Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 5

HAY ALGO MÁS

Cuando Marta bajó para tirar la basura, se encontró con Lola, la hermana mayor de Pedro, justo al salir del ascensor, en el portal. Esta era su oportunidad. No sabía por donde empezar y se limitó a carraspear un poco.

—Hola, Marta, quería hablar contigo un momento. —las palabras de Lola pillaron a Marta desprevenida.

Marta dejó caer la bolsa de basura al suelo. No se esperaba que la hermana de Pedro fuera la que quisiera hablar con ella.

—Hola, Lola, yo también quería… —Marta se agachó a recoger la bolsa sin terminar la frase.

Pero Lola comenzó a hablar sin escucharla:

—Verás, estoy preocupada por mi hermano, lleva hoy toda la tarde enfadado y no es normal en él. ¿Sabes si ha pasado algo en la escuela?

Marta no quería precipitarse y meter la pata.

—Ummm… por lo visto… ha ocurrido algo… pero no tengo mucha información y tu hermano ahora no quiere hablar con nadie.

—Entiendo, ante todo eres su amiga —dijo Lola mientras sonreía con cariño.

Marta miró sus zapatos.

—¿Y qué puedes contarme sin traicionar vuestra amistad? —preguntó la hermana de Pedro con delicadeza.

Marta alzó la vista y vio que Lola la miraba fijamente.

—Pues que… ocurre algo con un pintalabios, pero él no quiere contar nada.

—¿Un pintalabios? —Lola parecía estar muy interesada en ese detalle.

—Sí, un pintalabios que yo misma le di, porque era muy parecido al que él estaba buscando, pero no tengo ni idea de para qué lo quiere —explicó Marta.

—Lo sé, él me contó que ese pintalabios se lo habías dado tú —afirmó Lola.

—¿Tú lo sabías entonces? —preguntó Marta con una expresión de incredulidad.

—¡Claro!, ese pintalabios lo buscábamos los dos y yo iba a comprarlo, pero él me dijo que el tuyo era del color que buscábamos. El problema es que hoy no me habla y me preocupa que algo le ocurra —aclaró Lola.

—¿Y puedo preguntarte para qué queréis el pintalabios? —Marta había preguntado casi de forma automática.

—¿Y yo puedo preguntarte qué le ha ocurrido a mi hermano en el colegio?

Marta guardó silencio unos segundos.

Marta se encontró con Lola cuando iba a tirar la basura. Pensaba en su amigo
Pedro que estaba triste y quería ayudarlo.

—Verás, Lola, si tu hermano no te lo ha contado, debe ser porque quiere resolverlo solo y quiere evitar que vayáis a hablar con la profesora y yo lo comprendo. Solo puedo decirte que se ha malinterpretado que llevara un pintalabios en el bolsillo. —Marta cuidó cada palabra para que no se le escapara nada sobre Ruth o el director del colegio.

—Lo sospechaba desde que me nombraste el pintalabios —aseguró Lola—, además, he quedado hoy con él en las escaleras del colegio porque queríamos hacer unas pruebas con el pintalabios para una cosa que no puedo contarte, y Pedro no ha aparecido. No es normal que me deje plantada.

—Siento no poder contarte más yo tampoco—se disculpó Marta.

—No te preocupes, sé que mi hermano tiene buenos amigos y que lo estáis ayudando de alguna manera.—Lola le guiñó un ojo.

Marta no dijo nada, solo sonrió.

—Si esperas un momento, te traigo algo que te ayudará a averiguar el motivo por el que necesitamos el pintalabios, así te ayudaré a descifrar este enigma sin faltar a nuestra promesa de no contárselo a nadie —dijo Lola, mientras se alejaba y dejaba a Marta intrigada en el portal.

Continuará…

Publicado en A partir de 7 años, Cuento

La tortuguita Casiopea tiene hipo

La Tortuguita Casiopea ha madrugado mucho hoy para practicar varios instrumentos musicales y preparar su voz.

—¡Hola, Casiopea! —le saluda el mapache.

