Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 12

UNA MONA MUY BAJITA

Andrés fue a la entrada para recoger a Ana y se dirigieron a la parte trasera del escenario. Ruth estaba allí sentada con cara de pocos amigos y Pedro lanzaba caramelos para encestarlos, sin mucho éxito, en en un bol vacío.

—Vaya, ¡qué ambiente! —dijo Ana con un silbido, al ver las caras de desánimo en todos— ¿Qué hace Ruth aquí?

—Nos va a ayudar —le contestó Marta guiñándole un ojo.

Rápidamente entendió la complicidad del guiño de su amiga y le siguió la corriente.

—¡Qué bien Marta! ¡Menos mal que has conseguido ayuda! ¡Gracias Ruth, por echarnos una mano! —dijo Ana mirando a la malhumorada Ruth.

—Que sepáis que me importa muy poco lo que traméis y que en diez convincentes minutos me marcho de nuevo a la fiesta diciendo que ya os he ayudado —respondió Ruth, dejando a todos perplejos.

—Pues que sepas tú —dijo Bea—, que no vamos a permitir que sigas fastidiando y que le debes a Pedro una disculpa.

—Que ya me he disculpado por acusarlo en el colegio y todo ese asunto del pintalabios, ¿o es que estás sorda? —contestó Ruth haciendo muecas.

—Por la boca chica y falsamente —respondió Bea enfadada.

—¡Chicas! —intervino Marta— no os peleéis, mi prima Ruth ya se ha disculpado y estoy segura de que se quedará para ayudarnos, ¿no es así Ruth?

—¡No! Y además creo que me largo ya, vaya a acabar disfrazada de payasa —Ruth se levantó y se marchaba cuando añadió: —Por cierto, vosotros no necesitáis disfraz, ja, ja, ja —la risa de Ruth se perdió entre la música infantil y los gritos de los niños jugando.

—Perdóname Marta, pero tu prima es odiosa —dijo Bea.

—Vaya, pues se nos ha escapado, es muy lista y se ha dado cuenta de mi intención. Pensaba que era buena idea que subiera al escenario con Pedro —explicó Marta suspirando y dejando caer un disfraz de payaso en la mesa.

—¿En serio ese era tu plan? —Pedro estaba enfadado—, Marta, esta sorpresa para mi prima es muy importante y Ruth la podía haber fastidiado.

—Lo siento Pedro, pero es que me saca de mis casillas y quería darle una lección —se disculpó Marta casi a punto de llorar.

Pedro se dio cuenta y la calmó tocándole el hombro.

El disfraz de Pedro fue un éxito. Repartió pequeños muñecos de peluche a todos los niños, después salió al escenario haciendo que tropezaba con los enormes zapatos y caía al suelo, donde había una bolsa que sonaba con gran estruendo cada vez que la pisaba, entonces hacía que se asustaba y volvía a tirarse al suelo. Los niños reían y reían y la prima de Pedro era la que más gritaba:

“Pisa la bolsa de nuevooo”.

La fiesta estaba siendo un éxito y los niños más pequeños se lo pasaban genial. Los adultos desaparecieron y tampoco había rastro de Ruth por ninguna parte, así que pensaron que lo más probable era que ella y sus padres se hubieran marchado.

Pedro ya había bajado del escenario y tomaba un refresco con sus amigos. La Pandilla de los saltamontes había hecho un gran trabajo, todos los niños, sobre todo su primita pequeña, lo estaban pasando genial.

Pero entonces la música cambió con un redoble de tambores y las luces se apagaron, quedando iluminados solo el escenario y los farolillos del jardín. Justo después sonó una canción de cumpleaños, mientras al escenario subían muñecos gigantes: un oso panda, un pequeño mono, un tigre y hasta una enorme rana que traía una tarta con velas encendidas. La prima de Pedro subió al escenario, pidió un deseo y sopló las velas.

Subieron al escenario unos muñecos con forma de animales, Marta y sus amigos pensaron que podían ser sus padres y que esta era la gran sorpresa.
Todos los animales eran muy grandes, salvo un pequeño mono que parecía enfadado.

—¡Qué bonito! No me lo esperaba para nada —dijo Marta.

—¿Son nuestros padres? —preguntó Andrés.

—Seguro que esta era la sorpresa, pero ¿quién es el mono? Es demasiado bajito —observó Ana.

—Es verdad, bueno, sea quien sea, ha hecho un buen trabajo —dijo Bea.

La música cesó, se encendieron las luces nuevamente y los muñecos gigantes bajaron del escenario para jugar con los niños que los abrazaban.

Observando bien la escena, el pequeño mono intentaba huir, pero el tigre lo agarraba de la mano con firmeza y lo volvía a llevar hasta los niños.

Cuando la fiesta terminó, el mono se dirigió a un banco para descansar y se descubrió la cabeza para beber agua.

—¡Era Ruth! ¡¡¡Mirad!!! ¡El mono enano era ella! —gritó Jaime divertido.

