Sofía pidió a su abuela que le contara una “anénota” de su mamá Lucía.
—Pequeña. Dirás anécdota, ¿cierto? — Corrigió la abuela a Sofía.
—Pues eso he dicho, abu, “anénota”. —Sofía con sus seis años recién cumplidos acababa de aprender esa palabra y adoraba que su abuela le contara historias, unas veces reales y otras veces inventadas.
La abuela se quedó pensando unos segundos tratando de recordar momentos vividos con su hija Lucía cuando era tan pequeña como ahora su nieta.
—Te voy a contar como yo despertaba a tu madre todos los días, pero lo voy a hacer en forma de cuento. Allá va. —Sofía aplaudió y se incorporó de su asiento para estar mucho más atenta.
«Una mañana despertó a Lucía un personaje extraño, era una vampiresa que se alimentaba únicamente de besos. Se llamaba Dracubesa y cuantos más besos daba, más deseaba, así que nunca podía saciar su sed de besos. Los que más le gustaban eran los besos grandes en las mejillas, de esos que son tan fuertes y sonoros que te dejan sorda. Dracubesa llegaba sigilosa, se acercaba y repartía sus besos a Lucía, por los hombros, el cuello, los ojos, …
En una ocasión apareció alguien atraído por las risas de Lucía. Era un ser sombrío, triste y pálido. Se acercó con cautela y desde la puerta de entrada a la habitación de Lucía observaba las risas. En ese momento le cambió el semblante. Se llamaba Dracucosquis, y halló esa mañana la forma en la que por fin podía comer; llevaba más de medio siglo sin poder alimentarse ya que no había descubierto aquello que le llenara de verdad. Sintió que la alegría de Lucía le enrojecía la cara y le daba una energía que no había sentido en su vida. Pronto supo que, si le hacía cosquillas a la niña, con las carcajadas, su tristeza se marchaba.
Otra mañana, estaban despertando a Lucía, Dracubesa y Dracucosquis, cuando un sonido estrepitoso salió del culito de la niña. De inmediato apareció Dracupeo, quien, oliendo dicha zona, quedó alimentado por todo un día. Era otro vampiro, con forma de fantasma, transparente y muy divertido, quien descubrió, que con las carcajadas mañaneras era fácil alimentarse, y más aún si apretaba la barriguita de la niña».
–Abuela, ¡qué divertidos eran! ¿Tú puedes hacer que vuelvan y me despierten todos los días? —Sofía abrazaba a la abuela y le suplicaba.
—Bueno, hablaré con tu madre y veremos si ella puede convertirse por las mañanas en esos personajes. Yo disfruté mucho tiempo con ellos al despertarla, seguro que una vez los recuerde, vendrán a visitarte todos los días.
Así como fue que cobraron vida de nuevo, Dracubesa, Dracucosquis y Dracupeo.
Autora: María José Vicente Rodríguez