—¡Hola, amiga tortuga! —le saluda también el pato.

Y la tortuga Casiopea, muy contenta, va saludando sin descanso.

El escenario será en esta ocasión, una roca junto a la charca, porque van a nacer muchos renacuajos y las ranas están muy nerviosas por el acontecimiento.

Todos están felices y Casiopea empieza a cantar, pero ¡oh, vaya!, le ha entrado hipo a nuestra amiga tortuguita y es imposible empezar.

La rana de la charca dice:

—Casiopea, ¿y si aguantas la respiración hasta que contemos diez?

Y Casiopea toma aliento reteniendo el aire.

—¡¡Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno!! —gritan todos en el bosque.

—Hip, hip —Casiopea sigue con hipo, ¿qué pueden hacer?

—¿Y si te damos un susto? —propone la liebre.

Se reúnen todos los animalitos y las ranitas para ver cómo asustar a su amiga, y Casiopea ya tiene miedo solo de pensarlo.

De pronto, la mofeta grita:

—¡¡Taparos la nariz, que he estornudado y se me ha escapado sin querer un maloliente pedo!!

La mofeta avisa a sus amigos de que ha estornudado y se le ha escapado un pedo. Todos salen corriendo, menos Casiopea que se refugia dentro de su caparazón.

Todos asustados han huido tapándose la nariz, menos Casiopea, que se refugia rápidamente en su caparazón.

Después de varios minutos Casiopea saca la cabecita de su casita y comprueba que nada huele.

—¡Amigos, volved! ¡Ha sido una falsa alarma! ¡No huele a nada, de verdad! —gritó Casiopea muy muy fuerte.

Casiopea se da cuenta también de que no tiene hipo, y cuando sus amigos del bosque vuelven, comienza a cantar.

¡Qué susto más grande le dieron a la tortuguita, pero el hipo ya no volvió más a la fiesta!

Y por fin, la tortuguita Casiopea ya no tiene hipo y puede cantar.

Clara Belén Gómez

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 4

UNA REUNIÓN URGENTE

El mismo viernes después de la merienda, estaban todos conectados menos Pedro, que decidió no unirse a la reunión. Debía estar muy enfadado y nadie le insistió.

—¡Chicos! —dijo Bea—, estuve en la clase de Pedro tal y como quedamos, y no saben muy bien qué ocurre, pero me han contado que Pedro guardaba un pintalabios en el bolsillo y que la profesora Carmina se lo quitó.

—Espera, espera, espera —interrumpió Marta—, ¿dices un pintalabios? ¿Era rojo?

—Pues no lo sé con seguridad, ¿por qué? ¿sabes algo sobre eso? —respondió Bea.

—Bueno, no estoy segura, pero Pedro me preguntó dónde podía comprar un pintalabios rojo muy llamativo y aunque me extrañó no le di importancia. Luego recordé que mi madre tenía uno y que lo iba a tirar a la basura porque no lo utilizaba. Así que se lo pedí y en cuanto lo tuve se lo di a Andrés en su clase, hoy mismo, por la mañana.

Todos estaban muy intrigados.

Marta explicó a todos que el pintalabios se lo había regalado ella a Pedro, pero seguían sin entender qué tenía que ver Ruth en todo aquel lío.

—Debe ser ese pintalabios entonces —afirmó Jaime.

—¿Pero para qué quiere Pedro un pintalabios? —preguntó Ana en voz alta.

—Pues no lo sé porque no me dijo para qué lo quería y como es normal en mí, no le pregunté—respondió Marta encogiéndose de hombros.

—Según Pili, la compañera de Pedro que me contó lo que ocurrió, escuchó claramente cómo él decía que no podía contar para qué lo necesitaba y me dijo también que por ese motivo lo llevaron al despacho del director y que lo más raro fue que la profesora dijo que Ruth también tenía que acompañarlos —explicó Bea.

—Cuánto misterio alrededor de un pintalabios y qué extraño todo —para Andrés, todo aquello no tenía sentido y era un auténtico rompecabezas.