El misterioso pequeño mono que estaba tan enfadado resultó ser Ruth.

Ruth estaba sudando y enfadada, se quitó el disfraz, lo dejó en el suelo y antes de marcharse le dio una patada a la cabeza de mono de peluche que le había hecho sudar tanto.

—Ja, ja, ja —rió Bea.

—¡Qué mona! —gritó Ana, para que Ruth la oyera.

«Me las pagarán », se dijo Ruth, mientras se alejaba hacia el coche de sus padres. Estaba furiosa. Había perdido esta batalla, pero no la guerra y esto no iba a quedar así.

FIN

Publicado en A partir de 10 años, Cuento, Poesía

La pirata Triquiñuelas y su tesoro

La pirata Triquiñuelas
se ha vuelto a enfadar
va con los puños cerrados
de aquí para allá.

Alguien ha comprado
su isla del Paraná.
Un hotel le han colocado
y de quince plantas además.

La pirata Triquiñuelas ha ido a por su cofre del Tesoro, pero alguien ha comprado su isla y ha construido un hotel de quince plantas.

A su cueva del Tesoro
es imposible llegar,
hay turistas nadando
donde tiene que bucear.

Cuatro brazadas al norte
y al este otro par.
Después de los corales
su cofre está.

El tesoro de la pirata Triquiñuelas se encuentra justo donde nadan los turistas. Eso le está enfadando mucho y los quiere asustar con sus cañones y piratas.

A los turistas asustará
con sus cañones oxidados
y sus piratas de mar.

<<¡Es pan comido!>>, se dice,
y pone al barco a navegar.
pero han visto niños
nada más llegar.

A la pirata Triquiñuelas le dan miedo los niños, por eso esperará a que llegue el invierno para volver a por su tesoro.

La pirata Triquiñuelas
Con niños no se meterá.
Ellos le dan miedo
cuando comienzan a gritar.

—Los niños son valientes—
dice su loro al pasar
por los toboganes retorcidos
ha visto a los niños escalar.

Para el loro de la pirata Triquiñuelas, los niños son muy valientes porque escalan para subirse a los toboganes.

Cuando llegue enero
Triquiñuelas volverá.
Sin turistas ni niños,
su botín podrá rescatar.

Escrito por Clara Belén Gómez

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 11

¿QUÉ HACE AQUÍ RUTH?

El domingo por la mañana, Marta miraba a su madre mientras desayunaba. Estaba muy contenta yendo y viniendo, mientras hablaba y escribía en el móvil.

Definitivamente algo tramaban los adultos. Tenía que ser más rápida que ellos porque temía acabar disfrazada en la fiesta de la prima de Pedro.

—Mamá hoy me duele mucho la barriga, pasaré el día en mi habitación a ver si se me pasa, no podré ir con vosotros a la fiesta —dijo Marta, dejando el bol de cereales a un lado dramáticamente.

—Qué casualidad, Marta, has tenido la misma idea que Jaime, Andrés, Bea… Ya me ha advertido la madre de Pedro que estáis intentando sabotear nuestra sorpresa. ¡Pues a vestirse! Porque te va a encantar. Confía en mí —dijo la madre de Marta.

—Pero de payaso no me disfrazo, ¡que lo sepas! —Marta dijo esa frase enfadada mientras se dirigía a su cuarto.

—¿Con que es eso lo que os preocupa? —dijo la madre entre risas.

La carcajada de su madre sonó con mucha fuerza. Definitivamente los mayores podían ser muy injustos hasta cuando decían querer ayudar.

Marta no quería disfrazarse en la fiesta, por eso fingió que le dolía la barriga y dijo a su madre que no podría ir a la fiesta del cumpleaños de la prima de Pedro, pero era tarde, porque todos sus amigos habían puesto la misma excusa y los padres se dieron cuenta.

En una hora Marta estaba abajo en el portal con Pedro y Lola.

—Lo siento mucho, todo esto ha sido culpa mía por habérselo contado a mi madre para comprar las pinturas del disfraz—se disculpó Marta.

—Qué va Marta —se apresuró a decir Lola—. Todo esto fue idea mía, fui yo la que convenció a Pedro para dar una sorpresa a mi prima y le hice prometer no contar nada… Necesitábamos un pintalabios rojo, o algo para poder pintarle la cara cuando se disfrazara… lo demás ya lo sabemos. No es culpa tuya, cómo ibas a saber que se liaría la que se ha liado.

Pedro le apretó un hombro para confirmar las palabras de su hermana y tranquilizarla. A Marta se le disparó el corazón y Lola sonrió como si se diera cuenta.

En una hora estaba toda la pandilla, menos Ana que la llevaría su tío, en la furgoneta conducida por el padre de Pedro y Lola como copiloto. En voz muy baja, Andrés les informaba de un plan para pasar desapercibidos en el cumpleaños en cuanto llegaran. Según él, el único que debía estar allí era Pedro y su hermana Lola.

