar y darle la mano para saludarle se dio cuenta que el tamaño de los colmillos no eran los habituales.

  —No tengas miedo no te harán daño —le tranquilizó Cob y le cogió de la mano. —Señores este chico es Ben, se perdió y ha llegado hasta aquí.

  —Ben nuestros gustos son diferentes al resto de vampiros, lo creas o no somos vegetarianos y nuestros amigos mágicos se encargan de hacer con sus conjuros que los alimentos que tomamos sean nutritivos para nosotros. —La hermosa dama le habló con mucha dulzura mientras su compañero le sonreía y asentía.

  —¿Pero se comen a vegetales como Cob? —Todos se carcajearon  ante la ocurrencia de Ben.

  —Por supuesto que no, hijo —respondió el hombre.

  —Ya has visto en el gran árbol como había escobas que tenían vida y otras que no, pues entre los vegetales pasa lo mismo, depende de donde sean cultivadas se humanizan o no. Los señores tienen un vivero en lo alto de la casa donde se abastecen de lo que necesitan —aclaró Cob con tranquilidad.

  —Hablando de comida me ha entrado mucha hambre, pasemos al salón y cenemos, imagino que estarás hambriento Ben. En cuanto comas te llevaremos a  tu casa, no te preocupes. Cob acompáñanos nos han traído agua de la Rivera Lux —les dijo la dama, mientras la calabaza se relamía.

  Entraron en un salón donde todo estaba dispuesto, la mesa era un festín de tonalidades y los aromas que desprendían eran de lo más apetitoso, había jugos de gran variedad de frutas que Ben pudo disfrutar. Cob se deleitó una barbaridad con las variedades de aguas.

  Tras acabar la cena tenían dispuesto un coche grande con los cristales tintados esperando en la puerta, metieron en el maletero la bicicleta y el señor condujo hasta cerca de la casa de Ben.

  —Querido Ben, ha sido un placer conocerte, esperamos que tengas una vida llena de salud y felicidad, confiamos en que así sea. —La señora se despidió del pequeño.

  — Ya no volveremos a verte, hubo un fallo de seguridad en el portal de entrada que ya ha sido subsanado y ningún humano podrá entrar de nuevo Ben. Me ha encantado pasar la tarde contigo, eres un chico fantástico. —Cob le dio un gran abrazo a Ben dentro del amplio coche.

  El señor sacó la bici, se despidió del niño con amabilidad, subió al coche y despacio emprendió el camino. Antes de desaparecer de la vista dio marcha atrás y se paró cerca de Ben, Cob sacó una de sus raíces por la ventana, cogió un puñado de tierra del suelo arenoso, lo frotó en sus manos y lo sopló por la bici. A ésta se le borró la sonrisa y volvió a ser la mountain bike de su hermana con el E.T. dentro de la cesta.

            Carla llegó a la escuela muy decepcionada, el cuento que había escrito no era como esperaba y suponía que le caería una buena reprimenda de su seño Lola Literaria del taller de escritura.

            —Querida, seguirás por mucho tiempo de aprendiz de bruja si sigues empeñada en ser una bruja mala. No eres una maga mediocre, sobresales de todas las demás, pero te empeñas en seguir el camino de la brujería maligna y ninguno de tus hechizos sale bien. A pesar de que toda tu esencia impregna tu magia y es bondadosa  eliges ejercicios malignos,  ¿por qué? —La bruja Lola Literaria abrió su corazón a Carla, la veía tan perdida como el niño de su cuento.

            —Las magas malvadas son hermosas, tienen mucha fama en el colegio, son elogiadas   y  me gustaría ser como ellas. — Unas lágrimas se retenían en los ojos de Carla.

            —Observa este anuario ¿qué puedes ver? —Le mostró un libro gigantesco donde aparecían los magos y brujas más importantes de las últimas décadas.

            —Que son todos viejos —le respondió Carla.

            —Exacto, sean magos malignos o bondadosos todos envejecemos. La fama nos la dan las obras que realicemos y tú tienes un gran poder, el de elegir tu propio camino.

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