—Vaya, esto pinta muy regular —pensó en voz alta Jaime y todos asintieron.

Ana, que era la que siempre tenía buenas ideas, de pronto habló:

—Marta, tú eres vecina de Pedro, ¿puedes intentar hablar con su hermana mayor, Lola?

—¡Es verdad! —exclamó Marte entusiasmada— Suelo verla en la urbanización leyendo y además normalmente baja sola. Ya os contaré, porque no quiero tampoco decirle que lo han llevado al despacho del director y que encima Pedro me llame bocazas.

—Tienes razón, Marta, es delicado, pero seguro que algo se te ocurre —le animó Ana.

—Perfecto —dijo Jaime —, si os parece bien quedamos mañana por la mañana en el parque. Tengo que pasear al perro, lo estamos educando para que haga sus cosas fuera y no podré estar en Zoom.

Continuará…

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El pintalabios de Pedro. Capítulo 3

EL SECRETO DE PEDRO

En el recreo, la pandilla se reunió en el banco de siempre, menos Pedro, que caminaba solo y pensativo al final del patio.

—Oye Andrés, ¿no ves a Pedro raro? Lleva todo el recreo dando patadas a ese bote.

Andrés miró hacia donde Bea señalaba, al fondo del patio, donde el suelo era tierra seca por la falta de lluvia, cerca del pinar vio a su amigo Pedro, cabizbajo y desanimado.

Andrés observó que su amigo Pedro estaba solo al final del patio, cabizbajo y triste.

—Ahora que lo dices, sí Bea. Se comporta raro. Voy a hablar con él —observó Andrés.

Mientras Andrés corría hacia Pedro, Bea fue en busca de Marta.

—¡Ey, Pedro! —la voz de Andrés lo sacó de sus pensamientos.

—¡Hola Andrés! —seguía dando patadas a un envase de zumo vacío y cada vez que lo hacía, se levantaba una pequeña columna de polvo.

—¿Va todo bien? —Andrés prefirió preguntarle directamente.

—¿Cómo va a ir todo bien en un colegio como este donde creen a la más mentirosa? —contestó Pedro apretando los puños.

—¿Qué ha pasado? —Andrés estaba muy intrigado.

Pedro tardó en contestar, se limitó a dar otra patada a un bote del suelo y después de una pausa, contestó:

—Nada, Andrés, no puedo contártelo. De todas formas pronto te enterarás, gracias a Ruth, debo ser la comidilla de mi clase. Si tienes curiosidad pásate por allí, yo ahora tengo algo que resolver y mucho que pensar. ¡Ah! ¡¡Y NO ES PARA MI NOVIA!!

Andrés no entendía nada y parecía que Pedro tenía pocas ganas de aclararle lo que ocurría.

—Pedro, eh, que somos un equipo, ¡podemos resolver lo que sea! ¿Quedamos esta tarde por Zoom y nos lo cuentas a todos? Venga, somos la pandilla de Los Saltamontes —dijo Andrés intentando calmarlo.

—A ver, Andrés, que no puedo contarlo, déjame solo —la voz de Pedro sonó triste.

Andrés nunca había visto a Pedro tan enfadado. Algo muy grave le había ocurrido.

Andrés nunca había visto a Pedro tan enfadado y abatido.

—Pero si ocurre algo… —Andrés no terminó la frase, Pedro dio una patada a una lata del suelo que rebotó por casualidad en una papelera cercana. Luego se alejó enfadado mientras a lo lejos se escuchaba a la señorita Carmina:

—¡Oye, Pedro!, no vamos a permitir vandalismo en este colegio. Te acabo de ver dar esa patada a la papelera, ¿es que quieres volver al despacho del director?

Andrés ya había vuelto con el resto de los amigos y todos habían escuchado el grito de la señorita Carmina acusando a Pedro de vándalo. Estaban perplejos.

—¿Qué está pasando? —quiso saber Marta—, cómo es posible que a Pedro lo acusen de vandalismo? ¿¿Pedro en el despacho del director??

—Ummm, me parece que tu prima Ruth, está detrás de todo esto —dijo Andrés.