Al fondo de un césped enorme, decorado con globos y banderines, se levantaba un pequeño escenario.

La pandilla buscaba en silencio donde escabullirse, tal y como había dicho Andrés, cuando Pedro asió del brazo a Marta y exclamó en voz alta:

—¡Esa es tu prima!

En un rincón del jardín se encontraba Ruth con sus padres y su semblante era serio. Hacia ellos se acercaba la madre de Marta con una bandeja de bocadillos

Ruth estaba sentada y escuchaba con atención lo que uno de los adultos le decía.

—Lo que nos faltaba —se lamentó Jaime—. Pero que alguien me explique qué hace tu madre llevándole bocadillos, con lo mal que se ha vuelto a portar.

Marta no contestó, estaba tan sorprendida como sus amigos.

—Creo que saldremos de dudas muy pronto —dijo Jaime en voz baja y todos observaron que Ruth, sus padres y la madre de Marta, se dirigían a donde se encontraban reunidos. Instintivamente cada uno miró hacia algún lado, como queriendo escapar, pero ya era tarde.

La fastidiosa de Ruth habló de manera amigable, como si no hubiera ocurrido nada:

—Hola chicos —dijo con una sonrisa torcida. Sus padres quedaban justo detrás de ella y no podían ver su expresión. Después se dirigió a Pedro con el mismo tono amigable, que para nada acompañaba a su ceño fruncido—. Me ha explicado la madre de Marta que la razón por la que querías el pintalabios era para dar una sorpresa a tu prima pequeña. Malinterpreté todo y quiero pedirte perdón. Por supuesto, le explicaré a doña Carmina mi error y que no eres un vándalo.

Las caras de satisfacción de los adultos enojó a Marta, para ellos, Ruth solo se había equivocado y estaba rectificando, pero ella y sus amigos sabían que no era así. Solo había sido descubierta y tenía que volver a esconder sus verdaderas intenciones.

Andrés, con sus puños apretados, fue el primero en responderle:

—Vaya Ruth, qué buena chica eres. Ojalá una disculpa fuera suficiente, creo más bien que deberías demostrar tus palabras.

Los adultos lo miraron algo sorprendidos.

—Andrés, mi hija ya se está disculpando —la voz del padre de Ruth sonó muy seria.

—¡Oh Ruth! Rectificar es de sabios, no seas tan duro con ella Andrés, todos nos equivocamos… —dijo rápidamente Marta para salvar el pellejo a Andrés y calmar a Pedro, se le notaba por la expresión que iba a explotar de un momento a otro—. Ana se está retrasando y necesito a una chica para que nos ayude con la sorpresa, ¡qué alegría que hayas venido y te hayas disculpado con Pedro! ¡Esa es mi prima Ruth!

Los amigos de Marta no entendían nada, pero le siguieron el juego. Por experiencia sabían que Marta nunca hacía algo sin un motivo de peso.

Los padres de Ruth se tranquilizaron, no veían la cara de su hija, ahora perpleja y sin saber qué decir. Marta la agarraba fuerte del hombro y se la llevaba, seguida del grupo.

—Bueno chicos, ¡divertiros! No sabéis cómo nos alegra que seáis buenos amigos y os llevéis bien —dijo la madre de Marta muy orgullosa por el comportamiento de su hija Marta.

Continuará…

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 10

Pedro cenó rápidamente y corrió a su habitación para conectarse y comprobó cómo todos se sorprendieron al verlo en aquella reunión urgente.

—Chicos, muchas gracias. ¡Sois los mejores! No esperaba unas barras de pintura para disfraces tan buenas. —Pedro no disimulaba su alegría, estaba feliz.

—Ha sido idea de Marta —dijo Andrés, poniendo ojitos cariñosos al decir el nombre de su amiga.

Las risas sonaron muy fuertes y Marta se volvió a poner colorada como un tomate.

—Bueno, centrémonos. Hay algo que me preocupa —dijo Marta para cambiar pronto de tema, y contó al grupo todos los detalles de la furgoneta aparcada. Hizo hincapié en la frase del padre de Pedro: «es una sorpresa».

—Uff, no sé vosotros, pero yo odio esa frase dicha por un adulto —se lamentó Andrés.

—Lo sé, lo mismo pensé yo —respondió Marta.

—Pero Pedro, tú habrás oído algo, ¿no? —intervino Andrés con tono de sospecha.

Pedro, tardaba en contestar, como pensando una excusa. Definitivamente sabía algo, pensaron todos.

El comportamiento de Pedro era sospechoso. Todos pensaban que seguramente sabía algo.

—¿Qué dices mamá? ¡Voy! —Pedro contestó a una supuesta, oportuna y sospechosa llamada de su madre—. Ups, tengo que irme…

—¿¡Eh!? ¿Dónde crees que vas? —gritó Andrés, pero ya era tarde. Pedro se había desconectado.

—Este sabe algo —afirmó Ana—. Pero os digo que yo también, porque ayer, mi madre hablaba por teléfono con tu madre, Marta.

—Oh, noooo. Me lo temía. Es que no os he contado que mi madre ayer me dijo que habló con la madre de Pedro. Se están confirmando mis sospechas —lamentó Marta.

—¿Qué sospechas? —quiso saber Simón.

—Que mi madre, junto con los demás padres, nos ha preparado UNA SORPRESA. Creo que esto da miedito.

Cuando terminaron de hablar, el grupo permaneció callado un momento.

—Ahora que lo dices, mi madre ha estado todo el día fuera y ha llegado cargada de bolsas —dijo Simón.

—Y mi padre ha metido en la despensa yo que sé cuantas bolsas de chuches, patatas fritas, gusanitos… —recordó de pronto Andrés.

—Chicos y chicas, esto apesta a fiesta sorpresa. ¡Es increíble la que se ha liado por un pintalabios! —dijo Ana.

—Pues conmigo que no cuenten, la última vez nos hicieron bailar y odio bailar —protestó de nuevo Andrés. Fue fácil imaginarlo de nuevo con los puños cerrados.

—Lo peor es que suena a encerrona y encima Pedro parece estar al tanto de que algo se cuece —dijo Marta.

—Ya, pero seguro que a él tampoco le han dicho todo. Intenta invitarlo de nuevo a la conversación. Tiene que saber lo que acabamos de descubrir y decidir si nos cuenta lo que sabe o no —propuso Jaime.

Pedro apareció de nuevo en pantalla y escuchó perplejo cada detalle.

—Me temo entonces que mañana efectivamente tenemos fiesta. Veréis lo que yo sé es que la madre de Marta habló con la mía y que mañana iréis todos al cumpleaños de mi prima, como agradecimiento por ayudarme por el malentendido del pintalabios —explicó Pedro.

—Entonces misterio resuelto —dijo Ana

—No tanto —aclaró Pedro— porque lo que yo sé es que veníais al cumpleaños, pero es que mi disfraz ha desaparecido y sospecho que lo tiene mi madre. Le he preguntado por él y me ha respondido «estará en tu armario ». No tiene sentido esa respuesta y que ni se preocupe, cuando lo que le acabo de decir es que MAMÁ, MI DISFRAZ NO ESTÁ EN MI ARMARIO.

—UMMM —Simón entrecerró los ojos— Por favor, que no esté tu disfraz en mi casa.

—¿Por qué iba a estar mi disfraz en tu casa? —quiso saber Pedro intrigado.

—Porque ahora que lo pienso, era una bolsa muy grande y sobresalía algo azul, que juraría que era una peluca —le aclaró Simón.

—¿NOS VAN A DISFRAZAR A TODOS DE PAYASOS Y PAYASAS? —gritó Andrés— ¡JA! ¡QUE NI LO SUEÑEN!

De nuevo se hizo silencio y a todos les recorrió un escalofrío por la espalda.

Continuará…

Publicado en A partir de 7 años, Cuento

El sombrero de la tortuga Casiopea

Amaneció el día sin nubes, iba a ser caluroso, ideal para un baño fresquito en el lago del bosque.

Las ranitas gritaron:

—¡Venid todos al agua y nademos juntos!

Y todos los animales más jóvenes del bosque acudieron sin pensar.

Menos Casiopea, que prefirió quedarse en su caparazón porque estrenaba un sombrero nuevo, quería llevarlo puesto durante todo el día y no lo quería mojar. Además lo había hecho ella misma.

Sus amiguitos fueron a visitarla, y desde el jardín gritaban:

—¡Casiopea, corre, ven a jugar! ¡El agua está buenísima!

—¡Hoy no puedo, tengo un sombrero nuevo que he fabricado, y no me lo quiero quitar, pero tampoco estropear! —contestó desde dentro. Su voz parecía venir desde una cueva muy profunda.

Todos los animalitos se quedaron pensando.

La tortuga Casiopea quiere quedarse en su caparazón porque tiene un sombrero que se ha hecho ella misma y no lo quiere estropear.

—Pero Casiopea, ¿de qué te sirve llevar un sombrero nuevo tan bonito dentro de tu caparazón? Nadie podrá verlo —dijo una ranita.

<<¡Oh, es verdad!>>, se dijo Casiopea, que no se había dado cuenta de ese detalle.

—Además, el sombrero te puede proteger del sol hasta el lago, para eso sirve también —dijo su amiga la mofeta.

—¡¡Ya, pero en el lago se me mojará!! —gritó la tortuga Casiopea desde dentro de su caparazón.

Todos los amigos, menos el castor, se rindieron y se fueron a jugar al lago para darse un baño muy refrescante.

—Casiopea, ¿y si vienes con el sombrero puesto y cuando llegues al lago lo guardas de nuevo? ¡Te espero allí! —dijo su amigo el castor.

—¡Eso es! —dijo Casiopea.

Y sacó su cabecita con un hermoso sombrero azul.