—¿Ya? ¿Tan pronto? ¡¡Pero si acabamos de comenzar el curso!! —Marta no se lo podía creer—, ¿y qué es lo que sabes tú, Andrés? —preguntó Marta.

—En realidad poca cosa. Nunca he visto a Pedro tan enfadado. Solo me ha dicho que no puede contármelo y que Ruth está detrás de todo y que si queremos enterarnos, que pasemos por su clase porque allí todos lo saben… y también me ha dicho algo muy raro… —dijo Andrés pensativo.

—¿El qué? —Marta miraba a Andrés con los ojos muy abiertos.

—Que no es para su novia… —contestó Andrés.

—Pues ahora sí que estoy intrigada—dijo Bea.

Todos se sentían igual.

Sea lo que sea —continuó hablando Bea—, Pedro es muy legal y buena persona, esa acusación de vandalismo es falsa. Alguien ha convencido a la señorita Carmina de lo que no es y nosotros sabemos quien es ese alguien.

—¡RUTH! —respondieron todos.

Continuará…

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El pintalabios de Pedro. Capítulo 2

UN AUDIO MUY INOPORTUNO

El director del centro apagó la pantalla del ordenador, se quitó las gafas y miró perplejo el pintalabios que la profesora Carmina había colocado enfadada sobre su mesa.

—Parece ser, Oscar, que Pedro pensaba hacer vandalismo en las paredes del centro.

Ahora a Pedro sí que no le cabía duda, la malvada Ruth había jugado bien sus cartas, pero aún se preguntaba, ¿cómo es que sabía lo que guardaba en el bolsillo? ¿Lo habría espiado? De lo que estaba seguro es que esta era su venganza. Creía que había escarmentado desde que recibió aquel castigo por robar contraseñas… pero ahora comprendía que Ruth sencillamente disfrutaba fastidiando a los demás.

Oscar, el director, observó a Pedro, le tenía especial cariño y sabía que no era ese tipo de niño. Si guardaba un pintalabios en el bolsillo seguro que no era para hacer algo malo y «además, ¡qué absurdo!», pensó.

—Bueno… Carmina… no tenemos pruebas… para… —no terminó la frase.

—Ruth puede afirmar lo que escuchó decir a Pedro por teléfono. —El director guardó silencio y reparó por primera vez en Ruth, sin duda una niña conflictiva en la que no confiaba.

—Así es don Oscar —Ruth hablaba con seguridad—. Antes de clase, Pedro grabó un audio a alguien que decía: «Ya tengo el pintalabios. Me ha regalado Marta uno de su madre que ya no utiliza y es justo el que buscamos. No me ha preguntado para qué lo quiero. Ya sabes como es Marta de discreta. No imagina nada».

—¡Pero eso no demuestra nada! —la voz del director se estaba alterando y Ruth añadió rápidamente:

—Y luego dijo: «quedamos en la pared cerca de la escalera. Lleva algo para limpiar, para cuando terminemos».

Pedro estaba atónito, no podía decir para qué quería el pintalabios, lo había prometido, pero tenía que reconocer que así contado parecía que iban a hacer algo muy malo.

¿Cómo sabía Ruth todo lo que había enviado Pedro a su hermana por mensaje de voz?
Lo habían espiado, y eso no estaba bien.

Hasta el director cambió su expresión y esta se tornó más seria al dirigirse a Pedro:

—¿Lo que ha dicho Ruth es verdad?

—Sí, don Oscar, pero no íbamos a pintar paredes ni nada. —Pedro respondió nervioso y atropelladamente.

—¿Y eso cómo lo sabemos Pedro? —la voz del director sonaba grave. —Para algo querrás el pintalabios, ¿no? y si no nos das otro motivo, no tengo más remedio que sospechar. Tú mismo acabas de decir que Ruth ha dicho la verdad.

Pedro miró al suelo, se encontraba entre la espada y la pared, o faltaba a su promesa o era acusado injustamente.