En el lago todos le dieron la bienvenida.

Todos los amiguitos saludaron a Casiopea cuando la vieron llegar al lago tan guapa con su sombrero nuevo.

—¡Es un sombrero precioso, Casiopea! Me encantaría aprender de ti y hacerme uno —le dijo la ardilla.

—¡Gracias! —respondió Casiopea muy contenta.

Y cada animal del bosque que pasaba cerca, alababa lo bonito que era su sombrero y lo bien que estaba hecho, y a todos Casiopea, muy educada, con un gracias respondía.

—¡Amigos! —dijo Casiopea cuando guardó el sombrero para nadar un rato—, hoy he comprendido, que cuando algo hermoso tenemos y sabemos hacer, no debemos guardarlo por miedo a estropearlo. Es mejor mostrarlo, inspirar y también cuidarlo.

Y todos disfrutaron del caluroso día de primavera con juegos, risas ¡y mucho baño!

Casiopea está feliz en el lago con su sombrero y lo cuidará mucho.

Fin.

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 9

¿¡UNA FURGONETA!?

El sábado por la tarde, Pedro recibió un mensaje de Marta: «Hola Pedro, ¿puedes salir un rato a la zona de los columpios?»

Tenía ganas de verla, así que con un “Ahora vuelvo”, salió corriendo dejando que la puerta se cerrase detrás de él, mientras su padre decía algo que no llegó a entender.

—¡Hombreeee el chico malhumorado del patioooo! —dijo Marta en cuanto lo vio.

Aquel grito chistoso, hizo que Pedro sonriera.

—Es que no te imaginas en el lío que me he metido por hacer una promesa a mi hermana —explicó Pedro. No quería que Marta pensara mal de él.

—Aunque te sorprenda, la pandilla ya lo sabemos todo. Tengo que reconocer que tu hermana Lola nos ha ayudado un poco… —A Marta le divertía la cara de sorpresa de Pedro.

—¿Mi hermana? —preguntó perplejo.

Marta estaba muy satisfecha porque su frase lo había dejado totalmente a cuadros, como solía decir Bea. Era el momento perfecto para sacar el regalo.

—Ejem, entre todos, incluído Andrés que es reticente para los disfraces, hemos comprado esto. —Se sentía algo nerviosa, y sacó el regalo de su mochila, porque aunque era sábado, no se le ocurrió otra forma de guardar aquel paquete envuelto para que Pedro no sospechara.

—¿Disfraces? ¿Regalo? ¿Andrés? —sin duda estaba alucinado.

Lo abrió en dos segundos.

—Pero… ¿Cómo porras lo habéis adivinado?

Marta solo sonreía triunfante.

—Definitivamente sois los mejores —dijo Pedro muy contento tras comprobar que las barras de pintura eran perfectas para su disfraz de payaso y mucho mejores que el pintalabios requisado por su tutora. Al final tenía que estar agradecido con Ruth.

Pedro sonreía mirando las barras de pintura, pero al mirar a Marta se dio cuenta de que estaba preocupada.

—¿Qué ocurre? —Quiso saber Pedro.

—Verás… para poder ir a comprar estas pinturas… se lo conté todo a mi madre… y… bueno… ella… pues…

—Ha hablado con la mía —terminó la frase Pedro.

Marta levantó la vista y afirmó con la cabeza.

—Lo hecho, hecho está —dijo Pedro sacudiendo los hombros y en un impulso le dio un beso en la mejilla. —Vamos, que ya mismo es la hora de la cena.

Iban hacia el portal, cuando vieron al padre de Pedro aparcando una furgoneta. Marta se extrañó mucho y corrió hacia él.

—¿Y esta furgoneta tan grande, Carlos? —dijo, mientras se ponía de puntillas para ver bien el interior.

—Ah… es una sorpresa, no puedo decir nada. Mañana lo sabrás —respondió el padre de Pedro.

Los dos amigos se miraron y subieron en silencio a sus casas. Marta estaba muy intrigada y pensativa. Cuando los mayores daban sorpresas, no sabía si alegrarse…

Mensaje por Whatssapp enviado por Marta a todos los miembros de la pandilla:

«¡¡¡REUNIÓN URGENTE!!!»

Continuará…

Publicado en Cuento

El regalo de Carolina

El Rey Melchor llegó corriendo hasta Baltasar para decirle que el juguete de Carolina, la de la calle 48, parecía haberse extraviado.

—¡Qué extraño! —dijo Gaspar mirando su pergamino— El camello mil cuarenta y cinco, lleva el regalo de esa niña y los pajes Miguel y Carmen lo han cuidado en el camino.

Melchor lo comprobó y el regalo no estaba.

—Que un paje traiga la carta —ordenó Baltasar—. Leamos lo que pide Carolina, a ver si podemos resolver este misterio.

Y el camello mil cuarenta y cinco salió de la fila, con mucha prisa, porque el tiempo que tenían era muy justo y aún les quedaba cruzar Oriente y llegar hasta las tierras de la Torre de Pizza.


—Esta es la carta —dijo el paje Gustavo.

—Veamos —Melchor abrió el sobre y comenzó a leer:

<<Queridos Reyes Magos, muchas gracias por existir. Me encanta esperaros cada Navidad y me hace mucha ilusión. Este año sin embargo os pido que me traigáis un coche rojo teledirigido, pero prestad atención:
No lo traigáis a mi casa, sino a la de Juan Hernández que vive dos calles detrás de la mía.

Es mi compañero del cole, pero por alguna razón no os escribe bien las cartas y le traéis lo que no pide.

El año pasado pidió este coche y unos zapatos usados, fue lo que recibió. Como yo si sé enviaros las cartas correctamente, me he atrevido a escribiros en su nombre.

Muchas gracias.

P.D. Dejaré la leche y las galletas donde siempre.
Muchos besos de Carolina, la de la calle 48>>.

Reanudaron la marcha pensativos, Melchor, Gaspar y Baltasar, porque Carolina preocupada por su amigo Juan, olvidó pedir algo para ella.

Los Reyes Magos reanudaron su camino, pero no dejaban de pensar en Carolina, porque había olvidado pedir su regalo.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Melchor.

—Umm… es una buena niña —respondió Baltasar.

—¿Y si le regalamos un don? —dijo Gaspar saltando de su camello.

—¡Qué buena idea! ¿Pero cuál? Hay infinitos dones que le podemos dar —dijo Baltasar.

—¡Ya lo tengo! —Melchor se tocaba la barba sonriente—, le daremos el don de escribir cuentos que lleguen al corazón.

Y los tres Reyes Magos crearon el don, lo metieron en un pequeño cofre mágico, y a casa de Carolina, la de la calle 48, lo llevaron con ilusión.

Cuando Carolina despertó, vio que junto a su Belén un diminuto cofre brillaba y al mirarlo, descubrió también una tarjeta con dibujos mágicos. Cuando la tuvo en sus manos, una voz habló:

—Querida Carolina dijo la voz—, soy el Rey Melchor, estoy aquí con Baltasar y Gaspar —los otros Reyes Magos dijeron «hola» también—. En este cofre te hemos guardado un don: el de escribir cuentos que lleguen al corazón. Es un don muy especial, cuídalo mucho y lee y escribe cada día para perfeccionarlo. Un abrazo muy grande de parte de tus amigos, los tres Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar.

Y desde entonces Carolina leyó mucho y escribió más y más, convirtiéndose en la escritora más querida por niños y adultos.

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 8

UNA INVITACIÓN MUY ESPECIAL

Salir de compras con su madre, no era el mejor plan para Marta, porque ya aprovechaba para que se probara zapatos para el nuevo curso y luego, como siempre, llegaban los comentarios de rigor que Marta se sabía de memoria:

—¡Qué barbaridad Marta, cómo estás creciendo! No gano para comprarte pantalones. ¡Mira, aquí venden unos pijamas monísimos!

Y Marta iba y venía y entraba y salía de un probador a otro.

«Me debes una, Pedro,» pensó Marta, mientras se probaba una falda que por supuesto no se iba a comprar se pusiera como se pusiera su madre. Ya había acumulado dos pantalones vaqueros, una sudadera con capucha y cremallera y dos camisetas de manga larga.

Marta ha ido de compras con su madre para ayudar a Pedro y no pensaba que tendría que probarse tanta ropa. Su madre quiere que se compre otra falda, pero a Marta no le gusta.

Después buscaron unos zapatos de deporte, hasta que por fin, su madre dio por finalizada la compra y propuso merendar en una pastelería.

—¿Tú crees que esa barra es la que necesita Pedro? —preguntó la madre de Marta—, como os ha sobrado dinero puedes comprar alguna más, en esa tienda los venden muy baratos.

—Creo que este es perfecto pero que igual una barra de pintura blanca y un lápiz de ojos de color negro no le vendría mal —dijo Marta entusiasmada.

—Sabes hija, me gustan mucho tus amigos, y cómo os cuidáis unos a otros.

—Es que nos conocemos desde la guardería —contestó Marta, mientras la camarera le dejaba su vaso de leche con en la mesa, «y me gusta Pedro», pensó casi ruborizándose.

—Es cierto y como ha volado el tiempo, hace nada erais así —dijo señalando unos palmos de altura con la palma de la mano—. No te lo he dicho, pero he hablado con la madre de Pedro y se lo he contado todo.

—¡¡PERO MAMÁÁÁÁ!! ¡Confié en ti! ¡Pedro se va a poner furioso! —Marta dejó su vaso de cacao y suspiró indignada.

—Pues va a ser que Pedro no está enfadado —dijo la madre de Marta con tono misterioso.

—¿Y eso cómo lo sabes? —preguntó Marta.