El director volvió a fijar su mirada en Pedro:

—Bien, Pedro, ¿puedes decirnos para qué querías este pintalabios?

—No puedo, señor —dijo Pedro con rapidez.

—¿Era para pintar las paredes de la escalera? —insistió el director.

—Le aseguro que no, señor —contestó Pedro mirándolo a los ojos.

Don Oscar, con el pintalabios en la mano, guardó silencio unos segundos mientras Pedro miraba muy enfadado a Ruth.

Pedro necesita el pintalabios y por culpa de Ruth lo va a perder. Se siente muy enfadado.

—Carmina, no puedo acusar a Pedro de nada. Lo único que puedo hacer es pedirte, como su tutora que eres, que requises su pintalabios y olvidemos este asunto —dijo el director con la intención de cerrar ya el asunto.

—¡Pero señor! ¡Necesito ese pintalabios para el domingo! Hoy es viernes y no podré conseguir otro como este a tiempo, ¡¡mañana sábado tenemos comida familiar en el campo!! —suplicó Pedro.

—Si no nos dices para qué lo quieres, me temo que no puedo ayudarte, Pedro. Sé que eres un buen chico, pero no puedo hacer más. Lo siento. —El director se levantó de su silla para invitarles a irse. Tenía una reunión en diez minutos y no podía entretenerse más.

Pedro estaba convencido de que el director era sincero y que si de él dependiera, le hubiese devuelto el pintalabios.

No hubo nada que hacer, la fastidiosa de Ruth había ganado.

Continuará…

Publicado en A partir de 10 años

El pintalabios de Pedro. Capítulo 1

YO NO SOY UN VÁNDALO

—¡Pedro, ven aquí ahora mismo!

Pedro miró hacia la profesora y Ruth de forma interrogativa.

Toda la clase guardaba silencio intrigada y no era para menos. La profesora de matemáticas era la tutora del curso, y cuando su voz sonaba así de enfadada algo grave había ocurrido.

El cuchicheo aumentó.

—¡Silencio!

Pedro escondió algo en su bolsillo y se acercó despacio, bajo la atenta mirada de la clase y la sonrisa maliciosa de Ruth.

—Saca ahora mismo lo que has guardado en el bolsillo, Pedro.

No podía estar sucediendo, si mostraba a todos lo que guardaba y sin poder explicar porqué lo tenía, iba a ser muy embarazoso.

—No es nada señorita Carmina —contestó algo nervioso.

—Eso lo decidiré yo.

Despacio, Pedro puso encima de la mesa de la profesora un pequeño objeto. Algunos en la clase se levantaron para poder verlo mejor.

Como Pedro imaginaba, unos rieron y otros cuchichearon lanzando absurdas teorías:

—¿Véis cómo tiene novia? Os lo dije. —Pedro reconoció la voz de aquel comentario, era Gustavo, un chismoso sin remedio.

—¡Todos a vuestras sillas! Esto no va con vosotros y el siguiente que se levante tiene un punto negativo o se queda sin recreo, ya lo veré.

Los alumnos volvieron a sus asientos en silencio. La señorita Carmina solía ser muy justa, pero también era implacable. Mejor no enfadarla.

Pedro miraba a Ruth intrigado, mientras ella disimulaba una mueca de desprecio. Ya había sido advertido por ella sobre su inminente venganza pero jamás imaginó que sería tan pronto. <<¡Acabamos de empezar el curso!>>, protestó mentalmente.

—¿Por qué tenías un pintalabios escondido en el bolsillo? —preguntó la profesora con seriedad.

En cuanto la señorita Carmina dijo “pintalabios” toda la clase murmuró y hasta algunos rieron.

La profesora Carmina desconfía de Pedro, es injusto porque Pedro no puede decir porqué guarda un pintalabios en el bolsillo.

—Por nada, señorita Carmina, solo lo guardaba —respondió Pedro.

—Quizás no he preguntado correctamente: ¿para qué guardabas ese pintalabios? ¿Ibas a pintar algo en las paredes del colegio? —la profesora miraba fijamente al acusado y no se percató de la cara de triunfo que le que dirigía Ruth a su compañero—. Explícamelo Pedro.