Marta se temía que su madre ya había hecho de las suyas por su cuenta y sin preguntarle, esperaba no tener que arrepentirse por haber confiado en ella. Conocía muy bien a Pedro y siempre era reservado, salvo con su hermana Lola.

—Es una sorpresa, no puedo decirte más. —Marta miraba a su madre como mordía un trozo de pastel sin poder disimular una sonrisa.

Por supuesto su madre algo tramaba, la conocía muy bien, pero eso le preocupaba más, ¿qué explicación iba a dar a la pandilla? No estaba segura de que comprendieran la decisión de su madre, pero tendría que explicarles que ella no tenía nada que ver. Esto se les había escapado de las manos. Con lo fácil que era comprar un pintalabios y dárselo a Pedro de parte de todos, aquella misma tarde. Ahora con los adultos por medio y tomando sus propias decisiones, a ver qué sorpresa les iban a dar. Tenía los vellos de punta solo de pensarlo.

«Menuda faena y menudo giro ha dado todo», se dijo Marta con fastidio.

—No te preocupes y merienda bien, confía en mí. Es una sorpresa que te va a gustar.

Aunque su madre había adivinado sus pensamientos, le costó tranquilizarse.

Continuará…

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 7

PINCHO, EL NUEVO COMPONENTE DE LA PANDILLA

El sábado por la mañana iban todos al parque, menos Ana, que recientemente se había mudado a la ciudad por motivos de trabajo de su padre. Después le contarían todo por teléfono o mensaje.

—¿No podíamos quedar en el parque de abajo? ¡Subir la cuesta en bici desde mi casa y con este calor, ha sido toda una proeza! —protestó Bea.

—¡Venga Bea, que no es para tanto! —le provocó Simón.

Bea respondió solo con un suspiro teatral, mientras dejaba caer la bicicleta en el césped y Simón soltó una carcajada.

El perro de Jaime saltó sobre Bea en cuanto se sentó en el suelo.

—Parece que le gustas, Bea —dijo Jaime divertido.

El cachorro, saltaba sobre ella dándole lametones.

Pincho se hizo amigo de Bea nada más verla y saltaba sobre ella muy contento para jugar.

—Es el único que ha reconocido mi esfuerzo y me felicita —dijo en tono melodramático.

Todos rieron —¿Cómo se llama? —quiso saber Bea.

—Pincho —contestó Jaime

La pandilla coincidió que era el nombre ideal y volvieron a reír entre chistes, porque Pincho tenía unas orejas enormes.

El cachorro era un cruce, quizás entre bodeguero andaluz y pincher, pero Jaime no estaba seguro. Lo adoptaron en la protectora y tenía poca información.

—Es precioso Jaime —dijo con mimo Bea, mientras lo acariciaba, y luego cuchicheó al cachorro—. No te preocupes pequeño, siempre se ríen de todo, tienes las orejitas grandes como tu dueño.

Todos se rieron de nuevo, hasta Jaime.

—Qué suerte tienes, ojalá mi madre nos dejara tener un perro, pero dice que es mucha responsabilidad y que estamos todo el día fuera —lamentó Marta.

—Y tiene razón, Marta. No veas qué trabajo da —se quejó Jaime—. Todavía lo estamos educando y lo muerde todo. Menos mal que siempre hay alguien en casa y lo sacamos mucho. Cuando aprenda, espero que nos deje descansar un poco. Esto es peor que tu odisea con la bici, Bea. ¡Y si hace caca tengo que recogerla con una bolsa!

A Pincho lo están educando, por eso tienen que pasearlo mucho para que aprenda a hacer pipí y caca en la calle.

—No digas eso Jaime, si es un angelito —contestó Bea.

—Pues el angelito se está comiendo la correa de tu mochila —señaló Simón divertido.

Bea le quitó la correa con cuidado y le acercó uno de sus juguetes para luego lanzarlo.

—Bueno, vamos a centrarnos —dijo Marta—, he pensado que podemos recaudar algo de dinero y comprarle un pintalabios nuevo a Pedro, o bien una barra de pintura facial roja, ya sabéis de esas para disfraces.

—¿Pero cómo lo compramos?, aquí no venden ni pintalabios, ni cosas para disfraces —observó Bea.

—Si os parece bien, puedo pedirle a mi madre que me lleve a comprar uno esta tarde. Le daremos una sorpresa a Pedro cuando llegue del campo —propuso Marta.

—Me parece bien, pero tu madre te preguntará para qué lo quieres —apuntó Andrés.

—Bueno… ahora que ya sabemos que es para una noble causa… yo creo que puedo contárselo a mi madre sin problemas. Ella lo comprenderá y seguro que nos animará, ya la conocéis —explicó Marta—. Propongo que lo votemos.

Estuvieron todos de acuerdo en la votación, mientras el cachorro seguía entusiasmado jugando con Bea.

—Bea, ¿quieres ser la niñera de Pincho? Se te da genial —dijo entre risas Jaime.