—Es algo personal y no quiero compartir el motivo con usted y toda la clase —contestó Pedro tajantemente.

—Entonces lo compartirás conmigo y con el director —amenazó la profesora Carmina.

A Pedro no le dio tiempo de reaccionar, en cuestión de segundos su profesora lo agarraba bien fuerte del brazo y lo arrastraba hacia el pasillo.

—¡Ruth, tú también vienes!

Esa frase intrigó más a Pedro, no se explicaba qué pintaba Ruth en todo aquello.

Continuará…

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La ladrona de contraseñas. Capítulo 9

CAPÍTULO 9

Pasaron unos días y Ruth recibió su castigo oficialmente por parte del colegio. En los recreos tenía que ayudar en las tareas de limpieza del patio. Debía poner las mesas de su curso en el comedor, y cuidar de los más pequeños. Además tenía que visitar a la psicóloga del centro cada jueves. Aún así, no se quejaba. Después de todo, era consciente de que había tenido suerte.

Cerca de las vacaciones de verano, Ruth pintaba el muro del colegio mientras veía a Andrés y Marta de la mano. Estaba furiosa, pero ahora eso le tenía que dar igual, recuperar a Cleopatra era más importante.

—¿Quieres un zumo? —el chico de la mesa de la primera fila, junto a la ventana, le tendía la mano con un zumo de piña—. Era el único del colegio que le había hablado en mucho tiempo. Odiaba la piña, tanto o más que a su prima Marta, pero agradecida y con una sonrisa se lo bebió.

Quién sabe, quizás aún había esperanza y Marta estaba cambiando.

FIN.

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La ladrona de contraseñas. Capítulo 8

CAPÍTULO 8

A las seis de la tarde, Marta y Andrés se conectaron a la reunión con la tablet en la cafetería.

—¿Estamos todos?

Andrés contó con detalle sus conversaciones con Ruth y las amenazas.

—Opino que no le demos la oportunidad, no se arrepiente y no cambia —dijo Pedro muy indignado.

—Está bien, llamaremos a Ricardo —respondió Andrés.

—Chicos, ¿cómo se os da escribir cartas de amor? —Preguntó Bea.

—No es momento para chistes, Bea —regañó Pedro, aún enfadado por la acitud de Ruth.

—No es un chiste. Es que tengo un plan. Tendremos todos una carta de amor escrita hacia uno de nosotros y la dejaremos guardada y preparada. Si Ruth cumple su promesa, entonces todos publicaremos nuestra supuesta carta de amor en el chat.

—¡Eres increíble! ¡Qué buena idea! Así su carta será una más —dijo Simón entusiasmado.

—¡Quién sabe, igual lo ponemos de moda y todo! —dijo Ana

Todos rieron, menos Pedro que aún estaba enfadado. No soportaba a los abusones como Ruth.

—Propongo invitar a Ricardo a este chat y contarle todo —dijo Simón.

A todos les pareció bien la idea.

Ricardo llamó a su padre, quien escuchó atentamente la historia desde que le robaron la cuenta a Marta. Cuando terminaron de hablar, el policía dijo:

—Conozco a los padres de Ruth, hablaré con ellos. Esta parte dejádmela a mí.

—Chicos, ¿habéis visto el chat? —Ana hablaba atropelladamente.

—Marta, ¡¡TU CARTA!! —gritó Pedro.

Andrés intervino rápidamente:

—Todos a crear sus cartas y publicarlas en el chat. Se nos ha adelantado Ruth.

En cuestión de una hora, el chat del colegio estaba invadido de cartas de amor, cada cuál más original y graciosa. Tanto que los demás compañeros empezaron a declararse también.

Ruth no se lo podía creer. ¿Qué estaba pasando? El chat no hacía más que sonar y publicar notificaciones. ¿Se habían vuelto todos locos o había una epidemia primaveral de declaraciones de amor?

Una de las cartas era para ella:

“Ruth, me gustas. Soy de tu clase y me siento en la primera mesa, al lado de la ventana”.

Sabía quien era y se quedó perpleja.

—Ruth, ven inmediatamente al salón —La voz de su madre era muy seria.

Cuando llegó, vio con angustia al padre de Ricardo. Tenía las manos en la espalda y miraba un punto en el techo.

—¿Qué nos está contando el padre de Ricardo? ¿Sabes cuál es el castigo por esas acciones? ¿Sabes que es un delito muy grave lo que has hecho?

Ruth ahora sí que estaba asustada. Pudo ver otro mensaje en el chat, antes de mirar a los ojos a sus padres:

“Marta, soy Andrés. Me ha costado decidirme, pero ahora que este chat se ha vuelto loco, quiero aprovechar para decirte que me gustas, que eres genial y que te quiero.”

<<¿Te quiero? ¿En serio? ¿A la odiosa de mi prima?>>

Sus padres estaban decepcionados y el padre de Ricardo habló:

—Pondremos todo esto en manos de la justicia, tus padres están de acuerdo, porque no has mostrado ni pizca de empatía hacia tu prima y los demás. Como es la primera vez, seguramente consigamos que realices servicios sociales después de la escuela.

—Por supuesto nada de móvil, ni redes sociales y Cleopatra será cuidada en el terrario de Ricardo —dijo el padre.

—No por favor, Cleopatra no. Haré lo que digáis, pero dejadme a Cleopatra —suplicó Ruth.

—Eso dependerá de tu comportamiento.

Continuará…

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La ladrona de contraseñas. Capítulo 7

CAPÍTULO 7

—Dime —respondió Andrés con sequedad.

—Está bien. Haré lo que me pidáis.

Andrés suspiró aliviado.

—Tu prima está preocupada.

—¿Esa odiosa? No lo creo —dijo burlonamente.

—Ruth, tu prima es mi amiga. Delante mía no la nombres así. Adiós.

Cuando se cortó la comunicación, Ruth tiró el teléfono en la cama y se tumbó boca arriba pensativa. Parecía que Andrés estaba muy interesado en la tonta de su prima. Quizás le gustaría saber algunas cosas sobre ella.

El móvil sonó de nuevo, era un mensaje de Andrés:

DECÍDETE, QUEDA POCO TIEMPO. RICARDO SOLO DIO UNA SEMANA.

Volvió a llamarle:

—Oye, qué pasa, ¿que no sabes escribir en minúsculas?

—Así escribo a quien no escucha —A Andrés se le había agotado la paciencia.

Ruth hizo una pausa.

—Está bien, ¿qué tengo que hacer? Ya te dije que haría lo que me pidiérais.

—Es muy fácil, pedir perdón a todos cara a cara. Da gracias que tienes que llevar mascarilla.

Ruth no había pensado en eso.

—No me van a perdonar.

—Y hay otra cosa.

—¿Qué?

—Deberás prometer que no lo volverás a hacer. Lo tenemos todo guardado y si no cumples tu palabra se lo enviaremos a Ricardo, que estará encantado de proceder a denunciarte.

—Ummm… si eso ocurre, dile a Marta que yo contaré su historia secreta.

—¿De qué hablas? —preguntó Andrés muy enfadado.

—Si es necesario, ya te enterarás en el chat del cole.

—¿Sabes qué, Ruth? Creo que no merece la pena ayudarte. Para pedir perdón tienes que estar arrepentida y veo que no lo estás. Si te metes con Marta todos la apoyaremos. Somos sus amigos.

De nuevo se cortó la comunicación. Esta vez Ruth tiró el teléfono con todas su fuerzas al suelo y el cristal de la pantalla se resquebrajó ligeramente.

Llevaría su plan a cabo y se vengaría de Marta, esa odiosa, siempre querida por los demás. Se iba a enterar. Sabía todo sobre ella.

Mientras tanto, Andrés quedó con Marta para tomar un refresco:

—Marta, tengo algunas noticias de tu prima que no te van a gustar.

—Creo que no hay nada ya que me sorprenda de ella. No cambia.