—Cuando quieras te lo paseo, me encanta Pincho —se ofreció Bea, le encantaba Pincho.

Continuará…

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 6

EL MISTERIO SE VA RESOLVIENDO

Marta esperaba impaciente en el portal, ya había tirado la basura y aguardaba junto al ascensor.

Lola apareció con una gran bolsa que colocó a los pies de Marta.

—Esta es la clave —y agachándose sacó una peluca de pelo rizado y de color azul, junto con unos pantalones enormes, tirantes… Iba sacando los objetos de la bolsa y dándoselas a Marta que sin comprender nada, las sujetaba perpleja y en silencio—. ¿Bueno Marta, no te da esto ninguna pista? —preguntó Lola.

—Pues la verdad es que no… ¿Me dejas que haga una foto con el móvil? —pidió Marta mientras sacaba el móvil del bolsillo.

Marta no se esperaba que Lola volviera con una bolsa repleta de cosas. Ahora sí que estaba confusa.

—Vale, pero que no se entere mi hermano, ¡¡o podemos prepararnos, Marta!! —dijo entre risas Lola.

Ambas rieron imaginando a Pedro aún más enfadado.

En cuanto Marta subió a casa envió a todos, menos a Pedro, un mensaje:

“REUNIÓN URGENTE. HE HABLADO CON LOLA Y AHORA SÍ QUE NO ENTIENDO NADA”

En cuestión de minutos estaban casi todos conectados a Zoom, Marta les explicó la extraña conversación Lola y todos quedaron pensativos.

—¿Querían el pintalabios para un disfraz? —preguntó Bea pensativa.

—Eso pienso yo también —Contestó Simón.

—Pero ese disfraz, parece de payaso, ¿no? —observó Jaime.

—Sí, eso parece y seguramente sea para pintar el rostro —intervino Ana.

—¿Y por qué no pueden contar que se van a disfrazar? No entiendo nada. —A Jaime le molestaba tanto misterio, lo veía innecesario.

—Está claro Jaime que han hecho una promesa y no pueden romperla. Yo los comprendo —contestó Marta defendiendo la decisión de Pedro y Lola.

—¡Jo! ¡Pues tenemos más información pero en realidad estamos como al principio! —se quejó Ana.

Todos coincidieron.

—Quizás debamos preguntarnos qué nos llevaría a cada uno de nosotros a disfrazarnos en secreto —dijo Bea, de nuevo pensativa.

—Ummm… yo odio disfrazarme —confesó Andrés.

—Tampoco creo que a Pedro le guste mucho disfrazarse. ¿Os acordáis de aquella fiesta que hicimos en el colegio y que él y tú os disfrazásteis con una pequeña cartulina sujeta en la camisa con un imperdible que ponía “Nosotros mismos”?

—Ja, ja, ja —todos rieron.

—¡Es verdad! —Exclamó Marta— Y cómo se enfadó la maestra Carmina.

—Por eso lo entiendo menos —dijo Andrés encogiéndose de hombros.

—Piensa, Andrés. ¿Qué te llevaría a disfrazarte en secreto? —Quiso saber Marta.

—Pues no sé… quizás… déjame pensar…

Todos guardaron silencio mientras Andrés pensaba.

—¿Para dar una sorpresa a alguien muy especial? —dijo Andrés de pronto.

—¡¡Eso es!! —Simón casi saltó de su silla emocionado —. Creo que tengo la respuesta: ¡Su prima pequeña, ¿no os acordáis?

—Simón, háblanos claro, estoy ahora más liada que antes —dijo Bea agobiada.

—Veréis, Pedro tiene una prima pequeña que está enferma en un hospital. ¿No os acordáis que no pudo venir a la fiesta de fin de curso porque iban a pasar el día con su prima que por fin volvía a casa? —dijo Simón con emoción.

—Es verdad, Simón —dijo Marta—, y además hace un mes me dijo que se acercaba el cumpleaños de su prima pequeña y que querían hacerle un regalo especial.

—¡Ya lo tenemos! —La voz de Simón sonó triunfante.

—Qué mejor regalo que hacer reír —dijo Marta suspirando algo emocionada, no podía disimular que para ella Pedro era muy especial. Todos se dieron cuenta y Jaime puso música de boda.

Todos, menos Andrés que estaba pensativo, rieron con ganas.

Marta se había puesto como un tomate.

—¡Ja! Qué gracioso, ¿no? —la cara de Marta era de pocos amigos.

Pero Andrés habló de pronto, sin percatarse de la tensión por la broma de Jaime hizo a Marta.

—Así es. ¡Y qué injusto que le hayan acusado de vándalo! Ruth ha sido muy cruel esta vez —Andrés apretaba los puños mientras hablaba, y aunque ninguno veía sus puños por la pantalla, todos se lo imaginaron, porque cuando se enfadaba, solía apretarlos con fuerza, al igual que solía hacer Pedro. Quizás por eso eran tan buenos amigos, tenían muchas cosas en común.

Continuará…