—Amenaza con sacar tu “secreto” a relucir en el chat… Parece que estuvo muy entretenida leyendo tu correo.

Marta, se sentía triste. No esperaba aquel revés.

—Nos tienes a nosotros, no debes preocuparte.

—En realidad sí. Escribí a Rafa diciéndole que me gustaba y la carta es muy cursi.

Estaba colorada.

Andrés rió.

—Algo se nos ocurrirá, no es para tanto.

Ahora que su amiga estaba más tranquila, se le ocurrió una idea y convocó reunión:

“REUNIÓN HOY A LAS 18:00. RUTH AMENAZA A MARTA CON CONTAR SUS SECRETOS”.

Continuará…

Publicado en A partir de 10 años

La ladrona de contraseñas. Capítulo 6

CAPÍTULO 6

—¿Puedes bajar?

—¿Andrés? —el portero automático se oía regular.

—El mismo Ruth. Necesito hablar contigo.

Tal y como esperaba tardó casi veinte minutos en bajar.

En realidad Ruth no sabía que ponerse: vaqueros, falda, vestido, mono… <<maldito entretiempo>> protestaba, <<No sé qué ponerme>>.

—¿Qué hacías? ¡Ya me iba!

Andrés estaba molesto, y para más irritación Ruth ni se disculpó.

—¿Qué quieres? —dijo Ruth aparentando indiferencia.

—Tenemos que hablar de las cuentas que has robado.

—¿Me estás acusando? Yo no he robado nada —Aunque aparentaba seguridad, la voz de Ruth temblabala un poco.

—¿No? Pues díselo a Ricardo que te quiere denunciar y lo hemos evitado por los pelos.

Ruth se había quedado blanca y ya no disimulaba.

—¿Y cómo se ha enterado ese?

—Porque se lo he dicho yo.

Ruth agachó la cabeza, iba a llorar de rabia. Era lamentable, justo el chico que le gustaba la delataba con el chico que odiaba.

Andrés se dio cuenta.

De pronto Ruth levantó la cabeza echando chispas:

—¿Y cómo te has enterado tú?

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—¿Eso importa? ¡Tú has robado cuentas! —la paciencia de Andrés se estaba agotando.

—¡Ah! Ya entiendo, ha sido la odiosa de mi prima. Pues dile que se olvide de su zoom, también se lo he robado.

—Eres tan… tan… —Andrés no encontraba la palabra. Se estaba poniendo rojo por el enfado que sentía —Da igual, Marta ya ha recuperado su cuenta y su correo.

—¡Eso es imposible!

—Compruébalo tú y cuando lo hagas, me llamas. Tienes una semana para pedir perdón a todos y prometer no hacerlo nunca más, o Ricardo irá a la policía.

—¡Cuéntame otra, anda!

Andrés apretó los puños y decidió irse dejándola con la palabra en la boca.

—¡Oye tú! ¡Que no he terminado! ¡OYEEEE!

Pero Andrés continuó dándole la espalda y se alejó.

Entonces Ruth tragó saliva y subió a su casa a toda velocidad sin esperar el ascensor.

En cuanto llegó, se dio cuenta de que Marta ya había cambiado sus contraseñas. No podía ser, comprobó las demás cuentas y también habían sido recuperadas por sus dueños.

—¡ES IMPOSIBLEEE! Mi prima no sabe donde escondo mi libreta y jamás metería su mano en el territorio de Cleopatra.

Pero sí debía haberlo hecho, pensó después. Porque todas las cuentas habían sido devueltas a sus dueños. Estaba en un serio problema.

Esa noche y la siguiente no pudo dormir.

Era menor de edad, pero el peso de la Ley caería sobre ella y su madre embarazada… Tenía que haberlo pensado mejor antes de robar aquellas cuentas.

—Cleopatra, ¿qué hago ahora? —la tarántula caminaba lentamente por su mano hacia el antebrazo.

Dejó a su mascota en el terrario con mucho cuidado, respiró profundamente y llamó a Andrés.

Continuará…